Mañana preelectoral en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Ocho segundos de despedida para el cardenal
(Jesús Bastante/José Manuel Vidal).- Un aplauso de ocho segundos. Nueve, siendo generosos. Así recibieron los obispos españoles el final del último -y larguísimo- discurso de su todavía presidente, Antonio María Rouco Varela. Un Rouco con una profunda afonía (venía de pronunciar la homilía en el funeral de Estado por el 11-M) y que llegó a la sala de la Plenaria cuando todos los focos -y los apretones de manos y palmadas- se giraban hacia la persona que se sentaba a su derecha: Ricardo Blázquez.
Fueron más numerosos -y algo más duraderos- los aplausos a la intervención del Nuncio Fratini, que parece haberse contagiado -por voluntad propia, u obligado por la realidad- del "efecto Francisco". En todo caso, obispos, periodistas y trabajadores de Añastro recibieron con alegría el llamamiento a preocuparse más por sembrar el trigo que por la posible cizaña de una sociedad que hace tiempo dejó de entender a la Iglesia comandada por Rouco Varela.
Como en todas las plenarias, multitud de anécdotas. En esta ocasión de una manera especial, al tratarse de una reunión en la que se celebraban elecciones. Aquí, oficialmente, no hay partidos ni campañas electorales, pero sí grupos y sensibilidades episcopales distintas, que tienen que plasmarse, lógicamente, en personas y en estructuras. Mediaciones, que dicen los obispos. Huele a votos y huele a fin de reinado de Rouco. Y la mayoría episcopal no parece sentir en demasía su marcha. "A Don Antonio -dice un fontanero de Añastro- se le teme o se le respeta más que se le quiere".
La sala de la Plenaria está repleta de periodistas, invitados y obispos. Aunque se echa en falta al cardenal Amigo en la presidencia. Tampoco se vio a monseñor Uriarte ni a monseñor Ureña, el titular de Zaragoza. O al histórico portavoz José Sánchez.
Por primera vez tras su marcha de la Secretaría General, Juan Antonio Martínez Camino ha de sentarse entre los obispos. Su puesto está justo delante de los periodistas, junto a Mario Iceta, obispo de Bilbao. Su pectoral de oro (o dorado) contrasta con las cruces plateadas que se imponen -Francisco obliga- mayoritariamente en el Episcopado. "¿Así que te ha tocado aquí? Pues nada, aquí ya para siempre", bromea Iceta, aunque Camino no parece estar para chanzas. Si alguna vez lo estuvo. Algunos medios lo colocan como presidente de la Comisión para la Doctrina de la Fe, pero los tiempos no aconsejan este tipo de decisiones. En su anterior puesto, José María Gil Tamayo, cuyo tamaño no termina de cuadrar con el cubículo en el que le sitúan.
Afable, como siempre, se acerca a saludar monseñor Vives, el copríncipe de Andorra. Siempre bromista asegura que llega la primavera, "aunque algunos no quieran". Y, para alcanzarla de verdad, habla con su símil agrícola: "Hay árboles muy enraizados que costará trasplantar, cortar o podar. Pero todo se andará".
Ya más en serio se muestra preocupado por las informaciones sobre Cataluña en la reciente visita ad limina de los obispos. Primero, explica (lo sabe por ser copríncipe de Andorra) que lo que a uno le dice el papa no se puede contar. Sólo se puede referir lo que uno le dice al Papa. Y matiza que el auténtico pensamiento del vaticano sobre Cataluña lo refirió el Secretario de Estado, Pietro Parolín ("No creo que la Santa Sede deba entrar en la cuestión catalana"), y no el ministro de Exteriores Margallo ni el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez. El Primado dijo que "El Papa está preocupado por una posible secesión en España".
Me cruzo con el preconizado Ricardo Blázquez. Le saludo, le deseo suerte y me contesta: "Gracias, Manolo". No sé por qué siempre me llama Manolo. Todos quieren saludar a Blázquez, sin duda el más buscado. El arzobispo de Valladolid mantiene un largo aparte con el cardenal Sistach, ante la atenta mirada del neo cardenal Sebastián, otro de los más abrazados, que contempla la escena repanchigado en su nuevo sillón, en la mesa presidencial, como corresponde a un purpurado. "Todo sigue igual", asegura.
Después llega el Nuncio, con el que también departe Blázquez, antes y después del discurso de Rouco. Y un cariñosísimo cardenal Estepa, que acaba de pasar por un serio problema de salud y que observa, entre divertido y expectante -"he vivido muchas cosas en tantos años"- el futuro de la Conferencia Episcopal.
Tras Blázquez, los más buscados son Juan del Río y Carlos Osoro, que tiene tiempos para confidencias y para dejarse fotografiar. Aunque para muchos son candidatos, ambos subrayan que el arzobispo de Valladolid lo tiene hecho, y que ellos estarán a su lado "para lo que haya que hacer". También el arzobispo de Santiago, que asegura tener "el voto decidido" y que no espera sorpresas, o Jaume Pujol, muy contento después de la visita a Francisco.
Al otro lado, el "candidato" del sector conservador, Juan José Asenjo, que se muestra tranquilo. "Tengo mucho trabajo en mi diócesis. He estado fuera de ella por la visita ad limina y la echaba mucho de menos". Pasa a su lado Jesús Sanz, sonriente y afable, hasta cariñoso, que nos toca el pelo: "Ay, eso es lo que me falta", bromea.
Piris, también cariñoso, asegura que tiene ya "pensado" su voto, pero que puede haber sorpresas:
-¿En la vicepresidencia?, pregunto
-Arriba, arriba del todo, contesta.
No piensa esto el obispo de Segovia, Ángel Rubio, quien al final del discurso de Rouco confesaba ante los medios que "hay un favorito, sí, pero ya está hasta 'por ley', iba a decir, que es el vicepresidente". "Pero vamos, puede serlo o no puede serlo", dijo después.
También lo da por hecho Juan José Omella, que bromea sobre el hecho de poder ser el "candidato sorpresa" por su cercanía a lo social -es el consiliario de Manos Unidas-. "Si me eligen, te vienes conmigo", bromea, sabedor de que resulta incluso más improbable lo segundo que lo primero.
También saludo al nuevo obispo auxiliar de Santiago de Compostela, Jesús Fernández:
-¿Qué tal na miña terra, monseñor?
-"Excelente. Los gallegos sois gente tan acogedora y cariñosa que uno se siente como en casa"
En un aparte, un clan asturiano especial: El obispo auxiliar, monseñor Menéndez, el obispo de Guadalajara, Atilano Rodríguez, y Enrique Llano, el nuevo miembro del superministerio económico vaticano.
Es una de las estrellas invitadas de la Plenaria. Buena persona y un poco tímido, se acercan a saludarlo y él se quita importancia. Su amigo y "padrino" Fernando Giménez Barriocanal le presenta a algunos obispos y al propio cardenal Rouco, que no lo conocía, al menos de cara.
Algunos comentan, a la salida, que Rouco estuvo a punto de quedarse sin voz, tras la misa cantada de la mañana y la larga lectura de su cansino discurso. Él mismo pidió "perdón por la longitud del discurso, pero la ocasión lo merecía".
Al término del discurso, una afable conversación con el obispo de Córdoba. Demetrio Fernández, que defiende con vehemencia la propiedad de la Iglesia de la mezquita-catedral de Córdoba. "Aquí nos estamos jugando mucho más que la titularidad de un edificio", asegura, ante la atenta mirada de José Ignacio Munilla, siempre amable, aunque siempre distante, con RD.
Todo lo contrario que el obispo de Santander, Vicente Jiménez Zamora, al que alguno todavía confunde con el arzobispo de Zaragoza. Él lo encaja con deportividad: "A veces me he encontrado con aragoneses en Cantabria y me han llegado a preguntar por la Pilarica", sonríe.
En definitiva, una Plenaria electoral, que por primera vez en décadas no parece marcada por la tensión. Rouco, quien mientras Francisco quiera tendrá, como arzobispo de Madrid, puesto fijo en el Comité Ejecutivo, no tiene fuerzas para quemar sus barcos en esta última batalla, una vez perdiera, en noviembre, la de la Secretaría General. O eso, o nos espera una escandalosa sorpresa. No parece ser así: incluso el propio cardenal de Madrid hacía un llamamiento a sus sucesores a modificar los estatutos de la Conferencia Episcopal para lograr un gobierno más colegiado. Como quiere Francisco y como él se negó a hacer durante cuatro largos mandatos.