"El uso del clériman, un tema controvertido" El hábito no hace al diácono
"Si hay un tema que suscita controversia en los ámbitos diaconales, es el uso del clériman por parte de los diáconos"
"En general, las vestiduras clericales como una 'cruz', pero reconozco que hay ocasiones en las que debo hacer uso del cleriman"
"Es una cuestión que requiere discernimiento personal y sensibilidad cultural. No estamos obligados a usarlo, pero tampoco deberíamos descartar su importancia como signo visible de nuestra vocación"
"Cada situación demanda una respuesta particular, y nuestra decisión debería estar guiada por la prudencia, el respeto a las costumbres locales y, sobre todo, por nuestro compromiso de servir a los demás con humildad y autenticidad"
"Es una cuestión que requiere discernimiento personal y sensibilidad cultural. No estamos obligados a usarlo, pero tampoco deberíamos descartar su importancia como signo visible de nuestra vocación"
"Cada situación demanda una respuesta particular, y nuestra decisión debería estar guiada por la prudencia, el respeto a las costumbres locales y, sobre todo, por nuestro compromiso de servir a los demás con humildad y autenticidad"
Si hay un tema que suscita controversia en los ámbitos diaconales, es el uso del clériman por parte de los diáconos. Las opiniones al respecto generan un debate apasionado, y si uno hace algún comentario sobre este tema en redes sociales, el impacto en términos de interacciones (comentarios, likes, compartidos) se multiplica en proporción geométrica comparado con otras cuestiones menos sensibles. Parece ser un tema que toca fibras profundas, relacionadas con la búsqueda de la identidad diaconal, el clericalismo y la vida secular de estos ministros.
Por experiencia propia, debo reconocer que las vestiduras clericales me recuerdan mis tiempos pasados en la milicia y tienen para mí un peso simbólico y emocional significativo. Quizá esto se deba a que estando en la Academia Militar era obligatorio vestir el uniforme por la calle y nos cambiábamos arriesgándonos a un arresto porque preferíamos vestir de “paisano” antes que de uniforme para pasar desapercibidos. Tal vez por eso me resultan las vestiduras clericales como una "cruz", una cargaque etiqueta al que las lleva.
Sin embargo, también reconozco que hay ocasiones en las que debo hacer uso del cleriman, especialmente cuando tengo que presidir exequias en el cementerio. En estos casos, optar por la camisa gris o negra con la correspondiente tirilla blancas es mucho más práctico que revestirme con el alba y la estola entre coronas y lápidas. La comodidad y la eficiencia a menudo priman, ya que estas prendas permiten identificarse rápidamente como ministro y, al mismo tiempo, realizar el servicio con la debida dignidad. Tal vez influye que no ejerza el ministerio de “paisano” porque en el cementerio de nuestra parroquia celebran numerosos enterramientos de etnia gitana, en la que los pastores, todos de la iglesia de Filadelfia no usan vestiduras clericales, y los ministros católicos, sí.
Cierto, que el Directorio para el Diaconado Permanente señala que los diáconos no estamos obligadosa hacer uso del traje clerical, pero creo que su uso no busca marcar una jerarquía, sino más bien reforzar la identidad del ministerio diaconal dentro de un entorno ecuménico y plural.
Debo reconocer que no sé por qué es común el relacionar las vestiduras clericales con el celibato. Precisamente ya he tratado el vínculo del celibato con los diáconos casados, que aunque no absoluto, refleja la dimensión espiritual de su vocación como ministros ordenados. A pesar de estas complejidades culturales y religiosas, considero positivo que los diáconos hagamos uso de las vestiduras clericales en ciertos contextos, especialmente cuando ejercemos nuestro ministerio de forma visible. Cuando asistimos a un enfermo en el hospital o presidimos una Celebración de la Palabra, el traje clerical puede ser un signo tangible que nos identifica como clérigos, facilitando el reconocimiento por parte de la comunidad.
La identificación visual tiene un impacto significativo, especialmente en momentos de necesidad espiritual o emocional. Sin embargo, también es necesario actuar con sentido común y evitar situaciones que puedan generar confusión o incomodidad. Por ejemplo, no considero apropiado vestir el traje clerical en momentos de ocio, como cuando estoy con mi esposa paseando por la calle. Este tipo de contexto puede ser malinterpretado, no tanto por lo que uno es, sino por lo que representa al vestir las vestiduras clericales.
Hay que tener en cuenta que los diáconos vivimos en nuestros trabajos, comunidades de vecinos, matrimonios, colegios de nuestros hijos, en fin, inmersos en el mundo y esto lleva a la reflexión sobre la responsabilidad que implica portar estas vestiduras en la vida cotidiana. Imaginemos una situación tan trivial como conduciendo y encontrarse en un desacuerdo de tráfico: si llevo el clériman y un conductor me recrimina algo, ya no seré visto simplemente como un conductor más, sino como un representante del ministerio al que pertenezco. En ese sentido, las vestiduras clericales no solo nos identifican, sino que también nos colocan bajo un escrutinio constante, recordándonos que somos testigos visibles de nuestra fe.
En mi caso personal, el uso del alzacuellos sigue siendo limitado. No sé si esto se debe a una cierta dejadez, a una búsqueda de comodidad o a un intento de "pasar desapercibido". Pero también me pregunto si esta actitud responde a un deseo de no llamar la atención innecesariamente, algo que, como mencioné anteriormente, aprendí durante mi etapa militar. Aun así, cada vez más reconozco la importancia de este signo visible del ministerio diaconal, especialmente en un mundo donde los símbolos pueden marcar la diferencia entre ser percibidos como un laico o como un servidor, ministro ordenado, consagrado al pueblo de Dios.
En conclusión, el uso del clériman por parte de los diáconos es una cuestión que requiere discernimiento personal y sensibilidad cultural. No estamos obligados a usarlo, pero tampoco deberíamos descartar su importancia como signo visible de nuestra vocación. Cada situación demanda una respuesta particular, y nuestra decisión debería estar guiada por la prudencia, el respeto a las costumbres locales y, sobre todo, por nuestro compromiso de servir a los demás con humildad y autenticidad.
Etiquetas