Navidad: agradecer el 2017 y disponernos al 2018
Termina el 2017 y podríamos hacer la larga lista de los acontecimientos vividos. Recordemos algunos que, desde la experiencia de fe, marcaron nuestra vivencia. El primero, la visita del Obispo de Roma con la alegría y entusiasmo que suscitó no solo entre católicos sino en gran parte del pueblo colombiano. Esa visita ya la hemos comentado en estas páginas. Sin embargo, no sobra decir de nuevo una palabra que ayude a no perder esa experiencia. ¿Cómo podemos mantener en el tiempo los gestos y pronunciamientos del Papa Francisco que tanto bien nos hicieron? No hay otra alternativa: hacerlos vida en nuestro día a día, empeñándonos, en dar testimonio de ellos. Podríamos resumirlo así: seguir trabajando por la paz y ponernos del lado de los más pobres a la hora de tomar una decisión que afecte el bien común. Recordemos que esto fue lo que el Papa le dijo a las autoridades colombianas: “Escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes”. Y eso mismo les dijo a los obispos: “hospédense en la humildad de su gente y escuchen su despojada humanidad que brama por la dignidad que solo el Resucitado puede dar”.
Otro acontecimiento que tal vez vivimos con menos intensidad, fue la celebración de los 500 años de la Reforma protestante. El 31 de octubre se cerró el año de conmemoración con una declaración conjunta entre católicos y luteranos en la cual pidieron perdón por las ofensas mutuas desde el inicio de la Reforma hasta ahora. Así mismo celebraron los esfuerzos por vivir el ecumenismo desde hace 50 años, cuando con Vaticano II se abrieron las puertas para ello. Desde entonces ha sido real el diálogo ecuménico a partir de celebraciones conjuntas, colaboraciones solidarias y acuerdos teológicos. Desde esa experiencia, los acontecimientos que llevaron a la ruptura en el siglo XVI, se ven con otra perspectiva, favoreciendo la comunión más que la separación.
Recordemos que en 1999 se firmó una declaración conjunta sobre la “Justificación” entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica Romana, declaración que fue asumida en 2006 por el Consejo Metodista Mundial y, en este año de conmemoración, por la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y por la Comunión Anglicana. El compromiso asumido ahora es el de continuar discerniendo sobre la comprensión de Iglesia, Eucaristía y Ministerio, buscando un consenso sustancial que permita superar las diferencias que existen. Estos acuerdos quedan distantes del pueblo creyente que expresa su fe en iglesias particulares y que, lamentablemente, a veces se alimenta más de marcar las diferencias entre los credos que la comunión. Nuestro compromiso, en este sentido, es divulgar estos pasos dados y con mucha paciencia seguir tejiendo lazos ecuménicos entre algunos católicos que aún consideran a todas las demás iglesias como “sectas” y entre algunas iglesias que se fundamentan en las críticas a la iglesia católica pero, falsas, como el decir que se adora a la Virgen o a los santos, cuando bien sabemos que eso no es verdad.
Otros acontecimientos de carácter más político han sido la elección –contra todo pronóstico- de Donald Trump porque para nadie era desconocida su orientación profundamente neoliberal, su marcado etnocentrismo queriendo favorecer solo la clase blanca y alta de su país y su personalidad donde parecen primar los caprichos del que se sabe dueño del mundo que la perspectiva del bien común para todos. También la situación de Venezuela que aún sigue en vilo, con un sistema político atacado por todas partes y totalmente debilitado pero con una oposición que no sabe ofrecer sino “más de lo mismo” al pueblo venezolano que por décadas ha vivido en la miseria. También otras realidades políticas mundiales donde el neoliberalismo sigue triunfando, ahogando más y más las políticas sociales y las conquistas que favorecerían a los más pobres.
No han faltado tampoco los desastres naturales: Mocoa, México, Puerto Rico, por citar algunos, en los que se ha visto la inmensa solidaridad pero también los retrasos gubernamentales que no cumplen todo lo que prometen y, en los que no se descarta que los daños climáticos tengan mucho que ver con la magnitud de tales desastres. De otro lado, hay que nombrar también los ataques terroristas que hacen de nuestro mundo un lugar inseguro en todo sentido, borrando la línea entre el bien y el mal, haciendo muy compleja la manera efectiva de enfrentarlos.
Muchas otras situaciones podríamos recordar. Cada uno tendrá otros acontecimientos más significativos. Pero lo que interesa señalar es que con todo lo que cada uno ha vivido, llegamos nuevamente a la celebración de Navidad. Allí un niño pobre, envuelto en pañales, en un pesebre a las afueras de la ciudad, rodeado de unos pocos pastores que en su sencillez acogen las maravillas de Dios que pocos comprenderían, nos dice que con Él “ha llegado la salvación al mundo” (Lc 2, 11).
Navidad es entonces tiempo de esperanza porque nuestra historia está acompañada por nuestro Dios a tal punto que se hace ser humano en ella. El Hijo de Dios, el Jesús histórico, se enfrentó a los acontecimientos de su tiempo y respondió con el anuncio del Reino que pone a los últimos en primera fila y desde ellos no desiste de la solidaridad, la misericordia, la vida para todos. Hoy ese Dios hecho Niño sigue presente a través de nuestra vida. ¿Qué tanto estamos dispuestos a encarnar los valores del Reino en nuestro aquí y ahora? Que a los pies del pesebre pongamos el 2018 para que el Niño Jesús nos fortalezca y nos haga capaces de ser testimonio de su amor, de su paz, de su misericordia, del don de Dios que no cesa de derramarse en nuestro mundo pero que necesita de nuestra fidelidad para que llegue a todos.
Otro acontecimiento que tal vez vivimos con menos intensidad, fue la celebración de los 500 años de la Reforma protestante. El 31 de octubre se cerró el año de conmemoración con una declaración conjunta entre católicos y luteranos en la cual pidieron perdón por las ofensas mutuas desde el inicio de la Reforma hasta ahora. Así mismo celebraron los esfuerzos por vivir el ecumenismo desde hace 50 años, cuando con Vaticano II se abrieron las puertas para ello. Desde entonces ha sido real el diálogo ecuménico a partir de celebraciones conjuntas, colaboraciones solidarias y acuerdos teológicos. Desde esa experiencia, los acontecimientos que llevaron a la ruptura en el siglo XVI, se ven con otra perspectiva, favoreciendo la comunión más que la separación.
Recordemos que en 1999 se firmó una declaración conjunta sobre la “Justificación” entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica Romana, declaración que fue asumida en 2006 por el Consejo Metodista Mundial y, en este año de conmemoración, por la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y por la Comunión Anglicana. El compromiso asumido ahora es el de continuar discerniendo sobre la comprensión de Iglesia, Eucaristía y Ministerio, buscando un consenso sustancial que permita superar las diferencias que existen. Estos acuerdos quedan distantes del pueblo creyente que expresa su fe en iglesias particulares y que, lamentablemente, a veces se alimenta más de marcar las diferencias entre los credos que la comunión. Nuestro compromiso, en este sentido, es divulgar estos pasos dados y con mucha paciencia seguir tejiendo lazos ecuménicos entre algunos católicos que aún consideran a todas las demás iglesias como “sectas” y entre algunas iglesias que se fundamentan en las críticas a la iglesia católica pero, falsas, como el decir que se adora a la Virgen o a los santos, cuando bien sabemos que eso no es verdad.
Otros acontecimientos de carácter más político han sido la elección –contra todo pronóstico- de Donald Trump porque para nadie era desconocida su orientación profundamente neoliberal, su marcado etnocentrismo queriendo favorecer solo la clase blanca y alta de su país y su personalidad donde parecen primar los caprichos del que se sabe dueño del mundo que la perspectiva del bien común para todos. También la situación de Venezuela que aún sigue en vilo, con un sistema político atacado por todas partes y totalmente debilitado pero con una oposición que no sabe ofrecer sino “más de lo mismo” al pueblo venezolano que por décadas ha vivido en la miseria. También otras realidades políticas mundiales donde el neoliberalismo sigue triunfando, ahogando más y más las políticas sociales y las conquistas que favorecerían a los más pobres.
No han faltado tampoco los desastres naturales: Mocoa, México, Puerto Rico, por citar algunos, en los que se ha visto la inmensa solidaridad pero también los retrasos gubernamentales que no cumplen todo lo que prometen y, en los que no se descarta que los daños climáticos tengan mucho que ver con la magnitud de tales desastres. De otro lado, hay que nombrar también los ataques terroristas que hacen de nuestro mundo un lugar inseguro en todo sentido, borrando la línea entre el bien y el mal, haciendo muy compleja la manera efectiva de enfrentarlos.
Muchas otras situaciones podríamos recordar. Cada uno tendrá otros acontecimientos más significativos. Pero lo que interesa señalar es que con todo lo que cada uno ha vivido, llegamos nuevamente a la celebración de Navidad. Allí un niño pobre, envuelto en pañales, en un pesebre a las afueras de la ciudad, rodeado de unos pocos pastores que en su sencillez acogen las maravillas de Dios que pocos comprenderían, nos dice que con Él “ha llegado la salvación al mundo” (Lc 2, 11).
Navidad es entonces tiempo de esperanza porque nuestra historia está acompañada por nuestro Dios a tal punto que se hace ser humano en ella. El Hijo de Dios, el Jesús histórico, se enfrentó a los acontecimientos de su tiempo y respondió con el anuncio del Reino que pone a los últimos en primera fila y desde ellos no desiste de la solidaridad, la misericordia, la vida para todos. Hoy ese Dios hecho Niño sigue presente a través de nuestra vida. ¿Qué tanto estamos dispuestos a encarnar los valores del Reino en nuestro aquí y ahora? Que a los pies del pesebre pongamos el 2018 para que el Niño Jesús nos fortalezca y nos haga capaces de ser testimonio de su amor, de su paz, de su misericordia, del don de Dios que no cesa de derramarse en nuestro mundo pero que necesita de nuestra fidelidad para que llegue a todos.