En Colombia ¿cómo continuar después de que ganó el NO en el Plebiscito?
El Plebiscito nos ha mostrado con claridad cómo es de difícil llegar a consensos y estar todos apuntando en la misma dirección. Aunque hubiera razones para una postura o para la otra, la capacidad de tener un consenso común y tomar decisiones que abrieran caminos que favorecieran a los más afectados por la guerra, no parece haber sido la predominante. Lógicamente no se pierde la esperanza y hay que seguir trabajando por la construcción de la paz. Pero se ha producido un retraso que no sabemos bien que otras consecuencias conlleva y de nuevo estamos a la espera de poder fijar el camino y emprenderlo definitivamente. Ahora bien, desde nuestra fe, es el momento de comprometernos mucho más con la situación del país. Si nos habíamos acostumbrado a una guerra de más de 50 años sin que la fe se viera profundamente desafiada por ella, esta circunstancia nos invita a que no podemos seguir así. Hay que seguir adelante abriendo caminos de paz. Esto no puede volver para atrás. Y nuestra fe ha de desafiarnos cada día a acompañar el desarrollo de esta situación y expresarlo en todas las dimensiones de nuestra vida. La eucaristía no puede ser más un sacramento ajeno a la construcción de la paz. La oración mucho menos. Y la praxis cristiana no puede tener otro objetivo que callar definitivamente las armas y volver a reconstituir a todas las personas que participaron directamente de esta guerra fratricida. Las periferias del país que tan claramente expresaron que querían ya un acuerdo de paz, merecen ser escuchadas y atendidas en todas sus necesidades. Y el centro del país que se inclinó por seguir pensando cómo hacer la paz, no puede poner "palos en la rueda", sino agilizar el proceso para que pronto, la tan anhelada paz, pueda ser una realidad. Que el Señor nos de la capacidad de no detener la marcha sino de apurarnos para que la meta llegue pronto y la esperanza no quede defraudada.