Comentario al evangelio del 3° domingo de cuaresma (3-03-2024) Expulsar los ritos vacíos para servir al ser humano, único templo querido por Dios
El Templo, en lugar de ser casa de encuentro del pueblo del Señor, se había convertido en lugar de exclusión para todos aquellos que, por su enfermedad, su etnia, su sexo, su ocupación, etc., no podían llegar sino hasta el patio e incluso de los que ni allí podían acceder.
Este gesto profético de Jesús busca mostrar la centralidad del ser humano por encima de cualquier ley, rito, tradición, costumbre, así sea en nombre de Dios
La Pascua de los judíos estaba cerca, y Jesús subió a Jerusalén y encontró en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero allí sentados. Y haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas y dijo a los que vendían palomas: Quiten esto de aquí; no hagan de la casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu casa me devorará. Entonces los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras para obrar así? Jesús les respondió: Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré. Entonces los judíos dijeron: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días? Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado. Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús, por su parte, no se confiaba a ellos, porque conocía a todos y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del ser humano, pues Él conocía lo que hay en Él(Jn 2, 13-25).
Continuamos en el tiempo de cuaresma y el evangelio de hoy nos trae un pasaje narrado por los cuatro evangelios -con sus debidas diferencias debido a la intencionalidad de cada evangelista- pero que conocemos como “expulsión de los vendedores del Templo”. La interpretación literal nos lleva a pensar que Jesús quiere realizar una purificación del templo porque se ha convertido en lugar de comercio y no se pueden irrespetar los lugares sagrados. Algo de purificación podemos encontrar en el pasaje -por la importancia que en el contexto judío le dan a la pureza ritual- pero, en realidad, lo más importante es situarlo en el anuncio del reino de Dios que Jesús realiza, anuncio hecho con palabras, pero también con gestos y actitudes.
El pasaje de hoy se puede inscribir en esos signos proféticos que por la fuerza y desconcierto que causan, pretenden llamar la atención profundamente, buscando lograr el efecto que una demanda suave y medida no consigue.
El Templo para los judíos era una de sus instituciones sagradas. Pero el reino de Dios confronta dichas instituciones, no por ellas mismas sino por el empleo que se les da. El Templo, en lugar de ser casa de encuentro del pueblo del Señor, se había convertido en lugar de exclusión para todos aquellos que, por su enfermedad, su etnia, su sexo, su ocupación, etc., no podían llegar sino hasta el patio e incluso de los que ni allí podían acceder. Además, con el talante de las ofrendas hechas, se mostraba el diferente estatus social de los peregrinos. Jesús fue presentado en el Templo, ofreciendo un par de tórtolas porque su nivel social no le permitía ofrecer un cordero, ofrenda propia de los más adinerados.
Este gesto profético de Jesús busca mostrar la centralidad del ser humano por encima de cualquier ley, rito, tradición, costumbre, así sea en nombre de Dios. Para el Dios Padre/Madre del reino, nada puede estar por encima del bienestar, necesidad, atención que precise uno de sus hijos e hijas. Y es tal el valor del ser humano que Jesús se atreve a remplazar, en cierto sentido con sus palabras, el valor del Templo por el de su mismo Cuerpo que, en términos paulinos, son también todos los miembros de su cuerpo (1 Cor 12, 12-30), los seres humanos, considerados “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19).
Recordemos que este texto es pospascual y cuando el evangelista lo escribe, ya el Templo había sido destruido y ya habían vivido la experiencia de la resurrección de Jesús. Es decir, el nuevo Templo que ha de ser reconocido por sus seguidores no corresponde a templos de piedra sino a su resurrección y a la vida resucitada que nos comunica por medio de su Espíritu.
El texto termina diciendo que, aunque muchos creyeron en Él por los signos que realizaba, Jesús no confiaba en ellos porque bien los conocía. Podríamos aplicarlo a nuestro presente reconociendo que Jesús tenía razón de no fiarse de nosotros. Continuamente erigimos templos de piedra para no acudir al verdadero templo que es el ser humano, todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas por los cuales hay que anteponer su necesidad a cualquier rito, liturgia, ofrenda, rezo, ayuno, etc.
Lamentablemente en nuestra Iglesia y en muchos de sus miembros lo ritual es más importante que las personas y continuamente inventan más signos externos -velos, inciensos, lujos, genuflexiones, imágenes, joyas religiosas, etc., alejándose cada vez más de la sencillez del mensaje del reino de Dios. Así mismo, impiden la reforma eclesial porque son incapaces de vivir la libertad de los hijos de Dios para implementar los cambios necesarios que respondan a los desafíos actuales, dejando de ser esta iglesia llena de retrocesos, miedos y anatemas, de la que cada vez se aleja más gente.
Ojalá este tiempo de cuaresma fuera tiempo de expulsar tantas cosas que creyendo nos acercan a Dios, se convierten en obstáculo para amar y servir al único Templo que vale a los ojos de Dios: todo ser humano, absolutamente todos, todas y todes, comenzando por los más necesitados.
(Foto tomada de: https://www.elche.me/imagenes/pedro-ibarra-mendigos-en-la-puerta-de-la-iglesia-del-salvador-hacia-1900)