Cristología y mujer. Una reflexión necesaria para una fe incluyente
Como dice la carátula del libro, enfatizó lo cristológico, porque es un campo central en la teología y, por lo tanto, de una buena comprensión cristológica que promueva a la mujer se puede desprender una transformación de todos los demás campos teológicos. Muchos aspectos se pueden tratar en la cristología, en el libro me fijo en algunos que considero relevantes. En primer lugar me detengo a contextualizar la perspectiva desde la cual se aborda la cristología. Esa perspectiva la llamamos teología feminista. Esta afirmación tiene algunos prejuicios. La palabra “feminista” muchas veces se identifica exclusivamente con posiciones contra la vida o con pérdida de la feminidad. Pero hay que repetirlo “muchas veces” a ver si logra entenderse: hay muchos feminismos y nos referimos al fundamental: aquel movimiento que permitió que las mujeres hoy seamos ciudadanas y de ahí que podamos estudiar, ocupar puestos reservados a los varones por siglos y aportemos todo lo que somos a la construcción de la sociedad y de la iglesia en verdaderas condiciones de reciprocidad e igualdad fundamental.
Una vez planteada esta perspectiva defino algunos términos fundamentales: movimiento feminista, sexismo, patriarcado, androcentrismo, kyriarcado, feminidad y género y luego me detengo en los desarrollos que ya se han dado en la llamada “cristología feminista”, una historia ya larga, de décadas, pero bastante desconocida en nuestro contexto. Uno de los valores de este libro es acercar con un lenguaje sencillo –como es mi estilo- ese trabajo ya realizado en Norteamérica y Europa- pero, como acabo de decir, muy desconocido en nuestros centros teológicos.
En segundo lugar retomo lo que es más cercano a nuestra reflexión y al que ya muchos teólogos y teólogas se refieren: la actitud de Jesús con las mujeres en quien ya se reconoce su opción por ellas y su inclusión en el grupo de los suyos de manera bastante significativa. Posteriormente me refiero al lenguaje inclusivo que permita nombrar a Dios en masculino y femenino: ese es su verdadero rostro y el lenguaje -como entidad viva- ha de expresarlo. En este sentido el título “Sabiduría de Dios” que fue dejado de lado privilegiando títulos en masculino como Logos, Señor, Salvador, etc., puede contribuir a enriquecer una comprensión del Dios revelado en Jesús, incluyente de los dos géneros.
Otro capítulo del libro se refiere a la masculinidad de Jesús. No se niega que Jesús fue varón, sin duda y eso no se pretende cambiar. Pero si se necesita liberar esa masculinidad de una visión exclusivamente masculina para permitir que las mujeres también nos identifiquemos con Jesús y podamos ser imagen suya, sin que se nos diga que por no ser varones no podemos ocupar los lugares que ocupan los varones porque Jesús fue varón. Es una discusión interesante porque enriquece mucho la visión cristológica y se desprenden nuevos horizontes de comprensión para varones y mujeres.
El último capítulo se refiere a la cruz de Cristo, tema tan central en la experiencia de fe cristiana pero que teniendo que ser un signo redentor y transformador, a veces se ha quedado en un signo de aguante pasivo y aceptación resignada de la violencia que se sufre. En el caso de las mujeres ha sido una historia repetida del llamado al aguante para salvar a los miembros de la familia –llámense padre, madre, hermanos, esposo o hijos- sin tener en consideración que la mujer tiene derecho a su propia vida y no por eso deja de ser buena madre o buena esposa y mucho menos buena cristiana. Recuperamos la cruz de Cristo en su sentido más auténtico, mostrando como la cruz denuncia todas las violencias contra las mujeres y, en ningún momento, contribuye a su resignación y negación de su dignidad fundamental.
En la contratapa del libro se dice que este va dirigido a las mujeres que ya se conciben a sí mismas de manera distinta, capaces de cuestionar los roles asumidos tradicionalmente y proponer otra manera de ser y de actuar. Pero, por supuesto, el libro también va dirigido a los varones porque ante la nueva manera de posicionarse las mujeres, necesitan replantear su identidad y sentirse llamados a contribuir a esta nueva configuración social que rompe con los roles establecidos en razón del sexo biológico y construye identidades genéricas incluyentes y de auténtica reciprocidad entre los sexos.
La invitación, por tanto, es a leer este libro pero especialmente a comprender a fondo esta realidad patriarcal y machista que nos ha constituido y de la que hoy todavía todos y todas somos deudores –como lo afirma el Papa Francisco- y buscar caminos de transformación. Ojala que estas reflexiones -que son limitadas y que solo exploran algunos campos-, puedan seguir profundizándose pero, sobre todo, puedan vivirse para construir una sociedad y una iglesia verdaderamente incluyente, liberadora, creadora de comunión y reciprocidad entre todos y todas.