"Las 'dubia' ya están respondidas en el capítulo VIII de la 'Amoris laetitia'" Un engaño sutil en las "dudas" de Burke

(Elske Rasmussen, teóloga).- Algunos grupos conservadores intentan hacer creer que un cambio de la disciplina que ellos no soportan (la posibilidad de comulgar para algunos divorciados vueltos a casar) es una caída en el abismo del relativismo. Pero intentan mostrar que ellos no son cismáticos. ¿Cómo lo hacen? Pretendiendo enseñar que para interpretar un documento del Papa no interesa su propia intención ni lo que él realmente ha querido decir (muy explícito en la carta que envió a los Obispos de la Región Buenos Aires).

Eso no cuenta para ellos. Sólo interesa lo que dijeron los Pontífices anteriores. A Francisco sólo se le permite decir lo que dijeron los anteriores, y si dice algo diferente, debe ser interpretado de tal manera que siga afirmando lo que afirmaron los anteriores.

De este modo, la Iglesia, la asistencia del Espíritu y el carisma de Pedro, quedan fijados para siempre en la renuncia de Benedicto XVI (o antes). A partir de allí ningún Papa puede modificar algo, y sin importar lo que él quiera decir, sólo puede servir para ilustrar lo ya dicho por san Juan Pablo II.

Entonces, estos sectores ultraconservadores -repletos de odio debido a la pérdida de poder que han sufrido- se presentan como los salvadores de este Papa, interpretándolo de manera contraria a lo que él quiere decir. Es decir, ellos son los dueños de la correcta doctrina de la Iglesia, que procuran esconder el "peligroso relativismo" de Francisco. Porque parece que si una mujer en segunda unión comulga, se les revuelven las tripas de asco.

La realidad es que Francisco no niega que existan verdades objetivas y normas universales. Nunca afirmó que lo malo se convierta en bueno por la intención del sujeto. No le gustan ni el subjetivismo ni el relativismo. Para él, el adulterio es adulterio y el proyecto divino es el matrimonio indisoluble. Y además sabe perfectamente que nadie puede comulgar, si no está en gracia de Dios. No necesita que le enseñen el Catecismo. Entonces, que dejen de manipular su mensaje con el viejo ardid de repetir frases fuera de contexto o agregando a sus palabras otras que él no ha dicho.

Francisco sólo retoma una vieja convicción de la Iglesia, que no niega nada de lo anterior: alguien puede cometer acciones objetivamente malas, que, sin embargo, pueden no ser subjetivamente graves debido a determinados condicionamientos. Si esto es así, esa persona no pierde la vida de la gracia. Como no la pierde quien sufre una enfermedad mental y en un momento de descontrol comete una falta grave. Esto es viejo, clásico. Lo enseña explícitamente el Catecismo y lo han dicho varios documentos de la Iglesia, algunos de ellos citados en Amoris laetitia. Negar esto sería estar en contra del mismo san Juan Pablo II.

Lo único que agrega este Papa, que permite abrir una puerta en la disciplina observada hasta ahora, es que el pastor junto con una persona que le confía su intimidad, puede llegar a discernir que, más allá de una falta objetivamente grave que se intenta superar, esa persona puede no ser plenamente culpable debido a determinados límites de su vida. La vida concreta -lejos de los escritorios de los Cardenales- con sus ásperos límites, hace que la culpabilidad pueda estar atenuada, sin que eso implique llamarle blanco a lo que es negro.

Cuando la culpabilidad está atenuada, esa persona puede estar en gracia de Dios. Por lo tanto, puede haber un camino de discernimiento abierto a la posibilidad de comulgar. Esto parece obvio, pero algunos esquemas mentales muy rígidos y estructurados se resisten a incorporar esta lógica diferente en la praxis pastoral.

De todos modos, ningún discernimiento otorga a alguien una certeza de estar en gracia de Dios. Nadie posee esa certeza, ni siquiera las vírgenes más puras. Nadie, cuando va a comulgar, tiene certeza de estar en gracia. Sin embargo, va a comulgar porque pudo alcanzar "cierta seguridad moral" a partir del discernimiento que hizo con su pastor.

Lo dicho brevemente basta para advertir que las "dudas" (dubia) presentadas a Francisco ya están respondidas. Una lectura atenta del capítulo VIII de Amoris laetitia las responde. Sin embargo, quisiera detenerme en la cuarta de esas dudas, porque encierra una trampa que puede provocar confusión.

Esta duda se refiere a las "circunstancias que atenúan la responsabilidad moral", y pregunta si todavía es válido lo que dice Veritatis Splendor 81: "las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección".

Atentos. Francisco no ha dicho que los actos íntimos de la convivencia "more uxorio" de los divorciados vueltos a casar puedan convertirse en actos "subjetivamente honestos" o justificables "como elección". Amoris laetitia sólo da lugar a pensar que en algunos casos la culpabilidad de los conviventes (o de uno de ellos) pueda estar atenuada.

No se puede pasar por alto un ejemplo que aparece en la Exhortación Apostólica, que puede darse en personas con "gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas" (AL 298). Esto ocurre particularmente cuando están en juego los hijos de una segunda unión, donde a veces en la pareja uno es católico y el otro no tiene interés alguno en las enseñanzas de la Iglesia.

Pero que la culpabilidad esté disminuida porque la capacidad de decisión está fuertemente condicionada, no significa presentar esa situación como un ideal a elegir. De hecho, la misma Amoris laetitia, rechaza la actitud de alguien que "ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano" (AL 297). En ese caso no sólo excluye la posibilidad de recibir la comunión sino incluso de prestar servicios eclesiales como dar catequesis, etc.

Entonces, los actos objetivamente malos de esa convivencia nunca pueden presentarse como una elección de vida, un ideal personal o como actos honestos. Para hablar de estos temas hay que ser precisos y cuidar ciertas sutilezas que nos impiden hacerle decir a otro lo que no ha dicho, sobre todo cuando se trata del Vicario de Cristo.

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