Desayuna conmigo (lunes, 23.3.20) De virus y sequías
De martirio y solidaridad



Por otro lado, un día como hoy de 1980 Monseñor Romero pronunció el famoso sermón en la catedral de San Salvador en el que, defendiendo los derechos humanos, pedía al ejército salvadoreño que dejara de matar a los ciudadanos. Al día siguiente, durante la celebración de la misa en la capilla del hospital Divina Providencia, el arzobispo Óscar Romero fue asesinado por agentes del gobierno salvadoreño. Tras su canonización, no son pocos los fieles que se refieren a él como san Romero de América. El 3 de febrero de 2015 fue reconocido como mártir por odio a la fe; el 23 de mayo de ese mismo año fue beatificado en la plaza Salvador del Mundo y el 14 de octubre de 2018 fue canonizado en la plaza de san Pedro de Roma. Su condición de mártir facilitó que el lento proceso de elevación a los altares no requiera más pruebas de vida ejemplar que la constatación palmaria de su entrega total a la causa de los pobres y de cuantos sufrían que sus derechos humanos fueran avasallados por el poder de las dictaduras.

En noviembre de 1977 había dicho en una de sus homilías: «La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación» sin que posiblemente ello tuviera nada que ver con la “teología de la liberación”, tan en auge en aquellos momentos, aunque tras su muerte y canonización sea muy grande su predicamento entre los seguidores de esa teología. Desde luego, estamos ante un dirigente eclesiástico valiente y comprometido con la causa de la evangelización que conocía muy bien los riesgos de una predicación al estilo de la que hacía Jesús en su tiempo, sin miedo a cantar las cuarenta a quien lo mereciera y decidido a que los hambrientos pudieran comer y los desnudos, vestirse. Su apuesta por los pobres le llevó al martirio, delineando con ello un camino de salvación para la misma Iglesia. Como arzobispo, en sus homilías dominicales denunció las violaciones de los derechos humanos y manifestó en público su solidaridad con las víctimas de la violencia política.

Por lo que a este blog se refiere, desde él queremos tributarle el honor que se merece por haber hecho posible en nuestro tiempo la predicación de un mensaje sencillo y valiente, tal como corresponde a un pastor que debe aleccionar y defender a sus ovejas, sin amilanarse por el peligro de tantos lobos que siempre están al acecho. Cuando pensamos en una Iglesia mejor para el futuro, en una Iglesia que no languidezca, sino que esté viva y avive, es decir, en una Iglesia que predique el evangelio que se necesita en nuestro tiempo, haríamos mal en no mirar atrás para detenernos a contemplar la vida de tantos cristianos que lograron todo eso en las difíciles circunstancias que a ellos les tocó vivir. Tenemos, pues, un estimulante reto por delante y, tras nosotros, sangre de mártires que fructificará y palabra de hombres que cumplieron admirablemente con su deber de cristianos y de pastores del rebaño del Señor.

Por otro lado, hace hoy 20 años, el 23 de marzo de 1998, Sean Connery le entregaba a la película “Titanic" el último premio de una ceremonia redonda en el Shrine Auditorium de Los Ángeles. Se trataba del undécimo galardón que recibía la cinta de James Cameron, el Óscar a la mejor película. Ese film, sin ahorrarse ningún detalle de la descomunal tragedia que fue el hundimiento del Titanic, supo envolver el drama en un desarrollo romántico que encandiló a muchos millones de espectadores. Recordemos que el Titanic se hundió en la noche del 14 al 15 de abril de 1912 y que, de alguna manera, se convirtió en símbolo de la inconsistencia del orgullo humano, pues, mientras sus constructores presumían de haber diseñado un trasatlántico indestructible, un trozo de hielo lo mandó al fondo del Atlántico, algo así como que ahora un imperceptible virus esté trayendo de cabeza a toda la humanidad.

Otro acontecimiento esperanzador en la guerra sin cuartel que le hemos declarado al coronavirus tuvo lugar un día como hoy de 2005, cuando un grupo de científicos españoles lograron describir por primera vez la estructura del “virus vaccinia”, el virus que se había utilizado dos siglos antes como vacuna contra la “viruela”. La viruela fue un virus que causó estragos mucho más dramáticos que los que pueda causar nuestro actual ocupa, pero que afortunadamente fue erradicado de todo el mundo hasta el punto de que en 1980 fue declarado extinguido.

Somos muchos, seguramente todos, los que tenemos la mente fija en los laboratorios de todo el mundo y hasta las manos y los dineros, de haberlos, dispuestos a ayudar en cuanto fuera menester para acorralar y erradicar al virus que nos tiene enclaustrados en casa. ¡Ojalá que nuestros científicos españoles logren escribir pronto otra página de gloria en la consecución de un remedio contra este maldito invasor! Pero lo de menos es que lo consigan científicos españoles, pues el sigiloso enemigo que se agarra a nuestra garganta como una lapa ha logrado derribar todas las fronteras y reducir todas las lenguas a la única palabra que puede preservar nuestras vidas, la “solidaridad” universal
Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com