Desayuna conmigo (sábado, 24-10-20) Esperando al mesías

El saber está en los libros

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Si bien los términos vacuna,alarma, toque de queda y confinamiento, referenciados sobre todo a las últimas y a las primeras horas del día, son los que deambulan por el circuito de nuestras cabezas este sábado, la fecha de hoy nos refleja en la pantalla del ordenador, o mejor nos pone sobre la mesa de nuestro habitual desayuno, otros bocados sabrosos y vitamínicos, como ONU,  cambio climático, información sobre el desarrollo, bibliotecas, polio y neuronas. En compás de espera quedan, por el momento, esos otros de homosexuales hijos de Dios, ligero apunte del Vaticano para adentrarnos en una tierra nueva o en un cielo nuevo, haciendo renacer en nuestras cabezas y costumbres la esperanza de un poco de sentido común. Lamentablemente, la osadía papal confina todavía en paciente espera a los miles de interesados a quienes les gustaría alcanzar ya la normalidad total de sus relaciones sociales y religiosas, dejando de lado, de una vez por todas, el chocante y difícil papel que les ha caído en suerte al verse obligados a forjar la armonía necesaria entre su cabeza y sus órganos genitales.

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Creo que entre las muchas reacciones y cambios que la pandemia del coronavirus está provocando no es la menor la conciencia de la importancia que, para la buena marcha del mundo en que vivimos, tiene la ONU. Es esa una reflexión oportuna que deberíamos hacer en un día como este, dedicado a ella al cumplirse hoy el 75 aniversario de su fundación. La celebración de este día, dedicado a la ONU, se estableció en 1947 y adquirió alcance universal en 1971. La carta fundacional de la ONU es un tratado internacional que, además de fundamentar la creación de este organismo, prevalece sobre los demás tratados internacionales, ya que en él se recogen las disposiciones acordadas en todos ellos a lo largo del s. XIX y en la primera mitad del XX, relativas al mar, la guerra, el derecho internacional y las fronteras.

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La ONU es un organismo internacional del que forman parte casi todos los países del mundo, excepción hecha curiosamente del atípico Estado Vaticano, que se mantiene en ella como mero “observador permanente”, y de otros cinco países que apenas tienen peso en el concierto mundial. En este contexto, habida cuenta de la repercusión mundial que está teniendo un virus para el que no existen fronteras de ninguna clase y que hace estragos en campos tan decisivos como la salud y la economía, a uno le hubiera gustado ver una ONU muchísimo más activa y decisiva para contenerlo y erradicarlo, pues mucho mejor nos habría ido a todos si desde su aparición se nos hubiera informado como es debido y se hubieran tomado las medidas oportunas. Es increíble que en una sociedad como la nuestra, tan estructurada y dotada de medios de comunicación, en asuntos tan graves como el coronavirus sigamos todavía como náufragos. Ojalá que la ONU adquiera pronto el prestigio y la autoridad necesarios para implantar en el mundo el sentido común, el único timón que podrá llevar la humanidad a buen puerto.

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Y, sin la menor duda, una de las grandes preocupaciones de la ONU es la preservación del clima, pues obligación suya es evitar que el consumo alocado de una parte de los ciudadanos del mundo y el desarrollo al trágala de los países ricos envenenen la fuente de la vida. Lo digo porque también hoy se celebra el “día internacional contra el cambio climático”, celebración promovida precisamente por ella. Como es bien sabido, el calentamiento de la atmósfera es debido, en gran parte, a los gases que se derivan de la quema de combustibles fósiles. El dióxido de carbono, emitido en demasía a la atmósfera desde los inicios mismos del desarrollo industrial, hace que la vida se desarrolle como en un invernadero. De ahí la urgencia de comenzar a utilizar energías que, además de sostenibles en el tiempo, sean limpias. La esperanza humana está cifrada en la generosidad con que nos las ofrece la misma naturaleza: energías solares, eólicas e hidráulicas. Lamentablemente, el costo de la extracción de esas energías ralentiza su explotación. A uno le gustaría ver implantado ya en el mundo un desarrollo cuyo epicentro no fuera solo la rentabilidad, sino también el servicio prestado a la humanidad.

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En esa misma línea discurre también la inquietud que supone el hecho de que hoy se celebre igualmente el “día mundial de información sobre el desarrollo”, información imprescindible para resolver muchos problemas generales. Se trata de una celebración, establecida también por la ONU en1972, con el propósito de atraer la atención mundial sobre los problemas causados por el desarrollo y la necesidad de mantener e intensificar la cooperación internacional para resolverlos. Que las tecnologías de información y comunicaciones lleguen a todo el mundo no solo nos permitirá encontrar nuevas soluciones a los problemas del desarrollo, sino también promover la competitividad, el crecimiento económico, el acceso al conocimiento, la inclusión social y la erradicación de la pobreza.

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Atan importante fuente de sabiduría humana, como es la comunicación, se suma el hecho de que, además, se celebre hoy el “día internacional de las bibliotecas”. El saber está en los libros, testigos mudos de nuestra historia y certificación fidedigna de lo que somos en función de lo que hemos sido. Una gran parte de lo que somos, por muy autónomos que nos sintamos y por muy chulos que nos pongamos, depende de lo que hemos recibido de otros. Aunque hoy se vaya recogiendo todo el saber humano en archivos electrónicos, que facilitan mágicamente el acceso a todo tipo de información, ahí seguirán las bibliotecas como arsenales tangibles del inmenso saber humano acumulado, saber que la indagación y la investigación seguirán agrandando afortunadamente. Aunque nada haya tan grave como arrebatarle la vida a un ser humano, un gran crimen es también arrasar una biblioteca y quemar sus libros. La celebración de este día se estableció en 1992 a raíz de que el conflicto de los Balcanes arrasase la Biblioteca Nacional de Sarajevo, desolación sobre la que el violonchelo del músico Vedran Smailovic derramó lágrimas y perlas de esperanza. El “memoricidio” nunca podrá salir triunfante mientras al ser humano le quede la suficiente cordura para entender que los libros son el cordón umbilical que le ancla a un pasado que, si bien está plagado ciertamente de lastimosos tropiezos, contiene inmensos tesoros.

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Finalmente, la mañana nos pone sobre la mesa un tema especialmente sensible para mí, el de la poliomielitis, pues hoy se celebra también el “día mundial contra la polio”. Lo digo, primero, porque, en su día, me impliqué a fondo largo tiempo en la consecución de los objetivos del Rotary International, la sugestiva organización que exige “dar de sí antes de pensar en sí” y uno de cuyos más encomiables objetivos es la erradicación del virus de la polio de todo el mundo, y, segundo, porque, aunque creo haberlo relatado ya en este blog, en Cliniques Saint Eloy de Montpellier conocí a una víctima de la polio, hermosa joven francesa, que desde su habitación en el hospital desarrollaba una asombrosa actividad social humanitaria con una mínima capacidad funcional. Gratos recuerdos ambos.

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Dicho lo cual, recordemos que esta celebración conmemora el nacimiento, un día como hoy de 1914, de Jonas Salk, investigador estadounidense que desarrolló la vacuna contra la polio. Se trata de una enfermedad que se transmite de una persona a otra por vía oral, ya que el virus se transporta en el agua o en los alimentos contaminados con materia fecal de otra persona infectada. Al llegar al intestino, el virus se multiplica y se excreta, dando origen a posibles contagios. Aunque es una enfermedad infecciosa, puede combatirse y evitarse con la vacunación. Dejemos constancia de que tiene muchas resonancias con el coronavirus que ahora tanto nos inquieta y atormenta. La implicación a fondo del Rotary International, secundado por otros organismos internacionales, ha conseguido erradicar un virus cuya acción ha quedado confinada en la actualidad en Pakistán y Afganistán.

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Me resisto a levantarme de la mesa del desayuno de hoy sin dejar constancia de que, un día como hoy de 1906, se les concedió el Nobel de Medicina a Santiago Ramón y Cajal, español, y a Camilo Golgi, italiano, “en reconocimiento a su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso”, concebido como  red continua y expuesto en la la teoría de la doctrina reticular que propugnaba Golgi, que fue totalmente desechada, o como células independientes que se contactan y que Ramón Y Cajal expuso en su doctrina de la neurona, explicación vigente que todavía hoy nos enfrenta al reto de ir conociendo poco a poco la complejidad del funcionamiento de nuestro cerebro.

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Los cristianos, retados por la dimensión misional de nuestra fe, a entender los desarrollos humanos de este comienzo del s. XXI, deberíamos ver en cada una de la “neuronas” de la red de aconteceres humanos que confluyen en nuestro desayuno de hoy la presencia de una sabiduría funcional que, por amor, mueve todo el engranaje de la vida. Tardaremos todavía siglos, quizá milenios, en conocer a fondo tanto nuestro cerebro como el arsenal de gracia que acumula el Evangelio, por más que a este último algunos supuestos “sabios” crean haberlo desplegado ya con fórmulas dogmáticas, demasiado simples y esquivas por muy labiosas que hayan sido. Dios nos llega a través de Jesús como aluvión de saber y sentir que nosotros no podemos menos de ir asimilando muy lentamente. Afortunadamente, mientras contemos con sabios como Ramón y Cajal y guías como el papa Francisco, además de con organizaciones como la ONU y el Rotary International, los caminos de esperanza, deliciosamente transitables, seguirán abiertos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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