Cuaresma: oportunidad de repensar nuestra fe
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El 5 de marzo se inicia cuaresma con la celebración del miércoles de ceniza. Es un tiempo de preparación para conmemorar el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la muerte y la resurrección de Jesús. Convendría repensar el significado de este día para vivir este tiempo con más conciencia, pero, sobre todo, para que pueda dar más fruto en nuestra vida.
En algunos lugares ha crecido el número de personas que acuden a la imposición de la ceniza. Sin embargo, si preguntáramos por el sentido de lo que están haciendo, bastantes personas responderían que lo hacen buscando una protección o una bendición de Dios, pero desconocen el verdadero significado de este sacramental. En realidad, hay muchas búsquedas espirituales que responden a la necesidad de solución de los problemas que viven las personas y no importa si el rito lo ofrece la iglesia católica o cualquier otra confesión de fe. Lo que interesa es participar de algo que les fortalezca, los anime, les ayude a afrontar lo que viven. Todo esto es legítimo, necesario y si ayuda a las personas, es importante respetarlo. Pero vale la pena reflexionar sobre lo que celebramos los cristianos para saber “dar razón de nuestra fe” (1 Pe 3, 15-16).
Cuaresma, etimológicamente viene de la palabra latina, cuadragesima, señalando así los cuarenta días que faltan para celebrar el misterio pascual. Es tiempo de preparación, conversión, reflexión sobre el núcleo de nuestra fe y sus consecuencias para la vida. Es tiempo de preguntarse en qué creemos, por qué creemos, cómo ser consecuentes con lo que creemos, cómo podríamos dar testimonio más claro de lo que creemos.
Los cristianos creemos en la encarnación de nuestro Dios en Jesús y, en consecuencia, creemos en sus palabras y obras. Jesús nos comunicó con su vida lo que Dios desea de la humanidad y el camino para realizarnos plenamente en el amor, construyendo un mundo justo y en paz, entre los seres humanos y con la creación. Por tanto, la conversión a la que nos invita este tiempo de cuaresma no se puede quedar en algún ayuno o abstinencia o en la participación litúrgica. La conversión, a la que se nos llama, supone contrastarnos con la persona de Jesús y ver si nuestra vida ha asumido sus valores y los pone en práctica.
Las preguntas que convendría hacerse podrían ser, por ejemplo, por la imagen de Dios que tenemos. Vivimos y anunciamos al Dios de Jesús, ese Dios misericordioso con toda la humanidad, ¿sin ninguna exclusión para ninguno de sus hijos? En sociedades como las nuestras donde se da tanta exclusión por razón de etnia, de género, de condición social y, como hemos visto en algunos países, en razón de su condición de migrante, cuaresma nos invita a dar un testimonio muy claro y decidido por la inclusión de todos los seres humanos, estando atentos a cualquier condición que atente contra la dignidad humana, con voz profética para denunciarla y buscar caminos de integración.
Otra pregunta que podríamos hacernos va en la línea de la praxis de Jesús. Un Jesús libre de la Ley cuando ella atenta contra los seres humanos, libre del Templo cuando este no es liberador sino mediación de ritos externos, libre del tener para vivir la solidaridad, libre del poder, practicando el servicio, libre de las búsquedas personales para construir el bien común. ¿Es nuestra fe generadora de libertad o nos encierra en legalismos, fundamentalismos, escrúpulos, vanaglorias? En tiempos donde crecen las posturas tradicionalistas se necesita vivir una experiencia de fe que libere, permitiendo entender los signos de los tiempos y responder a ellos.
Muy importante es preguntarnos sobre la dimensión social y política de la fe. Las experiencias religiosas han de ser para la vida, para la construcción de sociedades más justas y en paz, para realizar obras de misericordia y solidaridad que actualicen para el presente, la vivencia de las primeras comunidades cristianas. No debería pasarnos lo que relata la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) de dejar a los caídos en el camino por “no mancharse” para cumplir con la purificación ritual o permanecer indiferentes ante la realidad de los hermanos porque se tiene prisa con el cumplimiento de los oficios religiosos. Nuestra conciencia socio política ha de ser lúcida, siempre apoyando las políticas que garanticen la justicia para todos y rechazando aquellas políticas que se centran en el lucro y la ganancia, sin importar las consecuencias humanas y ambientales de tales propuestas. En este último sentido, preguntarnos por la responsabilidad ecológica, es imprescindible. Hemos ido tomando más conciencia de que la salvación de nuestro Dios no es solo para la humanidad sino para toda la creación, pero dependerá de nuestro cuidado y capacidad de vivir en armonía con ella, sin depredarla y extinguirla.
Tenemos cuarenta días por delante para pensar en estas cuestiones o en muchas otras que pueden surgir en el corazón de cada uno. No dejemos pasar esta oportunidad que nos brinda el ciclo litúrgico de tomar el pulso de nuestra fe y reorientar la marcha. En eso consiste la conversión y se nos invita a vivirla en este tiempo. Por supuesto, con mucha “esperanza”, como lo ha señalado el Papa al invitarnos a vivir el Jubileo de la esperanza, sabiendo que por parte de Dios está todo dado y depende solo de nuestra generosidad que su amor hacia la humanidad se haga real y palpable en el mundo que vivimos.