Viernes Santo: Jesús murió por el pueblo, por un mundo mejor, asesinado y perdonando.
Jesús no murió por Dios, murió por el pueblo. La muerte de Jesús fue un crimen, un asesinato. Murió perseguido y asesinado por la religión oficial, que instigó al poder político a condenarlo a muerte.
Quienes hoy actúan, por acción u omisión, contra el Papa Francisco, están actuando contra Jesucristo, que vino y luchó para que "todos tengamos vida y vida en abundancia".
Hoy Viernes Santo está en Africa, está en Siria, está en los emigrantes ahogados en el Mediterráneo, está en "muertes masivas", causadas ahora mismo por hambrunas en el Cuerno de África (Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía); está en, Yemen y Nigeria, está en los suramericanos retornados por Trump. Son los crucificados con Jesucristo en la dolorosa realidad de los oprimidos de nuestro tiempo.
Hoy Viernes Santo está también en los encarcelados, en las chabolas y los basureros del Tercer Mundo, en los parados sin prestaciones, en las mujeres y niñas maltratadas de Africa, Bangladés, la India o Suramérica, en los desahuciados, en los engañados por los bancos y los gobernantes, en los obreros que trabajando no tienen para vivir; en los miles de niños muriendo de hambre cada día, en los torturados, en los enfermos desatendidos, en los matrimonios rotos, en los hijos víctimas de la separación de sus padres, en las niñas mutiladas genitalmente en Egipto o en la R.D. del Congo, en los asfixiados con gas sarín en Siria; en los niños esclavizados en las hilaturas de Bangladés, o mutilados en la India para ponerlos a pedir; en los vagabundos, en los bosques quemados, en los ríos y mares contaminados, en los animales injustamente torturados, en los gastos militares, en los inmigrantes buscados por la policía para expulsarlos. Hoy también tenemos Viernes Santo en la violencia machista; en los expulsados de sus tierras en Guatemala, Ruanda y Colombia; en los sirios vendidos a Turquía por la UE.
La Religión Oficial de Israel, confabulada con los políticos, condenó y mató a Jesús, que fue perseguido, torturado y asesinado. Se le aplicó una tortura terrible: la flagelación (algunos reos ya morían en ella); luego se le aplicó la muerte más cruel que existía entonces: ser crucificado. Fueron los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén, es decir, la religión oficial, los que instigaron a la gente a pedir la muerte de Jesús, y forzaron al procurador romano Pilatos para que lo condenara a morir crucificado: la ambición de conservar el poder le traicionó, a pesar de que se daba cuenta de que Jesús era inocente.
La muerte de Jesús no fue un acto de expiación a Dios por los pecados de los hombres, ni un acto de devoción, ni de ofrenda, ni un sacrificio al Ser Supremo. El Dios verdadero no puede necesitar ni exigir esas cosas. La muerte de Jesús fue un crimen, un asesinato; fue la ejecución de un condenado injustamente por los opresores por haberse puesto de parte de los oprimidos, oprimidos también por la religión oficial. Jesús no murió por Dios, murió por el pueblo. Murió injustamente perseguido, asesinado y perdonando, por estar de parte de los oprimidos y en contra de los opresores.
A lo largo de la historia la muerte de Jesús fue interpretada de mil maneras, algunas verdaderamente escandalosas, que aun se siguen sosteniendo, como que Jesús murió por nuestros pecados, para lavarlos con su sangre; que murió por reparar a Dios la gravísima ofensa que le causan los pecados de los hombres, que su muerte fue un sacrificio expiatorio, un sacrificio de ofrenda a Dios; que Dios entregó a la muerte a su Hijo por culpa nuestra, que Dios tanto nos amó que quiso la muerte de su Hijo.
Es increíble que se haya interpretado y manipulado así la vida y la muerte de Jesús, y por consiguiente la imagen de Dios. Esa concepción choca frontalmente con los hechos y las enseñanzas de Jesús, y hasta con el sentido común: ¡qué clase de Dios es ese que necesita la muerte de su propio Hijo, que necesita ser reparado de las ofensas de unas pobres criaturas como somos los seres humanos; qué clase de Dios es ese que tanto daño le podemos causar que tiene que repararlo la muerte de su Hijo, al que El mismo llama su Hijo querido; qué clase de Dios es ese que no le perdona a su propio Hijo y lo envía a la muerte; qué clase de Dios es ese que necesita sacrificios de sangre humana, nada menos que la de su propio Hijo!
El Dios que Jesús enseñó y trató como Padre suyo y nuestro, no es ese ni se parece a ese para nada. El Dios que recorre el Evangelio de Jesús, es un Dios que es Padre, amor, bondad, ternura, cercanía, misericordia, perdón, acogida, luz, vida, cuidado hasta para los pájaros y los lirios del campo, y tiene preparado en su casa un sitio para todos.
La muerte de Jesús fue sencilla y llanamente consecuencia lógica de su compromiso con los de abajo y denuncia de los de arriba. Todo empezó cuando Jesús dio cumplimiento a estas palabras: “el Espíritu del señor esta sobre mi, porque me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del señor..." (Lucas 4,18-19).
En consecuencia Jesús optó por los pobres; por la liberación de los cautivos o esclavos que en Roma se sacaban a pública subasta, cuyo dueño poseía derecho de vida o muerte sobre ellos, hasta matándolos por puro capricho o diversión; Jesús optó por la salud de todo el mundo curando a todos, saltándose incluso las leyes de los judíos, como curando en sábado, aunque no fuera urgente; Jesús optó por la libertad de todos los que estaban oprimidos, incluidos también los oprimidos por la religión judía; Jesús abrió los ojos del pueblo a un Dios favorable a una vida digna para todo ser humano para que "todos tengamos vida y vida en abundancia". Esta fue la misión de Jesús, y por eso denunció todo aquello y a todos aquellos que iban en contra de ese mensaje.
Estas opciones tan claras y nítidas enseguida irritaron a los poderes políticos y más aún a los religiosos, que oprimían al pueblo cada vez más. Jesús ve cómo reaccionan contra El todos los poderes oficiales: los fariseos, los letrados, los senadores, los sumos sacerdotes, los escribas. Como lo ve venir, enseguida quiere prevenir a los discípulos para que no los coja de sorpresa y por eso les dice por tres veces con toda claridad que va a ser condenado y ejecutado.
Jesús fue acusado falsa e injustamente. Su muerte fue una gran injusticia. Una muerte injusta y prematura, como lo es hoy la de millones de seres humanos por las injusticias que los ricos y poderosos de este mundo cometen contra los pobres.
Jesús fue sentenciado y ejecutado como un esclavo. Se le aplicó la misma pena de muerte que Roma infligía a los esclavos: la muerte en cruz, que los romanos habían importado de los persas. La religión acabó condenando y asesinando a Jesús, pues fueron los representantes de la religión oficial los que más lo persiguieron, acusaron y pidieron su muerte porque el poder ciega a los que viven de él y para él, y no les deja ver la realidad: fueron incapaces de ver que el pueblo estaba con Jesús porque Jesús estaba con el pueblo oprimido, hambriento, enfermo y explotado, para servirlo, curar sus dolencias, darle compañía, ofrecerle una esperanza de liberación, y no como ellos que vivían a costa de oprimirlo y maltratarlo con leyes injustas, impuestos, y ritos vacíos. No soportaban que Jesús abriese los ojos a la gente e incluso lo acusaban de soliviantar al pueblo. Por eso le pidieron públicamente a Pilatos que lo condenara a muerte.
Jesús se comprometió con su mensaje de justicia, fraternidad y amor hasta las últimas consecuencias, que le llevaron a ser condenado a pena de muerte por los poderes establecidos de su tiempo.
Para sus seguidores, asumir el compromiso de Jesús hasta la cruz es asumir en nosotros las cruces de los crucificados de nuestros días, y luchar con ellos hasta vencerlas. Es un compromiso por la libertad y contra la insumisión a todo poder de este mundo que sea origen de injusticia, desigualdad, opresión, subordinación, esclavización, explotación, sea del orden que sea
La Iglesia necesita urgentemente retornar a la coherencia con el mensaje íntegro del Evangelio para el bien de la humanidad y así garantizar su permanencia en el mundo para ser transmisora del mensaje de salvación integral de Jesucristo, que es lo que intenta hacer el actual Papa Francisco, con abierta oposición de amplios sectores del poder económico y político que quisieron impedir la publicación de su Encíclica Laudato Si a favor de la Ecología Integral; y oposición también de miembros muy cualificados de la estructura oficial de la Iglesia. Como seres humanos y más como creyentes debemos sentirnos urgidos a apoyar a este Papa. No hacerlo sería una grave traición a Jesucristo y su mensaje. Ese apoyo incondicional, desde nuestra pequeñez, queremos hacerlo presente el día 25 con la presentación del libro: Francisco, Palabra Profética y Misión.
Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino
Quienes hoy actúan, por acción u omisión, contra el Papa Francisco, están actuando contra Jesucristo, que vino y luchó para que "todos tengamos vida y vida en abundancia".
Hoy Viernes Santo está en Africa, está en Siria, está en los emigrantes ahogados en el Mediterráneo, está en "muertes masivas", causadas ahora mismo por hambrunas en el Cuerno de África (Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía); está en, Yemen y Nigeria, está en los suramericanos retornados por Trump. Son los crucificados con Jesucristo en la dolorosa realidad de los oprimidos de nuestro tiempo.
Hoy Viernes Santo está también en los encarcelados, en las chabolas y los basureros del Tercer Mundo, en los parados sin prestaciones, en las mujeres y niñas maltratadas de Africa, Bangladés, la India o Suramérica, en los desahuciados, en los engañados por los bancos y los gobernantes, en los obreros que trabajando no tienen para vivir; en los miles de niños muriendo de hambre cada día, en los torturados, en los enfermos desatendidos, en los matrimonios rotos, en los hijos víctimas de la separación de sus padres, en las niñas mutiladas genitalmente en Egipto o en la R.D. del Congo, en los asfixiados con gas sarín en Siria; en los niños esclavizados en las hilaturas de Bangladés, o mutilados en la India para ponerlos a pedir; en los vagabundos, en los bosques quemados, en los ríos y mares contaminados, en los animales injustamente torturados, en los gastos militares, en los inmigrantes buscados por la policía para expulsarlos. Hoy también tenemos Viernes Santo en la violencia machista; en los expulsados de sus tierras en Guatemala, Ruanda y Colombia; en los sirios vendidos a Turquía por la UE.
La Religión Oficial de Israel, confabulada con los políticos, condenó y mató a Jesús, que fue perseguido, torturado y asesinado. Se le aplicó una tortura terrible: la flagelación (algunos reos ya morían en ella); luego se le aplicó la muerte más cruel que existía entonces: ser crucificado. Fueron los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén, es decir, la religión oficial, los que instigaron a la gente a pedir la muerte de Jesús, y forzaron al procurador romano Pilatos para que lo condenara a morir crucificado: la ambición de conservar el poder le traicionó, a pesar de que se daba cuenta de que Jesús era inocente.
La muerte de Jesús no fue un acto de expiación a Dios por los pecados de los hombres, ni un acto de devoción, ni de ofrenda, ni un sacrificio al Ser Supremo. El Dios verdadero no puede necesitar ni exigir esas cosas. La muerte de Jesús fue un crimen, un asesinato; fue la ejecución de un condenado injustamente por los opresores por haberse puesto de parte de los oprimidos, oprimidos también por la religión oficial. Jesús no murió por Dios, murió por el pueblo. Murió injustamente perseguido, asesinado y perdonando, por estar de parte de los oprimidos y en contra de los opresores.
A lo largo de la historia la muerte de Jesús fue interpretada de mil maneras, algunas verdaderamente escandalosas, que aun se siguen sosteniendo, como que Jesús murió por nuestros pecados, para lavarlos con su sangre; que murió por reparar a Dios la gravísima ofensa que le causan los pecados de los hombres, que su muerte fue un sacrificio expiatorio, un sacrificio de ofrenda a Dios; que Dios entregó a la muerte a su Hijo por culpa nuestra, que Dios tanto nos amó que quiso la muerte de su Hijo.
Es increíble que se haya interpretado y manipulado así la vida y la muerte de Jesús, y por consiguiente la imagen de Dios. Esa concepción choca frontalmente con los hechos y las enseñanzas de Jesús, y hasta con el sentido común: ¡qué clase de Dios es ese que necesita la muerte de su propio Hijo, que necesita ser reparado de las ofensas de unas pobres criaturas como somos los seres humanos; qué clase de Dios es ese que tanto daño le podemos causar que tiene que repararlo la muerte de su Hijo, al que El mismo llama su Hijo querido; qué clase de Dios es ese que no le perdona a su propio Hijo y lo envía a la muerte; qué clase de Dios es ese que necesita sacrificios de sangre humana, nada menos que la de su propio Hijo!
El Dios que Jesús enseñó y trató como Padre suyo y nuestro, no es ese ni se parece a ese para nada. El Dios que recorre el Evangelio de Jesús, es un Dios que es Padre, amor, bondad, ternura, cercanía, misericordia, perdón, acogida, luz, vida, cuidado hasta para los pájaros y los lirios del campo, y tiene preparado en su casa un sitio para todos.
La muerte de Jesús fue sencilla y llanamente consecuencia lógica de su compromiso con los de abajo y denuncia de los de arriba. Todo empezó cuando Jesús dio cumplimiento a estas palabras: “el Espíritu del señor esta sobre mi, porque me ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del señor..." (Lucas 4,18-19).
En consecuencia Jesús optó por los pobres; por la liberación de los cautivos o esclavos que en Roma se sacaban a pública subasta, cuyo dueño poseía derecho de vida o muerte sobre ellos, hasta matándolos por puro capricho o diversión; Jesús optó por la salud de todo el mundo curando a todos, saltándose incluso las leyes de los judíos, como curando en sábado, aunque no fuera urgente; Jesús optó por la libertad de todos los que estaban oprimidos, incluidos también los oprimidos por la religión judía; Jesús abrió los ojos del pueblo a un Dios favorable a una vida digna para todo ser humano para que "todos tengamos vida y vida en abundancia". Esta fue la misión de Jesús, y por eso denunció todo aquello y a todos aquellos que iban en contra de ese mensaje.
Estas opciones tan claras y nítidas enseguida irritaron a los poderes políticos y más aún a los religiosos, que oprimían al pueblo cada vez más. Jesús ve cómo reaccionan contra El todos los poderes oficiales: los fariseos, los letrados, los senadores, los sumos sacerdotes, los escribas. Como lo ve venir, enseguida quiere prevenir a los discípulos para que no los coja de sorpresa y por eso les dice por tres veces con toda claridad que va a ser condenado y ejecutado.
Jesús fue acusado falsa e injustamente. Su muerte fue una gran injusticia. Una muerte injusta y prematura, como lo es hoy la de millones de seres humanos por las injusticias que los ricos y poderosos de este mundo cometen contra los pobres.
Jesús fue sentenciado y ejecutado como un esclavo. Se le aplicó la misma pena de muerte que Roma infligía a los esclavos: la muerte en cruz, que los romanos habían importado de los persas. La religión acabó condenando y asesinando a Jesús, pues fueron los representantes de la religión oficial los que más lo persiguieron, acusaron y pidieron su muerte porque el poder ciega a los que viven de él y para él, y no les deja ver la realidad: fueron incapaces de ver que el pueblo estaba con Jesús porque Jesús estaba con el pueblo oprimido, hambriento, enfermo y explotado, para servirlo, curar sus dolencias, darle compañía, ofrecerle una esperanza de liberación, y no como ellos que vivían a costa de oprimirlo y maltratarlo con leyes injustas, impuestos, y ritos vacíos. No soportaban que Jesús abriese los ojos a la gente e incluso lo acusaban de soliviantar al pueblo. Por eso le pidieron públicamente a Pilatos que lo condenara a muerte.
Jesús se comprometió con su mensaje de justicia, fraternidad y amor hasta las últimas consecuencias, que le llevaron a ser condenado a pena de muerte por los poderes establecidos de su tiempo.
Para sus seguidores, asumir el compromiso de Jesús hasta la cruz es asumir en nosotros las cruces de los crucificados de nuestros días, y luchar con ellos hasta vencerlas. Es un compromiso por la libertad y contra la insumisión a todo poder de este mundo que sea origen de injusticia, desigualdad, opresión, subordinación, esclavización, explotación, sea del orden que sea
La Iglesia necesita urgentemente retornar a la coherencia con el mensaje íntegro del Evangelio para el bien de la humanidad y así garantizar su permanencia en el mundo para ser transmisora del mensaje de salvación integral de Jesucristo, que es lo que intenta hacer el actual Papa Francisco, con abierta oposición de amplios sectores del poder económico y político que quisieron impedir la publicación de su Encíclica Laudato Si a favor de la Ecología Integral; y oposición también de miembros muy cualificados de la estructura oficial de la Iglesia. Como seres humanos y más como creyentes debemos sentirnos urgidos a apoyar a este Papa. No hacerlo sería una grave traición a Jesucristo y su mensaje. Ese apoyo incondicional, desde nuestra pequeñez, queremos hacerlo presente el día 25 con la presentación del libro: Francisco, Palabra Profética y Misión.
Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino