¿Por qué no acaba de llegar a España la ansiada revolución episcopal 'franciscana'? "Hemos pasado de un emperador que ejercía a un triunvirato que intenta no imponerse"

Blázquez, Osoro y Omella
Blázquez, Osoro y Omella

"Dicen que el Papa de Roma es siempre un rey absoluto y casi omnipotente. Pero ese axioma sólo se cumple, cuando se trata de Pontífices conservadores"

"Omella, Osoro y Blázquez, el triunvirato llamado a poner a la Iglesia española al paso de Francisco"

"Con el nombramiento del Nuncio, Bernardito Auza, el triunvirato se convierte en cuadriunvirato. ¿Objetivo? Cambiar la faz del episcopado español, para ponerle en sintonía con el laicado y con una Iglesia en salida, empezando lógicamente por remodelar el mapa episcopal español"

"Omella y Osoro unidos aglutinan un número suficiente y mayoritario de obispos como para hacer frente al rouquismo sin Rouco, es decir a la treintena de incondicionales que todavía le quedan y que siguen respondiendo a sus indicaciones"

"Una vez confeccionadas, las ternas tienen que pasar (por orden del Papa) el filtro del triunvirato"

"El triunvirato está de salida. Primero, Blázquez; después, Osoro y, por último, Omella. El encargo directo que tienen del Papa es que dejen encauzada la revolución episcopal española. ¡Es hora de que se pongan manos a la obra!"

Una institución tan clericalizada como la Iglesia católica sólo puede cambiar y reformarse si coinciden en el tiempo y en el espacio dos dinámicas, normalmente opuestas: la cúpula y las bases. Algo que no sucedía desde la época del Concilio y del postconcilio. El Papa Francisco llegó al solio pontificio con la divisa del santo de Asís: 'Repara mi Iglesia'. Una reforma-primavera que comenzó por su propia casa, la Curia vaticana, y que pretende que se replique en todos los países del mundo.

Dicen que el Papa de Roma es siempre un rey absoluto y casi omnipotente. Pero ese axioma sólo se cumple, cuando se trata de Pontífices conservadores. Lo reformistas, como demostrara el Vaticano II, necesitan amplias mayorías para conseguir sus objetivos. Y ésa es precisamente la piedra en la que está tropezando Francisco el reformador: que la estructura jerárquica eclesiástica no lo sigue con decisión.

O lo sigue con renuencias y con resultados dispares. No es fácil movilizar a casta alguna. Y menos, a la de los altos funcionarios eclesiásticos, con un estilo de vida marcado por costumbres que hacen ley y por ritmos y disposiciones más atentas a los compañeros prelados que al santo pueblo de Dios.

Omella, Osoro y Blázquez

Por eso, la adecuación a las consignas que vienen de Roma y destilan desde lo alto fluctúan según la implicación afectiva y efectiva de las jerarquías y de las bases en las reformas eclesiales. Alemania es, sin duda, el país del mundo donde esta conjunción es más profunda y clara. Por eso, están en Sínodo, mirando al futuro todos juntos, para atender a las demandas que surgen de arriba y de abajo.

Pero incluso en países más conservadores, como Italia, los obispos están empezando a moverse por el camino sinodal, quizás a fuerza de golpes asestados por el Papa y encajados a la italiana (maquiavélicamente) por la jerarquía transalpina. Basten dos ejemplos, los nombramientos arzobispales de Bolonia y de Nápoles, en las personas de dos outsiders, los arzobispos Matteo Zuppi y Domenico Battaglia, respectivamente. El primero, cura de San Egidio, mediador en grandes conflictos internacionales. El segundo, un cura obrero.

Y lo mismo podríamos decir de otros países europeos y latinoamericanos. Por ejemplo, el nombramiento de Carlos Castillo, un teólogo de la liberación, para suceder al todopoderoso cardenal Cipriani, miembro del Opus Dei y estrechamente vinculado con la oligarquía peruana. Puñetazos en la mesa del Papa, evidentes para el que quiera verlos, gestos que revolucionan la vida eclesial de los países afectados.

¿Por qué, en España, no ha pasado todavía algo así? Sí hubo dos 'puñetazos' del Papa, desde los primeros años de su pontificado, con los nombramientos de Carlos Osoro como arzobispo de Madrid y de Juan José Omella, como arzobispo de Barcelona, en contra del parecer del cardenal Rouco. Quedaba, pues, designado el tándem de los 'hombres de Francisco' en España, a los que se añadiría el del cardenal Ricardo Blázquez, como presidente, entonces, del episcopado. Se conformaba así el triunvirato llamado a poner a la Iglesia española al paso de Francisco.

Auza y Rouco
Auza y Rouco

Para que la maniobra fuese perfecta, sólo faltaba cambiar al Nuncio en España. En efecto, se licenció a Renzo Fratini y se trajo, desde la legación de la ONU, a Bernardito Auza, un filipino con fama de avispado y dialogante, para sumar una cuarta pata al triunvirato y convertirlo en un cuadriunvirato.

¿Objetivo? Cambiar la faz del episcopado español, para ponerle en sintonía con el laicado y con una Iglesia en salida, empezando lógicamente por remodelar el mapa episcopal español. Una maniobra semejante a la que ya se hizo en España en los años 80.

Se trata, en esencia, de volver a repetir el plan puesto en marcha por Juan Pablo II, pero al revés. Entonces, se le llamó el “plan Tagliaferri”, porque el Nuncio encargado de poner en marcha la reconversión eclesial fue Mario Tagliaferri (el 'cortahierros'). Y lo aplicó a conciencia, apoyándose en dos adalides consumados. Primero, el cardenal Suquía y, después, su “ahijado”, el cardenal Rouco Varela.

Cardenal Rouco
Cardenal Rouco

La involución consistió en “congelar” el Concilio, su espíritu y sus propuestas. Una estrategia que se va imponiendo en la Iglesia española poco a poco, con ese plan perfectamente diseñado, que, para “meter en cintura” a la Iglesia postconciliar española (demasiado taranconiana, para el gusto de la Roma de entonces), descansa en cuatro pivotes: copar la cúpula de la Conferencia, remodelar por completo el mapa episcopal, acallar a las voces díscolas, encarnadas sobre todo por teólogos, revistas y movimientos juveniles, y potenciar a los nuevos movimientos neoconservadores: Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Focolares, etc.

Tras conquistar la CEE con el cardenal Suquía, Tagliaferri se dedica a nombrar obispos a clérigos mediocres, que brillan esencialmente por su seguridad doctrinal y por su absoluta docilidad y sumisión a las consignas de Roma. Con un total de sesenta cambios en las sedes episcopales en menos de diez años. Los últimos de Tarancón (Díaz Merchán, Úbeda, Torija, Yanes, Conget, Echarren, Osés...) quedaron “congelados” en sus respectivas diócesis. Y comenzaron a llover los obispos “seguros”.

Pasados más de 30 años, la apuesta neoconservadora de la Iglesia se demostró perdedora: las iglesias se vaciaban y la secularización y descristianización avanzaba más que nunca. Cisma silencioso, sangría constante de fieles hacia la indiferencia religiosa, que los nuevo movimientos (Kikos, Comunión y Liberación, Focolares, Legionarios de Cristo u Opus Dei) no consiguieron frenar. Su modelo de Iglesia involutivo, doctrinario, rígido y basado en seguridades no dio resultados.

Nuncio Tagliaferri y Suquía

Con Francisco, en Roma, el modelo eclesial global pasa de la involución a la evolución. Un nuevo ciclo eclesial abierto a los signos de los tiempos, que vuelve a reconectar la institución al Concilio que la puso al día. Para que deje de ser sal insípida. Para que vuelva a seducir a la gente que busca sentido a sus vidas en el seguimiento de Jesús y, por lo tanto, la institución y sus estructuras dejen de ser obstáculo y piedra de escándalo en el camino de los buscadores de Dios.

En España, el plan de Bernardito Auza es revertir el de Tagliaferri o copiar el de uno de sus predecesores, el famoso Luigi Dadaglio, que ocupó la nunciatura española de 1967 a 1980. Desde ella, junto a Tarancón, cambió, con sus nombramientos episcopales, a la anquilosada jerarquía española preconciliar y la hizo abrazar con entusiasmo el Concilio y aplicarlo en España.

El nudo gordiano de la estrategia nuncial pasa por el cambio del mapa episcopal. Para conseguir una nueva revolución episcopal, el plan de Auza preveía varios pasos en diversas etapas. La primera era el análisis de la realidad episcopal: conocer a fondo a todos y cada uno de los prelados españoles y situarlos en relación con el Concilio y con la primavera de Francisco. Un paso completado.

Rouco

Pronto se dio cuenta el nuevo Nuncio que, en relación con el Concilio y con el Papa Francisco, nuestros obispos cuerpean, se van a tablas, hacen como si, disimulan lo que pueden, intentan incluso adornarse con algunas palabras del léxico papal (fronteras, en salida...), pero no siguen al Papa. Ni de cerca ni de lejos.

Algunos porque no quieren. Su modelo de Iglesia-clerical está muy alejado del del Vaticano II y del del Papa Francisco. Otros miran al Papa con cierta simpatía, saben que en conciencia tienen que obedecerlo y no romper la comunión ni afectiva ni efectivamente, y hacen esfuerzos sobrehumanos por adecuarse aunque sólo sea al nuevo estilo pastoral de Francisco. Pero "no les sale".

Con esa misma frase, me lo confesaba hace poco un prelado español: “Mira, Vidal, yo siempre he sido conservador y esto del Papa Francisco no me sale y, para intentar adecuar mi pastoral a la suya, tengo que hacer auténticos esfuerzos”.

Nuncio

Algunos, en su juventud, fueron curas y obispos del Vaticano II. Pero de ésos, ya quedan pocos y, además, para acceder a la mitra en el largo pontificado de Juan Pablo II tuvieron que renunciar a sus raíces e involucionar como lo hizo toda la institución.

Pero es que, además, la mayoría de los actuales obispos ya fueron formateados, en los seminarios y en los presbiterios de casi todas las diócesis españolas, en el modelo wojtyliano, que exigía obispos seguros doctrinalmente, centrados en lo sacramental, volcados en la espiritualidad y de pastoral de mantenimiento. O seguían esas pautas o no entraban en las ternas episcopales. Formados en el más rancio clericalismo, fueron fieles a su chip de funcionarios de lo sagrado. Y, por eso, ahora, les cuesta tanto virar hacia Francisco. Tendrían que resetearse. Y no tienen ganas de hacerlo y, además, ya no están en edad de esas cosas.

Ante esta situación real, el plan de Auza, a corto y medio plazo, pasa por las siguientes decisiones. En primer lugar, colocar en las grandes sedes episcopales a los obispos 'convencidos', de los que todavía quedan un puñado. En segundo lugar, aislar a los 'involucionados'. En tercer lugar, convertir a los 'moderados' (la mayoría), en activos partidarios de las reformas. Y en cuarto, buscar un nuevo Tarancón.

NUncio y Osoro

No le será nada fácil a Auza encontrar al nuevo Tarancón, entre un episcopado mayor y sin grandes figuras. Entre los más jóvenes, se apuntan algunos nombres en círculos eclesiásticos, como el del obispo de Barbastro, Ángel Perez Pueyo, el de León, Luis Ángel de las Heras, el obispo-coadjutor de Almería, Antonio Gómez Cantero, el arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, el obispo de Getafe, Ginés García Beltrán, el administrador de Bilbao, Joseba Segura o el excelente auxiliar de Madrid, José Cobo.

Ante la imposibilidad de crear un Tarancón ex novo y con Blázquez con la renuncia ya presentada, Auza se va a apoyar, para cambiar la Iglesia española, en el tándem formado por Osoro y Omella. Será uno de los últimos grandes servicios que los dos harán a la Iglesia española y al Papa. Porque sus pontificados, que están expirando, es previsible que coincidan en tiempo con el de Francisco.

Los dos son amigos, se llevan bien y están dispuestos a compartir el poder-servicio. Omella no puede ser el nuevo Tarancón, aunque sólo sea porque cumplirá en abril los 75, pero se le parece mucho en personalidad, simpatía, preparación, experiencia y asunción de los postulados del Concilio y de las reformas del Papa.

Auza y Blázquez
Auza y Blázquez

Omella y Osoro unidos aglutinan un número suficiente y mayoritario de obispos como para hacer frente al rouquismo sin Rouco, es decir a la treintena de incondicionales que todavía le quedan y que siguen respondiendo a sus indicaciones. Porque Rouco está jubilado, pero sigue moviendo los hilos entre bambalinas. Tiene experiencia, ganas de pasar factura a los que considera que lo han traicionado, tiempo para urdir estrategias en torno a su candidato, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, y un buen ramillete de prelados que le estarán eternamente agradecidos, porque le deben la mitra.

De hecho, recién llegado a Madrid, Rouco y los suyos trataron de hacerle la 'envolvente' a monseñor Auza y éste, en un primer momento se dejó querer, hasta que el propio Papa, alertado por sus más fieles, le dio un buen 'tirón de orejas'. Y Bernardito se da cuenta de que el ex 'vice-papa' español maniobra en vano, porque los tiempos eclesiales han cambiado. Y ningún obispo quiere discrepar del Papa (aunque algunos lo hagan en su fuero interno) ni entrar a formar parte del exiguo número de cardenales y obispos resistentes. El antiguo régimen episcopal se muere por inanición. Del emperador al triunvirato, pero sin que se vea asomar todavía el nuevo.

Osoro y Omella
Osoro y Omella

En contra de la especie bastante difundida, el Nuncio trabaja y mucho. Entre otras cosas, porque pide 60 informes de cada episcopable, para después hacer un informe de los informes y una valoración final. De esa valoración salen las ternas. Y prácticamente ahí termina la labor de Auza.

Porque, una vez confeccionadas, las ternas tienen que pasar (por orden del Papa) el filtro del triunvirato. Una vez consensuadas, las ternas pasan a la Congregación de Obispos, que dirige el conservador cardenal Ouellet, pero donde también asienta sus reales (y con plenos poderes para España) el cardenal Omella. Sin su visto bueno final no se aprueban las nuevas mitras españolas.

Por lo tanto, si la revolución episcopal apenas ha asomado la oreja, es porque el cuadriunvirato no se ha puesto las pilas. Porque ternas hay y curas preparados y del estilo de Francisco, también. Y el oficio de obispo, como todos, se aprende, siempre que se parta de curas con almas de pastor, entrañas de misericordia y una buena dosis de empatía social.

Es evidente que el triunvirato está de salida. Primero, Blázquez; después, Osoro y, por último, Omella. El encargo directo que tienen del Papa es que dejen encauzada la revolución episcopal española. ¡Es hora de que se pongan manos a la obra! Con sinodalidad, pero sin buenismos. Sin caer en lo stics autoritarios del anterior emperador, pero sin renunciar a tomar decisiones de calado y de futuro. Aunque algunas tengan que imponerlas, saltando el escalafón, que, en España, sigue teniendo demasiada importancia, como se ha demostrado en el último nombramiento del obispo de Tarrasa para Sevilla.

El tiempo apremia y, si el triunvirato no activa un cambio radical, la Iglesia española está condenada a la irrelevancia social. Y, desde ahí, ni siquiera se puede ser levadura en la masa.

Auza, Omella y Osoro
Auza, Omella y Osoro

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