Una sociedad en cambio constante
Monseñor Saiz Meneses parte de un análisis de “la realidad que ha de ser evangelizada”. Y para ello comienza dando cuenta de los cambios a todos los niveles que terminan por configurar una realidad con sus luces y sombras. El prelado cita una serie de “cambios rápidos y profundos, que afectan al ser humano, dividido entre la esperanza y el vértigo ante tantas novedades”. Cita a Bauman, que acuñó la metáfora de la sociedad líquida, para describir los tiempos actuales, y expone distintos pasajes del magisterio de los últimos pontífices en los que se destaca la toma de conciencia de la Iglesia en relación con el impacto que estos cambios iban produciendo tanto en el pueblo fiel como en la sociedad.
El desafío antropológico, la necesidad de evangelizadores en el mundo de la cultura o de una economía basada en la ética y el bien común, son algunos de los escenarios planteados por el arzobispo de Sevilla en este análisis de la realidad. En este apartado, tampoco se olvida de la gestión de las nuevas tecnologías –“la comunidad digital es como un enjambre lleno de celdas aisladas”, subraya citando a Byung-Chul Han-, la sostenibilidad y el cuidado de la casa común.
Desafíos a la familia cristiana
El arzobispo llama la atención sobre la tesitura a la que se enfrenta la familia cristiana: “El modelo socioeconómico actual (…) hace que la familia experimente una sacudida que afecta a su presencia y su misión en el conjunto de la familia humana”. A continuación, hace referencia al último Informe FOESSA para destacar los riesgos sociales que se derivan de una crisis económica con un impacto tan severo y prolongado. En este sentido advierte del peligro de que las nuevas situaciones de pobreza y exclusión se conviertan en estructurales.
La Iglesia también experimenta grandes transformaciones, “en el contexto de un dramático descenso en la natalidad”. Pero apunta que las dificultades a las que tiene que hacer frente la Iglesia proceden del exterior, “de la cultura ambiental”, y de su propio seno, “de la secularización interna, de la falta de comunión o de audacia misionera”. No obstante, monseñor Saiz agradece el crecimiento del número de laicos que participan activamente en la misión de la Iglesia. “Su testimonio convencido y convincente es un motivo de esperanza”, añade.
“La Iglesia ha sido enviada a anunciar el Evangelio a los que todavía no conocen a Jesucristo, y también a aquellos que han sido bautizados, pero necesitan una nueva evangelización”. Con esta afirmación da comienzo la segunda parte de la carta, en la que se enumeran los diversos ámbitos de actuación, y se advierte que esta misión conlleva “la radical necesidad de una conversión integral no solo de las personas, sino también de nuestras instituciones”.
Cuando el arzobispo habla de testimonio no se refiere solo al que se ofrece a través de la palabra, “sino también al que se manifiesta con la vida”. El objetivo es que todos los ámbitos de la Archidiócesis se conviertan en “espacios de acogida sanadores y de encuentro con Cristo, a modo de Iglesias samaritanas”. En este apartado, don José Ángel profundiza sobre los distintos niveles de conversión: personal, comunitaria y pastoral.
El Evangelio que proclamamos
La existencia de la Iglesia tiene sentido en la medida que “anuncia, predica y enseña el Evangelio”. Este es el eje de la tercera parte de la carta, en la que monseñor Saiz detalla algunas respuestas que la Iglesia propone para la evangelización. Ante la falta de sentido, liquidez y desvinculación, el arzobispo propone el testimonio de vida cristiana. Además, frente al relativismo y subjetivismo de la sociedad dominante, propone “dar a conocer a Jesús”; ante la pobreza y los retos que plantea la inmigración, “ser testigos de la misericordia de Dios”; ante el enjambre digital al que aludía al inicio de la carta, aporta “la amistad vivida en la comunidad cristiana”; y como respuesta a los retos que plantea el futuro del planeta, el arzobispo de Sevilla postula una conversión ecológica que debe partir del diálogo y el trabajo colaborativo.
El evangelizador debe vivir una espiritualidad recia y profunda, con una vida de oración intensa alimentada de la Palabra de Dios y los sacramentos. Además, debe tener sentido de Iglesia
En este punto enumera un elenco de actitudes para emprender la tarea evangelizadora, basadas en la oración y la primacía de la gracia como principio teológico esencial. El evangelizador debe vivir una espiritualidad recia y profunda, con una vida de oración intensa alimentada de la Palabra de Dios y los sacramentos. Además, debe tener sentido de Iglesia. El arzobispo se detiene aquí para explicar que en la situación actual no podemos vivir la fe y el apostolado de forma individualista.
Otra actitud del evangelizador es “andar en verdad y humildad”: “En medio de una sociedad líquida -apunta- el cristiano ha de ser un sujeto consistente y firme”. Y tanto la alegría como la esperanza deben ser rasgos definidores de la personalidad del evangelizador ¿Por qué? Porque “el que se encuentra con Cristo, encuentra un tesoro escondido”.
Capítulo aparte merece el ejercicio de la caridad. Monseñor Saiz subraya la vigencia del compromiso del cristiano con los gozos y tristezas del hombre de nuestro tiempo: “Amar, compadecer, ayudar a los hermanos necesitados, es algo esencial para la Iglesia, forma parte de su naturaleza más profunda”.
Agentes y ámbitos de evangelización
Finalmente, en la carta se apuntan cuáles son los agentes evangelizadores: el obispo con su presbiterio, la vida consagrada y el laicado. También se detallan tres situaciones de evangelización, comenzando por la acción pastoral ordinaria, siguiendo por la “nueva evangelización” con los alejados y concluyendo con la misión ad gentes.
En este campo, don José Ángel menciona de forma concreta a los jóvenes, las situaciones de pobreza, el “areópago de la cultura” y el mundo de la comunicación. “El mandato misionero sigue vigente en un mundo en el que la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales es cada vez más decisiva en el desarrollo religioso, psicológico y moral de las personas, en los sistemas políticos y sociales, en la percepción y transmisión de valores, en la educación”, concluye.