Papa Francisco en Bogotá: La paz, la cultura del encuentro y la vida para todos
El segundo día del Papa en Colombia fue intenso, como lo serán todos los que siguen. Inició con las palabras dirigidas a las autoridades colombianas en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño. De ahí se desplazó a la catedral primada donde rezó frente a la Virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia. Después, recibió de manos del Alcalde las llaves de la ciudad. Se dirigió a los jóvenes reunidos en la Plaza de Bolívar desde el balcón del Palacio cardenalicio. Allí mismo se reunió con los obispos. En la tarde se encontró con la presidencia del CELAM y, más tarde, celebró la Eucaristía en el parque Simón Bolívar a la que acudieron más de un millón de personas, finalizando con el regreso a la nunciatura en cuya puerta tuvo otro encuentro con un grupo de jóvenes que le ofrecieron su canto y su danza, junto con unas palabras que fueron muy bien acogidas por el pontífice.
Imposible resumir en este espacio la riqueza de cada una de las palabras y de los gestos del Papa. Cada discurso merecería un comentario largo y detallado. Por ahora basta decir que sin duda el Papa muestra con todos sus actos el lugar desde el que habla, los énfasis que sostiene, la visión de Dios, de Iglesia, de misión que tiene y de lo que quiere hablar una y otra vez, “a tiempo y a destiempo” como dice la segunda carta a Timoteo (4,2).
El Papa lleva en su corazón a los pobres. Y esto, no por su propio gusto, sino porque ellos son el corazón del evangelio. De ahí que en el discurso en la casa de Nariño, después de insistir en el tema fundamental que atraviesa nuestro país – la paz y la reconciliación- pide que por favor “escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, y de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—“. Animó también “a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”
Lo mismo dijo en su discurso a los jóvenes: “ustedes los jóvenes tienen una sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de los otros (…) para dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles y dedicarse a ellos”. A los obispos les invitó a hospedarse “en la humildad de su gente para darse cuenta de sus secretos recursos humanos y de fe, escuchen cuánto su despojada humanidad brama por la dignidad que solamente el Resucitado puede conferir”. Con los del CELAM refuerza la idea de que la misión de una iglesia en salida es “salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo. Se trata de que se metan día a día en el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que se les ha confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire acondicionado de las oficinas, por las estadísticas y las estrategias abstractas. Es necesario dirigirse al hombre en su situación concreta; de él no podemos apartar la mirada. La misión se realiza siempre cuerpo a cuerpo”. Llamando a mantener la esperanza dice: “la esperanza debe siempre mirar al mundo con los ojos de los pobres y desde la situación de los pobres”.
Y como ya dijimos, el tema central de su visita es la paz y la reconciliación en Colombia. Por eso en sus palabras a las autoridades del país valoró todos los esfuerzos dados para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En estos caminos propuso la cultura del encuentro que debe superar las visiones distintas que se tienen en la construcción de la paz. Esta cultura del encuentro “exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común”.
Y siguió insistiendo en la cultura del encuentro en su reunión con los del Celam diciendo que, en el contexto latinoamericano, se valorara su diversidad como una riqueza y se ha de prestar “el humilde servicio al verdadero bien del hombre latinoamericano. Se debe trabajar sin cansarse para construir puentes, abrir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar para al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz”. También lo hizo en su discurso a las autoridades: “Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de ‘pura sangre’ sino con todos”. A los jóvenes les dice que para ellos es fácil encontrarse y por eso “pueden enseñarnos a los grandes que la cultura del encuentro no es pensar, vivir, ni reaccionar todos del mismo modo –no es eso- la cultura del encuentro es saber que más allá de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos transciende, somos parte de este maravilloso país. ¡Ayúdennos a entrar, a los grandes, en esta cultura del encuentro que ustedes practican tan bien!”.
El Papa sabe que la superación de la violencia no depende solo de un acuerdo de paz frente al conflicto armado sino de resolver las causas estructurales que generan toda violencia. Estas son la inequidad y la injusticia social. Por eso llama la atención de que las leyes no deben ser solo para garantizar un orden social sino que “deben resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia (…) no olvidemos que la inequidad es la raíz de los malos sociales” (Discurso a las autoridades). Insiste nuevamente en la homilía de la misa de este día: “hay densas nieblas que amenazan y destruyen la vida. las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas”.
Francisco está convencido de que el núcleo del anuncio del evangelio es la alegría y es lo que se ha de comunicar. A los del Celam les recuerda que la misión continental propuesta en la Conferencia de Aparecida, “no es la suma de iniciativas programáticas que llenan agendas (…) sino el esfuerzo para poner la misión de Jesús en el corazón de la misma Iglesia, transformándola en criterio para medir la eficacia de las estructuras, los resultados de su trabajo, la fecundidad de sus ministros y la alegría que ellos son capaces de suscitar. Porque sin alegría no se atrae a nadie”
Otra de las preocupaciones de Francisco ha sido la reforma de la Iglesia y entre ellas la del clericalismo que la ha acompañado durante tantos siglos y por eso a los del Celam les dijo: “Me detuve en las tentaciones todavía presentes, de la ideologización del mensaje evangélico, del funcionalismo eclesial y del clericalismo”. Más aún “no se puede reducir el evangelio a un programa al servicio del gnosticismo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la Iglesia como una burocracia que se autobeneficia, como tampoco esta se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical”
Finalmente, en el Discurso a los obispos les hace una llamada fuerte a que “sostengan” el paso hacia la paz definitiva, la reconciliación, “la abdicación de la violencia como método, la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la renuncia al camino fácil pero sin salida de la corrupción, la paciente y perseverante consolidación de la ‘res pública’ que requiere la superación de la miseria y de la desigualdad”. Les recuerda que su misión es singular en la construcción de esta nación: “ustedes no son técnicos ni políticos, son pastores (…)” y por eso deben predicar la palabra de la reconciliación “no solamente en los púlpitos, en los documentos eclesiales o en los artículos de periódicos, sino más bien en el corazón de las personas, en el secreto sagrario de sus conciencias”.
El día terminó, como ya dijimos con el encuentro con unos jóvenes en situación de discapacidad en el que una de las niñas leyó unas palabras que impactaron al Papa: “Queremos un mundo en el que la vulnerabilidad sea reconocida como esencial en lo humano. Que lejos de debilitarnos nos fortalece y dignifica. Un lugar de encuentro común que nos humaniza”. Francisco no dudó en retomarlas, en repetirlas y decirles que “todos somos vulnerables (…) por eso no se puede descartar a nadie”.
Los pontífices siempre han despertado lo mejor de los sentimientos de los católicos y ya tuvimos dos experiencias hace muchos años que se recuerdan con gratitud. Pero lo notorio, lo increíble, lo que distingue este pontificado es que el evangelio se hace vivo, cercano, concreto, entendible a todos los que se encuentran con el Papa y escuchan su mensaje. Solo queda decir que ojala a partir de esta experiencia todos en la iglesia colombiana (jerarcas y laicos) nos esforcemos por dar un testimonio así de creíble y evangélico, como el Papa Francisco lo ha sabido hacer.