¿Evitar las "polarizaciones"?
Ya falta poco para que definamos el futuro político de Colombia. Y se han dicho muchas cosas que esperemos ayuden a discernir sobre la opción que tomemos el próximo 27 de mayo. Pero hay una situación que quiero comentar. Me refiero a la “polarización” que de hecho existe y frente a la cual algunas personas dicen que no votaran por los candidatos que más parecen encarnarla, precisamente por eso. Entonces votarán por aquellos que dan sensación de más armonía. Esto es legítimo y esperemos que sirva también esa postura. Sin embargo, pienso que la polarización no es mala y, más aún, muchas veces, indispensable para que se realice un cambio. Y es que cuando en verdad se quiere transformar algo no puede menos que producirse rechazo y persecución. Los creyentes en Jesús sabemos de eso, aunque parece se nos olvida. Jesús se ganó la muerte en cruz por predicar el Reino de Dios que desestabilizaba el status quo establecido en su tiempo. Y digo que, muchas veces se nos olvida ese actuar de Jesús, porque parece que ser cristiano tiene que ir de la mano de la conciliación, de la armonía, del no decir nada, del no crear inquietud, de no hacer ninguna crítica, en otras palabras, todo eso que suena más a ese “ser tibio” del que habla el Apocalipsis (3, 15-16) en su carta a la iglesia de Laodicea.
Sí, debe ser más “virtuoso” (en términos cristianos) saber decir las cosas sin producir rechazo. Aunque casi no conozco a nadie que haya producido un cambio real sin despertar persecución. Si conozco a mucha gente que sabe ser tan “prudente” que nunca dice nada y, eso sí, gana “buena fama” y le dan puestos de responsabilidad porque se sabe de su “incondicionalidad” a lo que diga la autoridad. Lealtad, sin duda debe existir, pero plegarse a lo que diga quien manda, ahoga lo más propio del Espíritu de Jesús que siempre inquieta, interpela, desinstala porque, efectivamente, su presencia “transforma la faz de la tierra”, como decimos cada vez que le invocamos.
No creo que haya ninguna persona que proponga cambios sociales y que, al mismo tiempo, no tenga muchos fallos personales. No sería humano. No creo en procesos de cambio que no tengan muchos tropiezos, equivocaciones y desviaciones. Pero si creo que en medio de la cizaña crece el trigo y que este permite que haya tiempos, espacios y situaciones donde las cosas marchan mejor y se favorece notablemente la vida. En ese contexto yo sitúo todo el caminar latinoamericano que se ha dado en varios países, en la última década, donde las políticas sociales se han dado y han favorecido la vida de los pobres. Después han venido críticas y persecuciones. Algo de verdad hay. Mucho de mentira también. Pero los medios de comunicación hegemónicos han conseguido colocar en muchas personas (y lamentablemente en muchos creyentes y muchas jerarquías eclesiásticas) la idea de que las políticas sociales son populismo y de que lo único que nos salva son las políticas neoliberales (sin llamarlas así, por supuesto).
Yo le sigo apostando a quien más políticas sociales proponga. Sé que esto causa polarización pero creo que vale la pena meterse en este lío. Y aunque se pierda un intento, hay que seguir con el siguiente. Así se han dado todos los cambios. Y algo se va haciendo. Lo que no se puede hacer es caer en el conformismo y dejar que las cosas sigan iguales y pensar que los cambios llegarán sin sufrirlos, sin lucharlos, sin aguantarse todas las críticas y persecuciones de los que se resisten a ello.
Finalmente también he oído a muchas personas decir que para que se sigue hablando de ricos y pobres, que eso es comunismo y eso ya pasó. Estoy de acuerdo con que el comunismo ya nada tiene que hacer hoy. Pero hablar de ricos y pobres sigue tan vigente como lo muestra la realidad en la que vivimos. Hay cada vez más pobres porque unos pocos se hacen cada vez más ricos. ¿Se puede dejar de denunciar esta evidencia? Gracias a Dios el papa Francisco ha vuelto a poner la palabra “pobre” en el centro de la vida cristiana. Y ha dicho que “esta economía mata”. Y que escuchemos las necesidades de los pobres y respondamos a ellas. Y que la iglesia ha de ser pobre y para los pobres. Y, por supuesto, antes que el Papa y con toda autoridad, Jesús de Nazaret anunció el Reino de Dios donde los pobres son los primeros destinatarios.
En conclusión, no creo que lo más importante sea “evitar la polarización”. Lo que interesa es asumirla cuando por el hecho de pensar en los pobres llega. Pero no es posible renunciar a soñar con ese “otro mundo posible” aquel donde la vida de los pobres sea el principal objetivo y desde ahí todo aquello que también necesitamos para hacer de nuestro país un lugar donde “quepan todos y todas” con justicia, equidad y, en ente momento actual, apostando incondicionalmente por la paz. Que el Espíritu nos ilumine realmente a arriesgarlo todo por “transformar la faz de la tierra” porque como estamos, no estamos bien y el miedo no puede paralizarnos si su audacia y profecía nos sostiene.
Sí, debe ser más “virtuoso” (en términos cristianos) saber decir las cosas sin producir rechazo. Aunque casi no conozco a nadie que haya producido un cambio real sin despertar persecución. Si conozco a mucha gente que sabe ser tan “prudente” que nunca dice nada y, eso sí, gana “buena fama” y le dan puestos de responsabilidad porque se sabe de su “incondicionalidad” a lo que diga la autoridad. Lealtad, sin duda debe existir, pero plegarse a lo que diga quien manda, ahoga lo más propio del Espíritu de Jesús que siempre inquieta, interpela, desinstala porque, efectivamente, su presencia “transforma la faz de la tierra”, como decimos cada vez que le invocamos.
No creo que haya ninguna persona que proponga cambios sociales y que, al mismo tiempo, no tenga muchos fallos personales. No sería humano. No creo en procesos de cambio que no tengan muchos tropiezos, equivocaciones y desviaciones. Pero si creo que en medio de la cizaña crece el trigo y que este permite que haya tiempos, espacios y situaciones donde las cosas marchan mejor y se favorece notablemente la vida. En ese contexto yo sitúo todo el caminar latinoamericano que se ha dado en varios países, en la última década, donde las políticas sociales se han dado y han favorecido la vida de los pobres. Después han venido críticas y persecuciones. Algo de verdad hay. Mucho de mentira también. Pero los medios de comunicación hegemónicos han conseguido colocar en muchas personas (y lamentablemente en muchos creyentes y muchas jerarquías eclesiásticas) la idea de que las políticas sociales son populismo y de que lo único que nos salva son las políticas neoliberales (sin llamarlas así, por supuesto).
Yo le sigo apostando a quien más políticas sociales proponga. Sé que esto causa polarización pero creo que vale la pena meterse en este lío. Y aunque se pierda un intento, hay que seguir con el siguiente. Así se han dado todos los cambios. Y algo se va haciendo. Lo que no se puede hacer es caer en el conformismo y dejar que las cosas sigan iguales y pensar que los cambios llegarán sin sufrirlos, sin lucharlos, sin aguantarse todas las críticas y persecuciones de los que se resisten a ello.
Finalmente también he oído a muchas personas decir que para que se sigue hablando de ricos y pobres, que eso es comunismo y eso ya pasó. Estoy de acuerdo con que el comunismo ya nada tiene que hacer hoy. Pero hablar de ricos y pobres sigue tan vigente como lo muestra la realidad en la que vivimos. Hay cada vez más pobres porque unos pocos se hacen cada vez más ricos. ¿Se puede dejar de denunciar esta evidencia? Gracias a Dios el papa Francisco ha vuelto a poner la palabra “pobre” en el centro de la vida cristiana. Y ha dicho que “esta economía mata”. Y que escuchemos las necesidades de los pobres y respondamos a ellas. Y que la iglesia ha de ser pobre y para los pobres. Y, por supuesto, antes que el Papa y con toda autoridad, Jesús de Nazaret anunció el Reino de Dios donde los pobres son los primeros destinatarios.
En conclusión, no creo que lo más importante sea “evitar la polarización”. Lo que interesa es asumirla cuando por el hecho de pensar en los pobres llega. Pero no es posible renunciar a soñar con ese “otro mundo posible” aquel donde la vida de los pobres sea el principal objetivo y desde ahí todo aquello que también necesitamos para hacer de nuestro país un lugar donde “quepan todos y todas” con justicia, equidad y, en ente momento actual, apostando incondicionalmente por la paz. Que el Espíritu nos ilumine realmente a arriesgarlo todo por “transformar la faz de la tierra” porque como estamos, no estamos bien y el miedo no puede paralizarnos si su audacia y profecía nos sostiene.