Voluntarios de Pastoral Penitenciaria de Asturias expulsados
"No eran gente de Iglesia"
Por Eva Iglesias Llaneza y Ex-Voluntarios de Pastoral Penitenciaria.
Esa parece ser la razón que, después de cinco meses sin argumentar ninguna, declara el actual Delegado de Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Oviedo, D. José Antonio García Quintana, S.J.,para expulsarnos a los 35 voluntarios de Pastoral Penitenciaria de Asturias, y lo dice en la Parroquia de San Nicolás de Bari (Avilés), la tarde del 22 de Mayo.
Tras participar en una Misa concelebrada, el Sr. García Quintana comentaba entre los asistentes que se interesaron sobre la polémica suspensión de actividad de los voluntarios de Pastoral Penitenciaria, que ésta se debía a que “no eran gente de Iglesia”.
Parece ser que esa es la razón tan contundente que justifica el cese inmediato de toda actividad, impuesta a los voluntarios de Pastoral Penitenciaria el pasado 29 de Diciembre. Ha tardado mucho en verbalizarla y, desde luego, no lo ha hecho en el contexto que debiera, es decir, ante los 35 voluntarios suspendidos y en el marco de la reunión que repetidamente se le ha solicitado y donde se esperaba que nos comunicase el motivo que le llevó a adoptar una decisión tan drástica.
Ahora ya la conocemos: en su opinión y en la del Arzobispo que le secunda, los voluntarios que componíamos el grupo de Pastoral Penitenciaria de Asturias desde hace dieciocho años no éramos gente de Iglesia.
Por fin, al menos, nos hemos enterado de que lo que el Sr. Delegado quería decir, en medio de la maraña de acusaciones tan ambiguas con las que justificaba “verse obligado” a suspender la actividad de todo el grupo, era, sencillamente, que no somos gente de Iglesia. Con lo sencillo que hubiese sido que nos lo comunicase con esa simple frase. De ese modo podríamos haber empezado por aclarar de qué Iglesia estamos hablando.
Si nos referimos a la Iglesia jerárquica, piramidal y opaca, que no ha entendido todavía la importancia de las bases cristianas, que se erige en portadora única de la verdad, que silencia por imposición, que se aferra a su estatus y se siente cómoda codeándose con las altas esferas del poder, amiga de honores y reconocimientos… Si a esa Iglesia puede aplicársele la demoledora frase de Jesús “Haced lo que os digan pero no hagáis lo que ellos hacen”… Si para pertenecer a ella deberíamos de ser fieles dóciles, más bien sumisos, escrupulosos seguidores de los ritos, sin conciencia crítica, incapaces de proponer iniciativas o de cuestionar decisiones o actos de sus ministros, entonces, el Sr. Delegado está en lo cierto: nosotros no somos gente de Iglesia. De esa iglesia.
Si, por el contrario, hablamos de la Iglesia según la concibe el Papa Francisco, la que sigue de cerca lo que hacía Jesús y cómo lo hacía, la Iglesia abierta, entendida desde la mirada compasiva, acogedora y misericordiosa a la que hace referencia en su saludo a los presos de Ciudad Juárez (México), entonces, sí que somos Iglesia. Y no desde anteayer, sino desde el año 1998 en el que, tras un serio periodo de formación y discernimiento, la mayor parte de los miembros de este grupo, optó por integrarse en la Pastoral Penitenciaria que por entonces no existía en Asturias.
Elegimos esa opción en base a la perspectiva cristiana desde la que enfocamos nuestra labor voluntaria y lo hicimos desde una específica sensibilidad hacia la extrema marginación, que era, y sigue siendo, la de las personas privadas de libertad.
Nos alegra escuchar hoy en la voz del Papa Francisco frases que definen algunas de las premisas en las que el grupo de voluntarios fijó su atención desde un principio: ser conscientes de que “la delincuencia y los círculos de violencia no se resuelven aislando y encarcelando a las personas, sino preocupándose verdaderamente por ellas”; hacer que nuestra presencia “les invite a levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad anhelado”; esforzarnos por “promover procesos de rehabilitación que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a una determinada actitud”.
Afortunadamente, ya por entonces, entre las múltiples pobrezas que se confinan dentro de los muros de la prisión, identificamos iniciativas esperanzadoras que apostaban por las personas para que no quedasen “presas del ayer, enseñándoles a abrir la puerta al futuro, al mañana” y, con sentido de responsabilidad y coherencia, hemos venido apoyando esos proyectos humanizadores de forma incondicional.
En ningún momento perdimos de vista a quienes nos debemos y tampoco la valentía con la que Jesús denunciaba las injusticias de los débiles ante los poderosos. Nos tomamos muy en serio nuestro sentido del compromiso con los más indefensos y hemos intentado no pecar nunca de tibios, reaccionando ante situaciones que consideramos injustas y que vulneran manifiestamente los derechos que deben asistir a las personas presas.
Así hemos entendido nuestro voluntariado. Y así parece entenderlo el Papa Francisco en quien tenemos un claro referente de cómo debe un cristiano acercarse al mundo de la prisión. El no solo habla de Misericordia, sino que la vive y la destila en cada uno de sus actos. En él si vemos un buen Pastor y guía. Nos sentimos, por tanto, gente de esa Iglesia, la que representa el Papa Francisco.
En este sentido debemos de admitir que hubo un momento en el que pecamos de ingenuos. Fue en el mes de Octubre pasado, cuando, como grupo, decidimos apoyar con nuestras firmas una carta de ánimo al Papa Francisco a lo que el Delegado se opuso frontalmente. Tampoco aprobó que, de hacerlo con carácter individual, hiciésemos constar nuestra identidad como voluntarios de Pastoral Penitenciaria.
Ya entonces debimos de darnos cuenta de que estábamos apoyando una forma de hacer Iglesia que no coincidía con la concepción que de la misma tiene el Delegado, Sr. García Quintana. Debimos de saber que a partir de ese momento, nuestro cese, implícitamente, ya estaba anunciado.
Estaba claro que no éramos gente de su Iglesia.
Eva Iglesias Llaneza y Ex-Voluntarios de Pastoral Penitenciaria
Por Eva Iglesias Llaneza y Ex-Voluntarios de Pastoral Penitenciaria.
Esa parece ser la razón que, después de cinco meses sin argumentar ninguna, declara el actual Delegado de Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Oviedo, D. José Antonio García Quintana, S.J.,para expulsarnos a los 35 voluntarios de Pastoral Penitenciaria de Asturias, y lo dice en la Parroquia de San Nicolás de Bari (Avilés), la tarde del 22 de Mayo.
Tras participar en una Misa concelebrada, el Sr. García Quintana comentaba entre los asistentes que se interesaron sobre la polémica suspensión de actividad de los voluntarios de Pastoral Penitenciaria, que ésta se debía a que “no eran gente de Iglesia”.
Parece ser que esa es la razón tan contundente que justifica el cese inmediato de toda actividad, impuesta a los voluntarios de Pastoral Penitenciaria el pasado 29 de Diciembre. Ha tardado mucho en verbalizarla y, desde luego, no lo ha hecho en el contexto que debiera, es decir, ante los 35 voluntarios suspendidos y en el marco de la reunión que repetidamente se le ha solicitado y donde se esperaba que nos comunicase el motivo que le llevó a adoptar una decisión tan drástica.
Ahora ya la conocemos: en su opinión y en la del Arzobispo que le secunda, los voluntarios que componíamos el grupo de Pastoral Penitenciaria de Asturias desde hace dieciocho años no éramos gente de Iglesia.
Por fin, al menos, nos hemos enterado de que lo que el Sr. Delegado quería decir, en medio de la maraña de acusaciones tan ambiguas con las que justificaba “verse obligado” a suspender la actividad de todo el grupo, era, sencillamente, que no somos gente de Iglesia. Con lo sencillo que hubiese sido que nos lo comunicase con esa simple frase. De ese modo podríamos haber empezado por aclarar de qué Iglesia estamos hablando.
Si nos referimos a la Iglesia jerárquica, piramidal y opaca, que no ha entendido todavía la importancia de las bases cristianas, que se erige en portadora única de la verdad, que silencia por imposición, que se aferra a su estatus y se siente cómoda codeándose con las altas esferas del poder, amiga de honores y reconocimientos… Si a esa Iglesia puede aplicársele la demoledora frase de Jesús “Haced lo que os digan pero no hagáis lo que ellos hacen”… Si para pertenecer a ella deberíamos de ser fieles dóciles, más bien sumisos, escrupulosos seguidores de los ritos, sin conciencia crítica, incapaces de proponer iniciativas o de cuestionar decisiones o actos de sus ministros, entonces, el Sr. Delegado está en lo cierto: nosotros no somos gente de Iglesia. De esa iglesia.
Si, por el contrario, hablamos de la Iglesia según la concibe el Papa Francisco, la que sigue de cerca lo que hacía Jesús y cómo lo hacía, la Iglesia abierta, entendida desde la mirada compasiva, acogedora y misericordiosa a la que hace referencia en su saludo a los presos de Ciudad Juárez (México), entonces, sí que somos Iglesia. Y no desde anteayer, sino desde el año 1998 en el que, tras un serio periodo de formación y discernimiento, la mayor parte de los miembros de este grupo, optó por integrarse en la Pastoral Penitenciaria que por entonces no existía en Asturias.
Elegimos esa opción en base a la perspectiva cristiana desde la que enfocamos nuestra labor voluntaria y lo hicimos desde una específica sensibilidad hacia la extrema marginación, que era, y sigue siendo, la de las personas privadas de libertad.
Nos alegra escuchar hoy en la voz del Papa Francisco frases que definen algunas de las premisas en las que el grupo de voluntarios fijó su atención desde un principio: ser conscientes de que “la delincuencia y los círculos de violencia no se resuelven aislando y encarcelando a las personas, sino preocupándose verdaderamente por ellas”; hacer que nuestra presencia “les invite a levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad anhelado”; esforzarnos por “promover procesos de rehabilitación que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a una determinada actitud”.
Afortunadamente, ya por entonces, entre las múltiples pobrezas que se confinan dentro de los muros de la prisión, identificamos iniciativas esperanzadoras que apostaban por las personas para que no quedasen “presas del ayer, enseñándoles a abrir la puerta al futuro, al mañana” y, con sentido de responsabilidad y coherencia, hemos venido apoyando esos proyectos humanizadores de forma incondicional.
En ningún momento perdimos de vista a quienes nos debemos y tampoco la valentía con la que Jesús denunciaba las injusticias de los débiles ante los poderosos. Nos tomamos muy en serio nuestro sentido del compromiso con los más indefensos y hemos intentado no pecar nunca de tibios, reaccionando ante situaciones que consideramos injustas y que vulneran manifiestamente los derechos que deben asistir a las personas presas.
Así hemos entendido nuestro voluntariado. Y así parece entenderlo el Papa Francisco en quien tenemos un claro referente de cómo debe un cristiano acercarse al mundo de la prisión. El no solo habla de Misericordia, sino que la vive y la destila en cada uno de sus actos. En él si vemos un buen Pastor y guía. Nos sentimos, por tanto, gente de esa Iglesia, la que representa el Papa Francisco.
En este sentido debemos de admitir que hubo un momento en el que pecamos de ingenuos. Fue en el mes de Octubre pasado, cuando, como grupo, decidimos apoyar con nuestras firmas una carta de ánimo al Papa Francisco a lo que el Delegado se opuso frontalmente. Tampoco aprobó que, de hacerlo con carácter individual, hiciésemos constar nuestra identidad como voluntarios de Pastoral Penitenciaria.
Ya entonces debimos de darnos cuenta de que estábamos apoyando una forma de hacer Iglesia que no coincidía con la concepción que de la misma tiene el Delegado, Sr. García Quintana. Debimos de saber que a partir de ese momento, nuestro cese, implícitamente, ya estaba anunciado.
Estaba claro que no éramos gente de su Iglesia.
Eva Iglesias Llaneza y Ex-Voluntarios de Pastoral Penitenciaria