Ángel Cordovilla, profesor de dogmática en la Universidad Pontificia de Comillas "No hace falta convocar un Concilio para contestar a los problemas que la sociedad presenta en la actualidad"

(José Manuel Vidal).- Ángel Cordovilla es profesor de dogmática en la Universidad Pontificia de Comillas. Hizo su tesis sobre Karl Rahner, es amigo de Ángel González (gran teólogo español), y ha abordado en su obra toda una serie de temas, desde la teología más profunda hasta la pastoral. Tiene un libro escrito con Monseñor Uriarte y una biografía de Leopoldo Calvo Sotelo, sobre quien dice que "fue un hombre profundamente creyente".

Sobre la situación actual de la Iglesia española, Ángel opina que "el clero lleva muchísimas batallas", lo que provoca cierto "desencanto y decaimiento". Piensa que "las reformas y la innovación requieren mucho tiempo", y por ello afirma que aún estamos "en el inmediato post-concilio Vaticano II".

Respecto a la visita del Papa a Barcelona y Santiago, Ángel siente que "el mensaje de Benedicto no se corresponde con lo que han publicado los medios", al igual que la imagen pública de la Iglesia: "No hay que poner el foco en el presidente de la Conferencia Episcopal, sino en la gente de carne y hueso".

P- Bienvenido. Buenos días.

R- Buenos días.

P- Sorprende que un teólogo aborde al figura de Calvo Sotelo. Él tenía muchos libros de teología. ¿Era un hombre creyente y un hombre que entendía el problema de Dios?

R- Efectivamente, es así. En realidad el libro es un estudio sobre su biblioteca, formada por en torno a 10 mil volúmenes, de los cuales casi mil son de temática religiosa.

P- ¿Actualizados?

R- En su biblioteca se puede ver la recepción de la teología en España. Cuáles fueron los libros significativos a lo largo de las décadas. Su biblioteca abarca desde los años 40 al 2007 o 2008.

P- ¿Alguno de cabecera?

R- Destacaría La vida de Jesús, de E. Renan y El fenómeno humano, de T. De Chardin. Y sobre todo la Biblia en francés, en la versión, cuando eran todavía cuadernillos, de la Biblia de Jerusalén. Así comenzó su biblioteca religioso-teológica.

P- ¿Era un hombre creyente?

R- Yo, después de analizar los libros, donde incluso se podían ver los subrayados, creo que era un hombre profundamente creyente. Lo de la biblioteca no era tanto por una información externa, o ajena a los problemas vitales, sino que era una preocupación de su maduración en la fe. De querer ir dando respuesta a las diferentes tareas y servicios que le tocó hacer en la sociedad, desde la vida empresarial, pasando por la política, y especialmente cuando fue presidente del gobierno.

P- En esa época de presidente del gobierno, ¿se entendió bien con la jerarquía eclesiástica? ¿Con Tarancón?

R- Sí. En una de las entrevistas del libro, él mostró con toda claridad que, lógicamente, como hombre de política, tuvo ciertas tensiones, porque no es fácil vivir la fe en la vida pública. Pero yo creo que fue un hombre muy honesto y que tuvo un diálogo a fondo, tanto con el cardenal Tarancón como con Pablo VI.

P- ¿Se llevó especialmente bien con algún eclesiástico de aquella época?

R- Creo que no tuvo especial amistad con ninguno.

P- ¿Fue visto como un laicista agresivo?

R- Él era laico. Profundamente seglar. Amaba su libertad desde una comprensión de la fe. Y quiso que esa fe ayudara, alentara, permeara sus decisiones políticas, mediante aplicaciones concretas o leyes. Por eso me parece que Calvo Sotelo es ejemplo de hombre creyente que a la vez supo vivir (hoy está muy de moda esta palabra) en una sana laicidad.

P- Su libro El sacerdote en la cultura actual, está escrito con monseñor Uriarte y con el jesuita Fernández Martos. ¿Conoce especialmente a monseñor Uriarte?

R- Lo conozco personalmente desde que yo era seminarista en Salamanca. Él era entonces el obispo de Zamora. Para los seminaristas de la región del Duero tenía una grandísima significación, porque los temas de la formación humana y psicológica para el sacerdocio los cuidaba especialmente.

P- ¿Se puede decir que es de los obispos que más saben de pastoral sacerdotal?

R- Yo creo que sí. Es el que mejor conoce el alma y la humanidad de los sacerdotes, porque ha tratado con vidas sacerdotales heridas, en la quiebra, en la falla de la vida. Y en ese sentido es un hombre experto en el ministerio apostólico y, dentro de eso, en lo que es la salud humana y la salud psíquica del sacerdote.

P- ¿Le ha hecho justicia su imagen pública? ¿Se corresponde con su imagen real?

R- Yo creo que la experiencia que todos tenemos en el diálogo y el encuentro personal con él es que es un hombre de una riqueza, una lucidez y un amor a la Iglesia a prueba de todo. Pero luego, la imagen que nos llega desde los medios de comunicación, su imagen pública, no concuerda con lo que es. Yo creo que nunca concuerda. Quizá por eso la imagen de monseñor Uriarte no ha estado en algunos momentos exactamente adecuada con lo que realmente es.

P- ¿Cómo está la salud del clero español? Usted que lo ha estudiado y que es sacerdote, y sabe que el clero está en la picota por muchas causas, ¿piensa que es éste, como se dice, un país anticlerical?

R- Creo que la salud del clero es bastante buena. Recuerdo una encuesta que hizo la revista Reinado Social, en la que decían que el 75% de los sacerdotes, si volvieran a nacer, volverían a ser curas. Que aflore ese dato es un índice muy bueno en general.

Luego podemos llevar una lente a problemas concretos, que los hay, como en todo colectivo. Algunos especialmente agudos.

P- ¿Habría que hacer un monumento a los curas de pueblo?

R- Yo lo haría, desde luego. A esos curas anónimos que están en los lugares últimos y más perdidos de España, y que han hecho y siguen haciendo una tarea a la que no se ha hecho justicia. De esos sitios se han marchado prácticamente todas las "fuerzas vivas", pero ellos permanecen.

P- ¿Hay cierta desilusión? ¿Falta de perspectivas en el clero?

R- Hay un dato biológico que tiene que ver con el talante espiritual del clero, y es que está envejecido. El clero español lleva muchísimas batallas, y en ese sentido sí se puede ver cierto desencanto respecto a una etapa del inmediato post-Concilio Vaticano II, que fue un momento en el que se pensaba que a través de la formación y del cambio de determinadas estructuras, se iba a dar una transformación radical. La conversión de la Iglesia y de la sociedad.
Esto es mucho más lento. Y quizá por eso los sacerdotes de hoy experimentan un cierto decaimiento. Pero yo creo que es algo normal, ni excesivamente negativo ni extraordinario. Hay procesos en la vida humana en los que uno tiene más fe y más esperanza, y otro en los que dice "no todo lo que he hecho sirve para transformar".

P- ¿Les duele especialmente a los curas del post-concilio, que entregaron su vida para aplicarlo a fondo en España, en aquella primavera, que el relevo, los sacerdotes jóvenes que vienen detrás, como usted, son de otro tipo? ¿Que no van por el mismo camino?

R- Nunca dos generaciones son iguales. Los acentos que puso la generación de sacerdotes de los años 70 no van a ser los mismos que ponga la generación del 2000, ni la del 2010. Cada generación tiene sus preocupaciones y la necesidad de subrayar lo que considera que hay que poner en evidencia.

P- ¿O sea que sólo es cuestión de acentos? ¿No hay dos hermenéuticas conciliares en marcha en este momento?

R- Yo creo que no. Quizá sí las haya en el debate entre teólogos, o entre dos sacerdotes muy significativos. Pero en la vida cotidiana de los arciprestados, de las parroquias... hay mayor relación entre el clero joven actual y los que fueron protagonistas del post-concilio.

P- ¿No se está desactivando el Concilio?

R- Desde mi punto de vista no, porque el Concilio fue un momento irreversible para la Iglesia. No se puede dar marcha atrás. Lo que pasa es que es cierto que, siempre que ha habido un gran concilio en la Iglesia (Nicea, Trento, el Vaticano II...), los post-concilios pasan por momentos muy diversos. A veces parece que hay involución, luego se vuelven a desarrollar las comprensiones fundamentales... Pero yo creo que el Concilio ha sido una luz que nos seguirá iluminando.

P- Entonces todo el sector crítico, que reclama que se está abandonando, en aras de la hermenéutica de la continuidad, lo primordial del Vaticano II, ¿protestan por protestar?

R- Son diferentes percepciones. Yo creo que, si somos objetivos y vamos a las líneas de fondo de, por ejemplo, el actual magisterio de Benedicto XVI, o incluso el de Juan Pablo II, al que se le llamó neoconservador, se llega a la conclusión de que no hay una involución, sino un progreso desde la perspectiva de la profundidad.

Era relativamente fácil aplicar el Concilio en las cuestiones visiblemente más significativas. Por ejemplo, la liturgia: que pasara del latín al castellano, que pasara de estar de espaldas al pueblo o vuelto hacia él. Pero eso, al final, no era el Concilio Vaticano II. Hay cuestiones de mucho más calado. Y las reformas y la innovación más profundas requieren más tiempo. En ese sentido, creo que estamos metidos de lleno en el post-concilio. Pero tenemos que ser pacientes. Los cambios en la vida de la Iglesia no son inmediatos.

P- ¿Y no llegamos ya demasiado tarde? ¿Cuando la sociedad está pidiendo una serie de cosas, nuestro péndulo, nuestro tiempo teológico, es tan cansino que, cuando llegamos a dar respuesta a lo que la gente está pidiendo, no es ya demasiado tarde?

R- Yo creo que la Iglesia da respuestas de muy diverso tipo. No hace falta convocar un Concilio para contestar a los problemas que la sociedad presenta en la actualidad. Hay respuesta en la vida cotidiana, no tenemos que poner el foco en el magisterio más autorizado, en la Iglesia o los grandes acontecimientos. El diálogo fecundo y real entre la sociedad y la Iglesia, con esos curas sin nombre o esos agentes de pastoral que nadie conoce, es una respuesta no definitiva a las preguntas de hoy.

P- Pero al final la credibilidad de la institución no se juega tanto a pie de obra (nadie niega el papel de los curas de base, los misioneros, Cáritas, etc) como a nivel de cúpulas, de personajes y de medios. ¿No es ahí donde se juega la credibilidad moral y social de la institución como tal? ¿La clave de que muchas generaciones se alejen, vengan, o queden en la indiferencia?

R- Yo creo que una de las tareas más importantes que la Iglesia y la sociedad tienen que hacer es precisamente descentralizar ese debate. En realidad, el diálogo no se juega en los más altos grados de la jerarquía eclesial. Es un elemento importantísimo, pero a mí me parece mucho más importante que mostremos la verdad del 99% de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Que no son ni el presidente del gobierno ni el presidente de la Conferencia Episcopal, sino la gente de carne y hueso, las 24 horas del día.

Desde mi punto de vista, los medios de comunicación deberían focalizar hacia ahí, y no estar siempre tan pendientes de los profesionales más cualificados.

P- Pero eso es querer cambiar la dinámica de los medios, que funcionan así.

R- Se puede buscar la vida real. ¿Por qué cada vez nos vemos menos representados en los políticos que deberían representarnos en el parlamento? Porque están separados, tanto en el lenguaje como en las preocupaciones, de lo que es la vida cotidiana. Por eso hay que perseguir ese espacio intermedio, que es esencial y decisivo.

P- ¿Hay miedo en los teólogos? ¿A la autocensura, a no poder salirse demasiado...? ¿Usted lo tiene?

R- Yo no. Yo escribo libremente. He podido llevar a expresión dentro de la Iglesia lo que es mi humanidad, mi voluntad. Soy consciente de que, para la vocación teológica, vivir en la Iglesia se hace difícil dentro de un marco de comunión. Ahí tiene un papel esencial el magisterio de la Iglesia. Pero eso no significa que yo tenga miedo, sino que tengo que ser coherente con lo que es el servicio teológico.

Pero yo no tengo miedo, al revés. He encontrado un espacio de creatividad en el ámbito eclesial.

P- ¿De los grandes teólogos que ha conocido, y que ha estudiado, podría hacerme una especie de ranking?

R- Del siglo XX, creo que nadie tendría duda de poner en la primera línea a Karl Rahner, a Von Balthasar, a Henri de Lubac y a Yves Congar. Pondría esos 4 teólogos junto a algunos de la tradición protestante.

P- ¿Y Hans Küng?

R- Yo no lo situaría en el mismo nivel. Lo digo con toda honestidad. Me parece que era un teólogo muy brillante, un profesor muy cualificado, pero, desgraciadamente, a mi juicio fue tomando posturas cada vez más radicales. Karl Rahner llego a decir "en realidad Hans Kung ha dejado de ser un teólogo católico". Es decir, que su forma constitutiva, fundamental de pensar, no es católica.

P- ¿Lo dijo Karl Rahner antes que el cardenal Ratzinger?

R- Sí. Era un teólogo crítico, con un especial olfato para descubrir los lugares hacia donde la Iglesia debería apuntar. Pero, desgraciadamente, se fue situando cada vez más fuera de la Iglesia, e incluso fuera de la teología, desde mi punto de vista. Ahora está en temas más marginales.

P- ¿Y Leonardo Boff?

R- Es un caso parecido. Era uno de los grandes teólogos de la Liberación, junto a Gustavo Gutiérrez, pero en el momento en que el magisterio de la Iglesia Católica inicia un diálogo con esta teología, al igual que Gustavo Gutiérrez entró a fondo, sin renunciar a la Teología de la Liberación, pero en autocrítica, me parece que Leonardo Boff tomó un camino por donde era imposible seguirle. Tanto en sus decisiones personales como en sus opciones teológicas.

P- No ha colocado al Papa Ratzinger en el cuarteto de los teólogos más importantes.

R- Bueno, es que Ratzinger es de una generación posterior a estos grandes. Yo creo que él se considera, de alguna forma, heredero de esta gran tradición, pero a Joseph Ratzinger no le dio tiempo a desarrollar un sistema teológico a la misma altura que los de los teólogos que he mencionado, antes de convertirse en Benedicto XVI. Porque Pablo VI, y luego Juan Pablo II, le pidieron otra tarea en la Iglesia, como arzobispo de Munich y como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

P- Olegario, si no está entre los 4 primeros, ¿está muy cerca? Al menos en España ha sido, y sigue siendo, un gran referente.

R- Desde luego. Olegario González participó con Joseph Ratzinger en las primeras sesiones de la Comisión Teológica Internacional, y es uno de los grandes teólogos de España. La primera generación de después del Concilio que, a los que ahora somos profesores de teología, nos ha dado luz y aliento. Es un modelo, un maestro. Lo digo sin ninguna vergüenza.

P- Dicen que ha bajado mucho el listón desde estos grandes teólogos. ¿Les está costando a ustedes hacerse con un nombre, o es que realmente hay menos intelectuales de envergadura en la Iglesia?

R- Sí, es verdad. Yo soy profesor de teología y no me comparo a la gran generación que por ejemplo yo tuve en Salamanca. Estamos en un peldaño inferior.

No obstante, no me parece que esto sea negativo, sino una simple constatación de la realidad. No siempre van a aflorar en la Iglesia teólogos de primera línea, con capacidad para la creación y la palabra personal. Cuando uno estudia historia de la teología, ve que surge una gran teología cuando hay grandes reformas en la vida de la Iglesia, y cuando hay, a la vez, una sociedad pujante en todos los ámbitos.

Hoy no estamos en ese momento. Sí lo fue de los años 50 a los 80, pero ahora es tiempo de recoger, transmitir, cosechar.

P- ¿La misma explicación se podría hacer sobre la falta de personalidades a nivel episcopal?

R- Y a nivel político, y cultural. Yo creo que en esto no hay que ser injustos. Ahora mismo pienso, por ejemplo, en el presidente de Francia y en el presidente de EEUU, que inmediatamente han perdido popularidad. Creo que nos ha tocado vivir entre una generación brillante, y otra, la que está por venir, que quizá lo sea también. Hay que asumirlo.

P- ¿A qué le achaca la mala imagen que sufre la Iglesia española como institución?

R- No lo tengo muy analizado. Sé que aparece en las encuestas como una institución muy poco valorada, pero mi experiencia concreta como cristiano, sacerdote y profesor de teología, en el diálogo de tú a tú con tanta gente de la calle, me parece que esa no es la conciencia que se tiene de la Iglesia. Me extraña esa desproporción entre el tejido cotidiano y lo que luego aparece en encuestas y medios de comunicación.

P- ¿Ve usted diferencia, como decía Felipe, entre la opinión pública y la opinión publicada?

R- Sí. Una diferencia muy considerable.

P- ¿Hay laicismo agresivo en España, como dijo Su Santidad en Barcelona y Compostela?

R- Cuando oí esa expresión, la interpreté como una llamada de atención para que no caigamos en ese laicismo agresivo que nos podría devolver a lo que fue la historia pasada de España en los años 30. Pero no creo que fuera una afirmación de que esa situación se está dando ahora en España, porque no es así. Hay una situación difícil de debate entre fe y laicidad, y hay momentos donde por expresiones, por leyes o por decretos, parece que el legítimo derecho de la laicidad se quiere afirmar contra la dimensión pública de la fe. O a la inversa. Pero yo lo entendí como una advertencia para no caer en esa agresividad, no como una constatación de que ya la haya.

P- De los mensajes que ha lanzado, insistiendo en el catecismo de la vida, en la familia, la ley natural... en definitiva, las coordenadas a las que nos tiene acostumbrados, ¿hay alguna cosa que le haya llamado la atención especialmente?

R- Creo que sus viajes a Santiago de Compostela y Barcelona están en la línea de los que ha ido haciendo por el continente europeo. Ahí aparece una preocupación de fondo de Benedicto XVI: el diálogo fe-razón, que es una seña de identidad del cristianismo, una de sus grandes aportaciones al pensamiento occidental. Yo creo que este Papa lo que quiere es mostrarnos, como dijo en Ratisbona, una fe iluminada y una razón ensanchada, más allá del puro instrumentalismo. He visto los viajes en esa línea.

La celebración en la Basílica de la Sagrada Familia a mí me pareció majestuosa.

P- Muy bella.

R- Bellísima. Fue el mejor mensaje: caridad, belleza, dos palabras que muestran la gratuidad de Dios.

P- ¿También ayudan los marcos? Tanto el Obradoiro y la Catedral de Santiago como la Basílica de la Sagrada Familia...

R- Sí. Y también fue sorprendente su expresión: "Dios es la verdadera medida del hombre", que es uno de los ejes centrales de la teología de Rahner. Porque él diría, "por lo tanto, el hombre no tiene medida". Porque Dios es incomprensible, indefinible. Está más allá, siempre es un exceso.

En ese sentido, el Papa le está diciendo al ser humano que se atreva a enfrentarse a sus verdaderas medidas, a ser sin medida. Una de las grandes pasiones de la Ilustración y de la Modernidad, de la que el Papa se hace abanderado.

Y a mí me da pena cómo ese mensaje parece negativo, cuando es todo lo contrario.

P- ¿Y ese cambio a qué se debe? ¿A la dinámica torticera de los medios, o a la propia estrategia comunicativa de la Iglesia y del Santo Padre?

R- Cuando el mensaje no se entiende correctamente, hay culpa de los dos. De quien lo emite y de quien lo recibe. Yo no soy un gran experto en comunicación, pero, desde mi punto de vista, la recepción que han hecho los medios de la visita de Benedicto XVI ha sido muy superficial. Y quizá, a la vez, el Papa no ha sabido transmitir bien el mensaje nuclear del cristianismo, que tenemos para ofrecer a la sociedad de hoy. La culpa está en ambos lados. Porque el mensaje de Benedicto XVI es muy alentador, muy positivo. No ha condenado absolutamente nada, ha sido propositivo. Y a mí me parece que sus textos no se corresponden con las primeras páginas o las páginas interiores que se han hecho eco de esa visita.

P- ¿Cuándo hacemos cardenal a Olegario? ¿Se lo merecería?

R- No sé, eso corresponde a Su Santidad. Recuerdo que a Von Balsthasar le quisieron hacer cardenal. Una primera vez él se negó, a la segunda accedió, y sin embargo murió antes de recibir el cardenalato.

Yo creo que no hay que mezclar las cosas. La figura del cardenal en la Iglesia tiene un sentido, y la del teólogo tiene otro. No es necesario, para dignificar la teología que Olegario ha hecho en España, o su aportación a América Latina y Europa, nombrarle cardenal. No creo que sea necesario ese honor, porque la teología ya lo tiene en sí misma, y hay que valorarlo.

P- Sigue activo, escribiendo. Le veo en las tribunas de ABC y demás medios.

R- Bueno, por lo que yo sé, y por la amistad que tengo con él, le veo más activo que nunca, trabajando. Creo que de aquí a poco sacará un libro.

P- La Universidad Pontificia, que es la de Olegario y la suya, ¿está en peligro? Hay un proyecto en marcha por parte del cardenal Rouco de convertir San Dámaso en la gran universidad de la Iglesia española. ¿Iría eso en detrimento de la Pontificia, de Comillas y de otras universidades?

R- Yo creo que no. Cuantos más centros universitarios haya en España donde se enseñe teología con rigor, en contemporaneidad y en eclesialidad, bienvenidos sean. Eso no resta, ayuda a la teología a tener palabra en el ámbito cultural de España.

La Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas goza de muy buena salud. Hay un grupo de profesores relativamente jóvenes que nos hemos incorporado últimamente...

P- ¿Y cuántos alumnos hay actualmente?

R- En torno a 300 alumnos reglados.

P- ¿O sea que la gente todavía está interesada en la teología?

R- Sí, eso me consta. La Compañía de Jesús cree en la teología y tiene un compromiso admirable con nuestra facultad.

P- Y además de creer, invierte. Porque sin inversión no hay posibilidades.

R- Efectivamente. De hecho, la Facultad de Teología, dentro de la Universidad de Comillas, da pérdidas (que son subsanadas por las ganancias de otras facultades y centros). No es económica, no es rentable. Por eso significa una apuesta, porque a la Compañía de Jesús sí le parece rentable humana y eclesialmente. Eso es esencial. Es un compromiso digno de elogio por el que debemos estar muy agradecidos.

Y, si eso también lo quiere hacer la Comunidad de Madrid con la Facultad de Teología de San Dámaso, o la Conferencia Episcopal Española con la Universidad Pontificia de Salamanca, no hay que verlo como rivalidad, porque todos vamos en la misma dirección.

P- ¿Y hay sitio para todos en el mercado?

R- Yo creo que sí. En los centros de estudios teológicos que están proliferando en las diócesis no se asegura una calidad adecuada. De hecho, la Congregación para la Educación Católica de la Santa Sede siente esto como un problema importante. Pero espero que lo que estamos trabajando en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (el acuerdo de Bolonia, al cual la Santa Sede también se ha incorporado), sirva para aclarar todas estas situaciones.

Yo creo que hay mercado suficiente y, en ese sentido, cuantas más, mejor. Pero que ganar en cantidad no signifique perder en calidad.

P- Muchas gracias, don Ángel, por esta charla distendida. Nos vemos en otra ocasión.

R- Muy bien, gracias a ustedes.

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