Una parroquia de Madrid no quiso albergar el funeral El funeral de Enrique Miret

Antonio Aradillas.- En la tarde-noche de ayer 15 de octubre se celebró la misa en la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid en sufragio del alma de Enrique Miret. Fue concelebrada por el P. Ángel García, fundador y presidente de "Mensajeros de la Paz", por Gerardo Cuadra, sacerdote y arquitecto, y Antonio Aradillas, sacerdote y periodista, amigos de la familia Miret-Magdalena. La celebración eucarística constituyó un fervoroso y multitudinario testimonio de fe y de reafirmación de cuanto Enrique ha significado en la Iglesia en los últimos años, con sus escritos, su palabra y su testimonio de vida familiar, social y profesionalmente. La participación de asistentes en la misa y en la Comunión resultó litúrgicamente tan numerosa como reconfortante, fiel expresión de que han sido y son muchos los que están plenamente de acuerdo con su idea, concepción y práctica de la Iglesia con proyección de futuro.

A la salida del templo fueron comentadas unas palabras del P. Ángel aludiendo a un determinado templo de Madrid en el que el mismo Enrique había mostrado interés especial en que fuera celebrado su funeral, no habiendo sido posible por no haberlo permitido sus responsables eclesiásticos. El celebrante agradeció la acogida al párroco de San Jerónimo, en el que por cierto en su tiempo tuvo lugar la celebración de su matrimonio.

Tema de comentario fue también la ausencia en la misa de sacerdotes-teólogos con los que Enrique había compartido docencia en diferentes facultades universitarias pontificias. Se comentó con dolor y sorpresa que, estando presente en la misa el arzobispo anglicano de Madrid, amigo de Enrique, no se le hubiera dado oportunidad de intervenir activamente en la ceremonia religiosa, por lo que hubo de permanecer durante ella junto a la familia con sus atuendos episcopales respectivos.

De todas maneras, la muerte de Enrique Miret, teniendo en cuenta además el eco y los comentarios que ha suscitado su noticia, ha sido un verdadero acontecimiento con dimensión popular e intelectual en España. Sus recuerdos son muchos, habiendo contribuido a ello sus repetidas intervenciones en todos los medios de comunicación, sin escatimar temas de contenido social, familiar y religioso, haciéndolo además con todo rigor, a la vez que con lenguaje plenamente inteligible. Enrique jamás rehuyó afrontar tema religioso alguno por escabroso o inédito que fuera, o que así lo hubieran otros estimado, con señeras e ilustradoras aportaciones para el presente y para el futuro y siempre con la más limpia, desinteresada y evangélica disponibilidad.

Mis recuerdos personales fueron y habrán de seguir siendo muy consistentes, asentados ya desde la coincidencia con él en los organismos nacionales de la Acción Católica en tiempos heroicos, a la vez que en tantos medios de comunicación social como el "Pueblo", "Hora 25" de la Ser, "El Imparcial", "Sábado Gráfico" y no pocos libros. En el prólogo que le hizo a mi libro "Iglesia, nueva frontera", editado en 1967, destacó lo siguiente: "El Concilio ha sido un despertador de conciencias dormidas. Estábamos somnolientos con nuestras rutinas y conformismos y ahora, de repente, nos hemos hecho maduros; somos hombres y mujeres adultos dentro del Catolicismo. Aunque seamos débiles, imperfectos; pero ya no podemos vivir infantilmente como vivíamos antes en el plano religioso".

La fidelidad, el respeto y la admiración me instan a hacer aquí referencia a un hecho sorprendente e inédito que conviví con Enrique en los tiempos de la post-Cruzada patria. Preparábamos un coloquio radiofónico, del que era yo su responsable, en el que además de Enrique y otros, intervenía un sacerdote al que me conformo aquí y ahora de tachar benévolamente sólo de "asilvestrado", quien se dirigió a Enrique y le manifestó que, en conformidad con los estudios de historia por él realizados, al siglo XX todavía le faltaba en España otra confrontación bélica por motivos religiosos, añadiendo que en la misma uno y otro habrían de estar situados en distintas trincheras. Al confesar Enrique que él no tiraría, el presunto "ministro del Señor" alardeó sin humanidad alguna que ello supondría una ventaja para él que sí que habría de tirar...

Eran posiblemente otros tiempos, pero Enrique fue y seguirá siendo el mismo humanista cristiano pacífico y pacificador cuyo ejemplo perdurará siempre.

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