Papa Francisco en Villavicencio: La necesaria e inaplazable “reconciliación” en Colombia
El tercer día de Francisco en Colombia comenzó encontrándose con las fuerzas armadas y la policía en el aeropuerto militar CATAM donde abordaría el avión para trasladarse a Villavicencio. A ellos les agradeció “lo que han hecho y lo que hacen por la paz poniendo en juego la vida” y les expresó su deseo de que “ojalá puedan ver consolidada la paz en este país que se lo merece”.
Llegado a la región llanera celebró la misa en Catama con unas 600.000 personas presentes. Se destacó en el evento, la ropa blanca que usaron la mayoría de los asistentes, la presencia de las comunidades indígenas que rodearon el Papa y le dieron sus regalos autóctonos y todo el ambiente alegre y festivo al ritmo de música llanera mostrando la pujanza y valentía de esa tierra tan bellamente bendecida por Dios con su naturaleza exuberante.
La celebración de la Eucaristía inició con la beatificación del obispo de Arauca, monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, asesinado por el ELN en 1989 y la del sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, conocido como “el cura de Armero” masacrado en este municipio tolimense en 1948.
En la Homilía el papa volvió a clamar por la reconciliación con Dios, con los colombianos y con la creación. Partiendo de la festividad que se celebra este día (8 de septiembre: el nacimiento de la Virgen María) el Papa invitó a ver en María “la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie puede romper”. Se centró después en la lectura de Mateo que relata la genealogía de Jesús según Mateo haciendo caer en cuenta que la historia de salvación es “una historia viva, historia de un pueblo con Dios caminando (…) no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, de vida que camina”. Y en esa historia la “mención de las mujeres –ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento- nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento”. Y a partir de esas palabras aprovecha para denunciar los estilos patriarcales y machistas que oprimen a las mujeres pero, a su vez, la capacidad que ellas han mostrado a lo largo de la historia para cambiarla y abrir nuevos caminos. Y la historia de José frente al embarazo de María es contracultural y capaz de defender la dignidad de María por encima de cualquier otra normatividad que pudiera existir en su tiempo.
Aquí el Papa conecta con la realidad colombiana: aquí también hay muchas historias de amor y de luz como de desencuentros, agravios y de muerte. Y es en esa realidad donde ha de entrar la luz recorriendo el camino de la reconciliación. Y aclara: “La reconciliación no es una palabra abstracta (…) es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto colombiano. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de paz (…) La reconciliación, por tanto, se concreta y consolida con el aporte de todos, permite construir futuro y hace crecer la esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso”. En otras palabras estamos llamados a decir un sí a la paz, un sí a la reconciliación entre nosotros y con la creación que hemos explotado tan irracionalmente.
Ahora bien, el momento más emotivo, otro tipo de “eucaristía” viviente, fue el encuentro con las víctimas. Con mucha atención Francisco escuchó a Juan Carlos Murcia Perdomo y Deisy Sánchez Rey, excombatientes (guerrillero y autodefensas) y a Luz Dary Landazury quien pisó una mina antipersonal que plantó la Farc y Pastora Mira García quien perdió a su padre a la edad de seis años, asesinado por los paramilitares. Posteriormente su primer esposo fue asesinado, en el 2001 su hija fue desaparecida y solo encontró su cadáver siete años después. Finalmente su hijo fue asesinado por los paramilitares. Esos testimonios marcaron las palabras del Papa: “Desde el primer día he deseado que llegara este momento de nuestro encuentro. Ustedes llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y reciente de su pueblo (…) vengo aquí con respeto y una conciencia clara de estar, como Moisés, pisando tierra sagrada”. Precisamente por esa conciencia, el Papa añadió que estaba allí no tanto para hablar como para escuchar y junto a ellos pedir perdón para poder mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza.
El Cristo de Bojayá presidió ese encuentro como testigo de la masacre cometida contra tantas personas en 2002. Su imagen “mutilada y herida nos interpela” y nos muestra “que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia”. Francisco invocó el Salmo 85: “El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán” para reafirmar lo que el testimonio de Pastora Mira había dicho: “tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación”. Igualmente el testimonio de Luz Dary hizo afirmar a Francisco: “te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que sólo el amor libera y construye”.
El testimonio de Deisy y Juan Carlos le permitió hablar de que hasta los victimarios son víctimas “inocentes o culpables” pero a fin de cuentas “víctimas”, que necesitan una oportunidad aunque resulte “tan difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines”. “Es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se puede dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero”.
Apelando bellamente a la parábola del trigo y la cizaña, invitó a “no perder la paz por la cizaña”. Se ha de trabajar por “la verdad compañera inseparable de la justicia y de la misericordia (…) la verdad no debe conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón”.
La petición del Papa al pueblo de Colombia fue contundente: “Colombia, abre tu corazón de Pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad y a la justicia (…) no teman pedir perdón y ofrecer perdón. No se resistan a la reconciliación”.
Este día tal vez puede contarse como el paso de Dios por esta tierra, clamando nuevamente para que demos un paso adelante a la construcción de la paz desde la verdad, la justicia, el perdón y la reconciliación. ¿Escucharemos definitivamente su voz? Son muchos años de sordera, es mucha la cizaña que crece aquí y allá y nos confunde. Pero la vida sigue clamando como lo hizo al caer la noche en la puerta de la nunciatura el testimonio de María Cecilia Mosquera, víctima de Machuca, quien abiertamente la pidió al Papa que rezara por ella para que pudiera perdonar. Pero el Papa, valiéndose de las palabras que ella había dicho antes “Dios perdona en mí”, las invocó para que toda Colombia las ponga en práctica: “Basta dejar que Él haga y toda Colombia tendría que abrir sus puertas”.
Francisco dijo que había aprendido mucho de esos testimonios. Ojala que todos los colombianos aprendamos mucho más para ser capaces de “perdonar lo imperdonable”, no por nuestras fuerzas sino por las de Dios en nosotros. Todos y todas estamos llamados a construir la Colombia en paz. Tal vez algunos se cansen pero, los cristianos, no podemos hacerlo. La autenticidad de nuestra fe se juega en nuestra capacidad de perdón y reconciliación. Si Dios camina con nosotros, ¿qué nos puede detener? Dios no decae en su empeño de hacernos una nación libre y en paz. ¿Secundaremos su deseo? Demos el primer paso para hacerlo posible.