"Ha entrado en una vorágine que habla de las expectativas y miedos que ha suscitado" La revolución tranquila de Cobo
"Un miedo que, en realidad, es al papa Francisco y a lo que este ha visto en Cobo hasta el punto de tomar personalmente la decisión de que fuese él y no otro candidato quien asumiese el mando en una sede en la que todavía sigue mandando mucho el cardenal Rouco, hasta el punto de haber cortocircuitado los nueve años de mandato del ahora arzobispo emérito, el cardenal Carlos Osoro"
“Ahora necesitaré un tiempo para asimilar esta nueva situación y dejarme ayudar por vosotros para situarme donde siempre, pero de forma diferente”. Apenas ha tenido José Cobo, el nuevo arzobispo de Madrid, ese tiempo para ponerse el traje de máxima autoridad de la Iglesia católica en la archidiócesis que abarca la capital del Reino, la más determinante e influyente de la Iglesia en España, porque desde que se hizo público su nombramiento, el 12 de junio, y pronunció esa frase que dejó descolocados a sus críticos -que los tiene- ha entrado en una vorágine que habla de las expectativas y miedos que ha generado este obispo menudo, bajito y a quien se le escapa el acento andaluz cada vez que descuelga el teléfono para hablar con sus padres, inmigrantes de aluvión sedimentados por la necesidad en la periferia de Madrid, a la que llegó con siete años.
Un miedo que, en realidad, es al papa Francisco y a lo que este ha visto en Cobo hasta el punto de tomar personalmente la decisión de que fuese él y no otro candidato quien asumiese el mando en una sede en la que todavía sigue mandando mucho el cardenal Rouco, hasta el punto de haber cortocircuitado los nueve años de mandato del ahora arzobispo emérito, el cardenal Carlos Osoro.
Moldeado por la periferia
Esa periferia -concepto tan del gusto del papa Francisco- ha moldeado a Cobo (Sabiote, Jaén, 1965) por dentro y por fuera y es lugar físico y eclesiológico al que volverá para situarse de nuevo, pero ahora desde el epicentro del poder de una Iglesia con casi 500 templos, más de 2.000 curas y miles de religiosos y religiosas. Impulsor de los curas villeros de las ‘villas miseria’ de Buenos Aires, el Papa Bergoglio descubrió cualidades similares en Cobo cuando este, acompañando en su calidad de obispo auxiliar a Carlos Osoro, fue a rendirle cuentas personalmente, con la carpeta bajo el brazo, del escándalo suscitado por del caso Fundaciones, un entramado inmobiliario que llevó a la Iglesia madrileña a las primeras páginas de la actualidad por desahuciar a familias y vender los pisos que gestionaba a través de un patronato sobrevolado por buitres a los que a menudo convoca la Iglesia por una gestión garbancera de sus fondos.
No es el caso de Cobo. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid antes de entrar en el Seminario de las Vistillas, sus cercanos subrayan su capacidad de gestión y organización. Y esas dotes le permitieron enmarcar en su justo lugar el origen de un escándalo económico que ha estado a punto de sentar en el banquillo al cardenal Osoro.
Al igual que a esos curas a los que Bergoglio dio carta blanca en las periferias argentinas, Francisco vio (y también le contaron) el gusto por lo social de aquel obispo auxiliar, cuestión ésta que le ha valido a Cobo una etiqueta, la de progresista, en la que no se siente cómodo, sobre todo porque se la arrojan sin misericordia a la cara como una forma de enfrentarlo dentro de la Iglesia con quienes (y no son pocos) se sienten todo lo contrario. “Jose es un hombre tranquilo y con sentido común. Quien lo conoce sabe que no es un revolucionario. Siempre actúa con discreción, serenidad y buen hacer”, señalan desde su entorno más cercano. Pero es innegable su vertiente ‘social’, en contraposición con la de otros pastores en donde prima más lo ‘jurídico’, lo canónico, al igual que en muchos sacerdotes, nostálgicos de un nacionalcatolicismo que creen necesario hacer reverdecer y refractarios a una Iglesia más abierta al mundo como la que abandera Francisco, al que acusan de haber ‘desacralizado’ la institución.
Una de las primeras encomiendas de Cobo tras su ordenación sacerdotal fue la de ser viceconsiliario de las Hermandades del Trabajo, junto con la Hoac, lo más parecido que le queda a la Iglesia del espíritu sindical y obrero que nació a la sombra de las parroquias en los años 50 y 60. Compaginó aquella tarea con la de cura en varias parroquias, entre ellas, la de Aluche, barrio madrileño donde el hambre hacía cola para esperar algunas bolsas de comida con las que transitar las sucesivas crisis, recesiones y pandemias. Cobo ayudó a resistir aquellos momentos, compartió desvelos de drogadictos, desesperanzas de prostitutas y miedo de sin papeles, y en ese barrio fue a pedir el desmantelamiento del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), denunciando la criminalización de los inmigrantes y alertando del discurso del odio que lleva aparejado, ahora ya como presidente del Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
El primero en dar la cara por las víctimas
Como obispo auxiliar -fue nombrado a finales de 2017-, fue el primero en participar dos años después en un encuentro organizado por Religión Digital con víctimas de abusos sexuales cuando la inmensa mayoría del Episcopado español seguía de medio lado ante este drama. Él mismo ha reconocido hace unos meses en una jornada académica sobre este asunto, organizada por la Universidad Pontificia Comillas, que en la CEE, “tras un período de diletantismo”, se han dado “varios pasos, pero con una aceptación muy diversa”. Como usuario de metro, sabe lo que se siente cuando le llaman pederasta por ir vestido con el clergyman, pero también sabe, porque las ha acompañado -a una incluso la ha confirmado hace poco-, el dolor que brota de las víctimas cuando alguien las escucha, experiencias todas desgarradoras que le permiten advertir del peligro de la “eclesiopatía”, donde “la Iglesia se convierte en el centro de atención y solo se ocupa de salvar su pellejo, se cierra y solo intenta defenderse”.
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