¿Cómo protagonizó la Iglesia el cambio de la dictadura a la democracia? La Iglesia y la constitución (I)

(Antonio Aradillas).- Cuarenta años son muchos años. Son, nada más y nada menos, que toda una generación, o "conjunto de personas que, por haber nacido en fechas próximas, o haber recibido una educación e influencia social semejante, se comportan de forma parecida, o comparten características comunes". La Biblia, y las más antiguas religiones y culturas, fijaron este puñado de años identificándolo con la "generación". Hoy cambiaron mucho las cosas y el concepto de generación apenas si es coincidente con los años.

Pero de todas formas, salta a la vista que los 40 años transcurridos desde la firma de la Constitución Española el día 6 de diciembre del año 1978 fueron vividos "en paz y en gracia de Dios", con gran diferencia a cualquier otro periodo de tiempo de la larga y azarosa historia de España, aún teniéndose en cuenta las circunstancias que definieron a los pasados 40 años de la llamada "dictadura franquista"

¿Cómo protagonizó, la Iglesia que oficialmente encarnó la firma de la Constitución española, el cambio de la dictadura a la democracia? Mi intención es dejar alguna constancia de ello, con brevedad y sentido periodístico, en tan solo dos artículos, con el convencimiento de que sobre el tema se ha escrito, y se escribe mucho, con particular mención, cita y valoración del comportamiento de la Iglesia "oficial", entrañada en una de las partes más representativas de la sociedad española de entonces.

En la "Nota de la actual situación española" firmada y difundida por la Comisión Permanente del Episcopado, en septiembre del año 1977, reconociendo los obispos "la inexperiencia democrática del pueblo español", escribieron lo siguiente:

"Ante el proyecto de una nueva Constitución, llamada a configurar la vida de nuestra sociedad durante mucho tiempo, los creyentes que participan en su preparación y quienes puedan influir en ellos de un modo o de otro, han de hacer cuanto esté en sus manos para conseguir un texto que favorezca los derechos integrales de la persona , entre los que cuentan la libertad para dar a Dios el culto debido según la propia conciencia, la defensa de la vida humana, de la familia, del derecho de los padres a la educación de los hijos, de la pacífica y justa convivencia de todos los ciudadanos...La vida democrática no es fácil, sino más exigente en lucidez, objetividad, responsabilidad y tolerancia".

En el mismo mes y año, y algo así como portavoz de relieve e importancia de la "otra parte" de la sociedad española, Alfonso Guerra, prohombre entonces del PSOE, contestó así a la pregunta de "¿Qué piensas de la Iglesia católica?":

"La Iglesia como sistema social, digamos que como organización, doy por seguro que no da seriedad religiosa a lo que defiende; basta para comprobarlo meditar sobre el planteamiento de algunos teólogos. Reconozco que habrá, sobre todo en los pueblos, algunos curas creyentes de buena fe, y también muchos fieles. Pero la existencia histórica de la Iglesia no se ajusta de ninguna manera a los presupuestos evangélicos. Predican una cosa y viven otra.

Pienso que la organización religiosa está en poder de responsables que juegan con todas las bazas en su mano, dispuestos a usar todos los recursos para defender sus privilegios, capaces de subirse a todos los trenes, los que van y los que vienen, sin mayor escrúpulo. Nunca me he cruzado con nadie que me significara un testimonio inquietante de vida religiosa. Leo la Biblia y me encanta, pero apenas tiene nada que ver con la existencia real de los cristianos. La Iglesia de hoy pide libertad para todos. De acuerdo. Para todos, también para la propaganda en contra suya. Y, por supuesto, sin dar dinero para sostener a los curas, que deben ser pagados por sus fieles, no por el Estado".

Ya en 1978, y como obligado complemento a la "Declaración Colectiva del Episcopado", con el título de "Los valores Morales y Religiosos de la Constitución", Mons. Iniesta, el obispo "rojo" de Vallecas, escribió:

"La última fórmula del borrador de la Constitución que acabo de leer, me parece suficiente. Desde luego, no desearía de ninguna manera que el Estado fuera confesional. Está bien que se prevea el reconocimiento no solo de los creyentes, sino de sus agrupaciones que llamamos Iglesias, como no solo se reconoce la libertad de opción política, sino a los mismos partidos políticos. Yo quiero un estilo de Iglesia, que en la duda, más prefiera ceder que luchar, más bien deje un trozo de capa por no discutir, que armar la guerra por no ceder un centímetro. En la duda, el cristiano y la Iglesia deben preferir lo más débil a lo más fuerte, sabiendo que su principal fuerza está en su fe, en el Evangelio y en Jesucristo al que confesamos viviente y actuante entre nosotros. La jerarquía rehuirá caer una vez más en la servidumbre del poder y en la adoración de la fuerza, con olvido inevitable, y hasta práctico menosprecio, de que la única fuerza verdadera de la Iglesia es el amor al hombre, el testimonio de servicio al mundo y el anuncio del Señor Jesús. Jesús nunca buscó la fuerza. Jesús nunca hizo alianza con los poderosos de este mundo"

Es significativo el dato del encuentro- coloquio que el Cardenal Tarancón, acompañado del Padre Martín Patino y del teólogo Olegario Fernández Cardenal, mantuvo por aquellos día pre- constitucionales, con el trío compuesto por Santiago Carrillo, secretario general del PCE., Manuel de Azcárate y Alfonso Carlos Comín. Soy un convencido de que si la Constitución Española necesitara, como lo necesita, de un patrono, mediador e intercesor especial en las esferas celestiales, canonizado o no, uno de sus candidatos seguros habría de ser el Cardenal Tarancón... .

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