¿Por qué Dios no me concede lo que le pido?
He escuchado a más de una persona quejarse ante el silencio de Dios o de los santos a los que les encomiendan sus causas. También preguntarse con insistencia por qué Dios, que todo lo puede, no cambia la situación de hambre, guerra o muerte que nos rodea. Esto nos sitúa en la oración de petición, talvez la más conocida por el pueblo cristiano y que moviliza a tantos peregrinos a los diferentes santuarios donde se acude para pedir por todo tipo de necesidades. Pero ¿qué sentido tiene esta oración? ¿De qué manera debe realizarse para no confundir a Dios con un “mago” que puede concedernos lo imposible? ¿Cómo entender que tantas peticiones no se cumplan y que parezca que Dios pide demasiado sacrificio para responder a algunas de ellas? ¿Qué papel juega la fe en esta oración?
Cuando las peticiones no se cumplen
Vale la pena insistir en que lo más importante es revisar una y otra vez la imagen de Dios que vivimos. Es muy fácil tener una idea de Dios como todopoderoso en el sentido de intervenir mágicamente en los procesos naturales y poder hacer lo que quiera. Pero esta no es la base de nuestra fe. El poder de Dios es, ante todo, el de trabajar desde dentro de los corazones humanos, para hacer de este mundo un lugar como El quiere. Por tanto, no es tanto que no se cumplan las peticiones, como el que no sabemos pedir lo que conviene. A Dios no se le tiene que pedir la solución mágica de las circunstancias sino la luz y la fuerza necesaria para afrontarlas y resolverlas. En palabras bíblicas, lo que tenemos que pedir es el Espíritu Santo porque él si sabe pedir lo que conviene (Cf. Rom 8, 26).
Poner en Dios la confianza y descansar en su cariño
Un cuento oriental nos ilumina profundamente el sentido de la oración de petición.
El petirrojo le dijo al gorrión: “Me gustaría, de veras, saber por qué estos afanosos seres humanos se apresuran y se preocupan tanto”. Y el gorrión le dijo al petirrojo: “Amigo, estoy seguro que tiene que ser porque ellos no tienen un Padre celestial que se cuide de ellos como se cuida de ti y de mi”.
La oración de petición debe ser ese reconocimiento profundo de que nuestra vida está en manos de Dios. De esta manera esta oración es fuente de verdadera humildad y confianza infinita en el Señor. Realmente somos limitados, frágiles y finitos pero podemos vivir con alegría y confianza porque nos sentimos amados y cuidados por el Padre celestial que vela por sus pajaritos y, estamos seguros, de que nosotros valemos mucho más que ellos (Cf. Mt 6, 26). Lo que tenemos que pedir es que el Señor transforme nuestro corazón y nos libere de todo egoísmo y búsqueda propia. De toda falta de aceptación de las circunstancias que no podemos cambiar. De todo apego a aquello que tiene que partir. De no esforzarnos ante las cosas que sí podemos transformar. Pedir, sí, y con insistencia, pero no cosas extraordinarias sino que nos mantengamos abiertos a la acción de Dios para que se realice el milagro de que todo hermano necesitado encuentre en su camino a alguien que le tienda la mano.
Cuando las peticiones no se cumplen
Vale la pena insistir en que lo más importante es revisar una y otra vez la imagen de Dios que vivimos. Es muy fácil tener una idea de Dios como todopoderoso en el sentido de intervenir mágicamente en los procesos naturales y poder hacer lo que quiera. Pero esta no es la base de nuestra fe. El poder de Dios es, ante todo, el de trabajar desde dentro de los corazones humanos, para hacer de este mundo un lugar como El quiere. Por tanto, no es tanto que no se cumplan las peticiones, como el que no sabemos pedir lo que conviene. A Dios no se le tiene que pedir la solución mágica de las circunstancias sino la luz y la fuerza necesaria para afrontarlas y resolverlas. En palabras bíblicas, lo que tenemos que pedir es el Espíritu Santo porque él si sabe pedir lo que conviene (Cf. Rom 8, 26).
Poner en Dios la confianza y descansar en su cariño
Un cuento oriental nos ilumina profundamente el sentido de la oración de petición.
El petirrojo le dijo al gorrión: “Me gustaría, de veras, saber por qué estos afanosos seres humanos se apresuran y se preocupan tanto”. Y el gorrión le dijo al petirrojo: “Amigo, estoy seguro que tiene que ser porque ellos no tienen un Padre celestial que se cuide de ellos como se cuida de ti y de mi”.
La oración de petición debe ser ese reconocimiento profundo de que nuestra vida está en manos de Dios. De esta manera esta oración es fuente de verdadera humildad y confianza infinita en el Señor. Realmente somos limitados, frágiles y finitos pero podemos vivir con alegría y confianza porque nos sentimos amados y cuidados por el Padre celestial que vela por sus pajaritos y, estamos seguros, de que nosotros valemos mucho más que ellos (Cf. Mt 6, 26). Lo que tenemos que pedir es que el Señor transforme nuestro corazón y nos libere de todo egoísmo y búsqueda propia. De toda falta de aceptación de las circunstancias que no podemos cambiar. De todo apego a aquello que tiene que partir. De no esforzarnos ante las cosas que sí podemos transformar. Pedir, sí, y con insistencia, pero no cosas extraordinarias sino que nos mantengamos abiertos a la acción de Dios para que se realice el milagro de que todo hermano necesitado encuentre en su camino a alguien que le tienda la mano.