Un Niño nos ha nacido: "Príncipe de la paz"

Nos acercamos a una época muy bonita: la navidad. Todo se vuelve alegría y fiesta y parece que la gente se llena de amabilidad y simpatía. Mucho depende del ambiente exterior, por supuesto, pero también hay una fe sincera, especialmente, en la gente más sencilla, que disfruta de hacer el pesebre, rezar la novena, adornar su casa y esperar al Niño Dios con esa confianza que solo los pobres saben vivir con tanta autenticidad. Pero esa alegría no será completa en Colombia porque vamos con dos meses de retraso de la oportunidad de haber emprendido el camino hacia la paz. Algunos dirán que no se ha perdido el tiempo porque repensar los Acuerdos de Paz permitirá mejorarlos. Ojala que así sea. Pero lo cierto, es que seguimos urgidos de comenzar un nuevo momento en nuestra historia.
En estas circunstancias, las palabras del profeta Isaías pueden reforzar nuestra esperanza y hacer de esta navidad tiempo propicio para empeñarnos en abrir caminos a la paz, sin descanso, ni tregua. Somos el pueblo que todavía anda en la oscuridad pero que necesita ver esa gran luz que nos trae el Niño Jesús. Un Niño que “ha deshecho la esclavitud que oprimía al pueblo, la opresión que lo afligía, la tiranía a la que estaba sometido” (Is 11, 4). Un niño que nace de nuevo con un solo poder: el de ser “Príncipe de la paz” (Is 9, 5). Pero un principado basado en la “justicia y el derecho” (Is 9,6), capaz de crear “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Is 65, 17) donde “no habrán allí más niños que vivan pocos días o ancianos que no llenen sus días (…) edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán de su fruto (…) disfrutarán del trabajo de sus manos (…) lobo y cordero pacerán juntos, el león comerá paja como el buey y la serpiente se alimentará del polvo, no harán más daño ni prejuicio en todo mi santo monte” (Is 65, 20-25).
No es suficiente afirmar que con invocar a Dios y pedirle por la paz, esta llegará. Con consignas parecidas algunos se escudan del compromiso sociopolítico al que todo cristiano está llamado. Y no porque Dios no sea la fuente y garante de la auténtica paz, sino porque precisamente en el misterio de la encarnación que celebramos en cada navidad –Dios hecho ser humano entre nosotros- el verdadero seguimiento de Jesús no se hace en el ámbito de lo privado, de lo íntimo, de un cierto “espiritualismo”, sino en el ámbito de la historia, la vida, la alegría, la justicia, las relaciones humanas, los proyectos de todo tipo, la vida misma en la que nos jugamos todos los días la veracidad de nuestra fe y el sentido del Dios en quien decimos creer.
El Niño Jesús se hizo ser humano para vivir con todas las consecuencias la historia de su tiempo. No ahorró esfuerzos para compartir la suerte de sus contemporáneos. Se puso del lado de los pobres y mostró con su cercanía y acciones el amor de Dios hacia ellos. Por eso se ganó la cruz y en fidelidad al Dios que anunciaban sus palabras y obras, asumió el desenlace de su vida. Y la última palabra no la tuvo la muerte sino el amor de Dios que levanta a todos los caídos de la historia.
Por esto, la paz en Colombia necesita cristianos comprometidos con la vida, el perdón, la misericordia, la reconciliación, la esperanza en que un nuevo comienzo es posible. Es tiempo de dejar los intereses personales y mirar el bien común, especialmente, el bien de las víctimas directas del conflicto armado. El Niño Dios, Príncipe de la paz, nace para quedarse entre nosotros ¿le sabremos acoger en este presente desafiante que vivimos? ¿seremos como Él verdaderos gestores y artesanos de la paz? ¿cambiaremos nuestra idea de que unos son los malos y otros los buenos para reconocer que en este conflicto todos llevamos mucha responsabilidad? Ojala sepamos responder afirmativamente estas preguntas y en esta navidad comience en Colombia una historia distinta donde la paz sea nuestro empeño y el perdón y la reconciliación el medio para alcanzarla.
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