Pascua de Resurrección
El evangelista Juan nos relata que el primer día de la semana, fue María Magdalena muy de madrugada al sepulcro. Su amor sincero de seguimiento a Jesús le dio el valor suficiente para no huir como hicieron muchos de los discípulos después de la muerte en cruz del Maestro sino, por el contrario, ir al sepulcro donde habían llevado a Jesús para ofrendar su memoria. Pero se lleva una sorpresa inesperada: la piedra está removida y corre a contárselo a Pedro quien con el discípulo amado van y encuentran la tumba vacía. Vuelven a casa pero María Magdalena continua en aquel lugar llorando por el cuerpo del Maestro que no sabe dónde lo han puesto. Y ahí ocurre el misterio fundamental de nuestra fe: Jesús se le aparece, convirtiéndola en la primera testigo de la resurrección. María Magdalena cree que es el hortelano el que le está hablando y solo cuando Él la llama por su nombre, ella puede reconocerlo y convertirse en discípula y evangelizadora. Jesús la envía a comunicar la buena noticia a los demás, haciéndole entender que la gracia pascual es para comunicarla, porque su vida ha de llegar a todos. A partir de ahí comienza la experiencia pascual que es la razón de nuestra fe. A esa misma experiencia estamos llamados. Hemos de descubrir al resucitado en la realidad que nos rodea y comunicar la fuerza de su presencia. Donde hay muerte Él se aparece como vida. Donde hay tristeza Él se aparece como alegría. Donde hay guerra Él se aparece como paz. Pero, precisamente, este es el mensaje que hemos de anunciar para que la Buena Noticia de la resurrección alcance toda la realidad. La vida cristiana implica, por tanto, la experiencia pascual y la comunicación de esa experiencia. La vida del Resucitado es para vivirla y comunicarla. Seamos, entonces, testigos de Jesús vivo en toda circunstancia.