Adviento: tiempo de alegría y conversión
Llegó adviento y pronto estaremos celebrando la navidad. Una vez más el misterio de la encarnación se ofrece a nuestra consideración y tendremos la oportunidad de profundizarlo e intentar entender lo que significa. Pero tal vez una vez más el ruido, la fiesta y el consumo desmedido nos van a impedir contemplar esta realidad. ¿Qué significa que el Hijo de Dios se encarne en nuestra historia? ¿qué se haga uno de los nuestros? ¿qué comparta su suerte con los más pobres y excluidos de la tierra? Es importante no desvincular una pregunta de la otra porque Jesús se encarna pero no en una realidad neutra. Escoge un lugar social que tiene mucho que decirnos a todas las generaciones.
El que Jesús nazca entre los pobres es un signo profético a la manera de la profecía de Isaías “Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7, 14) o el signo que recibieron los pastores “y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). Pero estos signos no son acogidos por los contemporáneos y el Dios cercano y comprometido con su pueblo no puede hacer efectivo su reinado en medio de ellos. Y eso sucede tantas veces en nuestra celebración anual de navidad. El Niño del Pesebre sigue allí en tantos pesebres pero no alcanzamos a verlo, no entendemos lo que significa su venida.
Es verdad que la navidad rompe barreras sociales, culturales y religiosas y en nuestro país esos días se convierten en posibilidad de encuentro y celebración. Pero también es verdad que mientras navidad no sea un tiempo de compromiso solidario y ayuda eficaz a los hermanos, no tiene nada que ver con el misterio de nuestra fe. Jesús no necesita que cantemos villancicos ni recemos la novena. Tampoco necesita que hagamos colectas de regalos para los pobres. Somos nosotros los que necesitamos entender que mientras todos no compartamos los bienes de la tierra y no trabajemos por la justicia social, el Niño Dios del Pesebre no habita entre nosotros. Y si Él no habita, las novenas, los villancicos y los regalos que damos, se convierten en tranquilizadores de conciencia que nos alejan cada vez más del Dios vivo y desdicen nuestra fe y testimonio.
Adviento es tiempo de alegría y de conversión. Convertirnos al Niño del Pesebre que nos habla de los pobres de este mundo y nos compromete con ellos. Que nos invita a despojarnos de las cosas que nos atan y esclavizan. Que nos hace recuperar la sencillez que brota del amor hacia todos y de la libertad de los que no se apoyan en los privilegios y honores de este mundo.
En un país como el nuestro que celebra tanto la navidad, no se puede comprender que no haya más conciencia crítica, más justicia social, más solidaridad, más ciudadanía, más honestidad, más fe. Es urgente aprovechar este tiempo de adviento para pedir la gracia de la conversión porque la vitalidad de nuestra fe y la eficacia de la evangelización, se juega en la autenticidad de nuestras celebraciones y en los cambios que efectivamente producen.
El que Jesús nazca entre los pobres es un signo profético a la manera de la profecía de Isaías “Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7, 14) o el signo que recibieron los pastores “y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). Pero estos signos no son acogidos por los contemporáneos y el Dios cercano y comprometido con su pueblo no puede hacer efectivo su reinado en medio de ellos. Y eso sucede tantas veces en nuestra celebración anual de navidad. El Niño del Pesebre sigue allí en tantos pesebres pero no alcanzamos a verlo, no entendemos lo que significa su venida.
Es verdad que la navidad rompe barreras sociales, culturales y religiosas y en nuestro país esos días se convierten en posibilidad de encuentro y celebración. Pero también es verdad que mientras navidad no sea un tiempo de compromiso solidario y ayuda eficaz a los hermanos, no tiene nada que ver con el misterio de nuestra fe. Jesús no necesita que cantemos villancicos ni recemos la novena. Tampoco necesita que hagamos colectas de regalos para los pobres. Somos nosotros los que necesitamos entender que mientras todos no compartamos los bienes de la tierra y no trabajemos por la justicia social, el Niño Dios del Pesebre no habita entre nosotros. Y si Él no habita, las novenas, los villancicos y los regalos que damos, se convierten en tranquilizadores de conciencia que nos alejan cada vez más del Dios vivo y desdicen nuestra fe y testimonio.
Adviento es tiempo de alegría y de conversión. Convertirnos al Niño del Pesebre que nos habla de los pobres de este mundo y nos compromete con ellos. Que nos invita a despojarnos de las cosas que nos atan y esclavizan. Que nos hace recuperar la sencillez que brota del amor hacia todos y de la libertad de los que no se apoyan en los privilegios y honores de este mundo.
En un país como el nuestro que celebra tanto la navidad, no se puede comprender que no haya más conciencia crítica, más justicia social, más solidaridad, más ciudadanía, más honestidad, más fe. Es urgente aprovechar este tiempo de adviento para pedir la gracia de la conversión porque la vitalidad de nuestra fe y la eficacia de la evangelización, se juega en la autenticidad de nuestras celebraciones y en los cambios que efectivamente producen.