Pluralismo religioso: Desafío y oportunidad
Colombia, como muchos otros países de América Latina, está pasando de ser un país mayoritariamente católico a reconocer en su seno la existencia del pluralismo religioso en el que otras denominaciones cristianas y no cristianas, se consolidan. Tan real es el cambio, que Benedicto XVI en la visita “ad limina” que realizaron los obispos colombianos en junio del 2012, se refirió, entre otros aspectos, a esa situación. Así se expresó el Pontífice: "el creciente pluralismo religioso es un factor que exige una seria consideración. La presencia cada vez más activa de comunidades pentecostales y evangélicas, no sólo en Colombia, sino también en muchas regiones de América Latina, no puede ser ignorada ni minusvalorada".
¿Qué hacer ante este nuevo fenómeno? ¿Cómo responder a ese movimiento que podríamos llamar “irreversible”? En primer lugar hemos de asumir esta realidad como un signo de los tiempos para acoger e interpretar. Estamos en la era del pluralismo (que no significa relativismo, aunque exige un serio discernimiento para no caer en él) donde reconocemos el derecho a tener expresiones culturales particulares, con todo lo que ello implica: una manera propia de ver, sentir, juzgar, pensar, expresar, reconocer, amar y, por lo tanto, en este último aspecto, amar a Dios y acoger su revelación desde las propias visiones culturales. Es decir, hoy es imposible no aceptar la existencia del pluralismo cultural y religioso.
En segundo lugar, hemos de tomar conciencia de una realidad fundamental: el pluralismo religioso no significa que Dios, el que invocamos los católicos, se ha ido de la historia o ésta se le ha escapado de las manos. Nuestro Dios no ha perdido su capacidad de convocar y reunir en torno suyo. Por el contrario, Dios sigue vivo y actuando. Pero hemos de cambiar nosotros para saber afrontar este momento y entender lo que verdaderamente significa.
¿Qué cambios se nos exigen? Por una parte, cambiar nuestra manera de comprender a Dios y la forma como Él se hace presente en la historia humana. El pluralismo religioso deja en evidencia que nuestro Dios, revelado plenamente en Jesucristo, rebasa las fronteras de nuestra iglesia y su presencia es acogía y vivida en diversidad de comunidades con sus propias comprensiones, doctrinas, ritos, celebraciones, compromisos. No es que esto sea nuevo para nosotros pero aún falta asumirlo y actuar en consecuencia con ello.
Por otra parte, esta situación nos invita a ser humildes para aprender de los demás, para dejarnos interpelar por las otras confesiones de fe, abiertos a corregir los errores, pasividades, rutinas, cerrazones, que arrastramos en nuestra propia experiencia. No es sólo la increencia la que lleva a algunos católicos a dejar el catolicismo, sino que muchos no encuentran en la mediación eclesial un horizonte adecuado para vivir su fe y hacerla significativa para los desarrollos actuales.
Lógicamente esto no significa, que las demás religiones viven mejor que nosotros su fe y todos los errores están de nuestra parte. En toda experiencia religiosa hay inautenticidad y necesidad de purificación. Y lo que es peor, en muchos grupos se engaña a las personas en nombre de Dios y se aprovechan sus inmadureces para reunirlas bajo una supuesta experiencia religiosa. Pero esto sucede en todas las religiones, incluida la nuestra. Y por eso la actitud de humildad es necesaria. No olvidemos que la humildad es propia de los que viven el evangelio a diferencia de la autosuficiencia y la prepotencia que lamentablemente tantas veces acompaña a los que dicen seguir a Jesús.
Y lo más importante de esta nueva realidad es aprovechar lo que tenemos y ofrecerlo con novedad y audacia a la comunidad humana, considerada hoy, definitivamente, plural. ¿Qué aspectos de nuestra fe podemos compartir con los demás como Buena Noticia? Estamos en mora de recuperar ese sentido de gozo, positividad y gracia que impregnaba el primer anuncio. Jesús trajo buenas noticias y, especialmente, noticias de liberación para los suyos. No condenó ni se escandalizó frente a la diferencia, más bien desconcertó a los que lo escuchaban por la libertad que proclamaba, rompiendo el orden establecido de su tiempo. No podemos olvidar que a Jesús lo matan por revelar una imagen de Dios que no correspondía con la que desde muy antiguo vivían sus contemporáneos.
En otras palabras, acoger hoy el pluralismo religioso ha de ser connatural a nuestro seguimiento de Jesús porque Él está ahí, en esa realidad. Implica desafíos, porque exige discernimiento, nuevas comprensiones teológicas y experiencias vitales, para responder a este nuevo momento. Pero nos brinda también la oportunidad de centrarnos en lo fundamental, de reencontrarnos con el don que se nos ha dado y ofrecerlo gratuitamente a los demás para, entre todos, seguir construyendo valores y significados religiosos que puedan responder hoy a los interrogantes humanos y revelen a ese Dios de Jesús que nos llama a la unidad desde la diversidad.
¿Qué hacer ante este nuevo fenómeno? ¿Cómo responder a ese movimiento que podríamos llamar “irreversible”? En primer lugar hemos de asumir esta realidad como un signo de los tiempos para acoger e interpretar. Estamos en la era del pluralismo (que no significa relativismo, aunque exige un serio discernimiento para no caer en él) donde reconocemos el derecho a tener expresiones culturales particulares, con todo lo que ello implica: una manera propia de ver, sentir, juzgar, pensar, expresar, reconocer, amar y, por lo tanto, en este último aspecto, amar a Dios y acoger su revelación desde las propias visiones culturales. Es decir, hoy es imposible no aceptar la existencia del pluralismo cultural y religioso.
En segundo lugar, hemos de tomar conciencia de una realidad fundamental: el pluralismo religioso no significa que Dios, el que invocamos los católicos, se ha ido de la historia o ésta se le ha escapado de las manos. Nuestro Dios no ha perdido su capacidad de convocar y reunir en torno suyo. Por el contrario, Dios sigue vivo y actuando. Pero hemos de cambiar nosotros para saber afrontar este momento y entender lo que verdaderamente significa.
¿Qué cambios se nos exigen? Por una parte, cambiar nuestra manera de comprender a Dios y la forma como Él se hace presente en la historia humana. El pluralismo religioso deja en evidencia que nuestro Dios, revelado plenamente en Jesucristo, rebasa las fronteras de nuestra iglesia y su presencia es acogía y vivida en diversidad de comunidades con sus propias comprensiones, doctrinas, ritos, celebraciones, compromisos. No es que esto sea nuevo para nosotros pero aún falta asumirlo y actuar en consecuencia con ello.
Por otra parte, esta situación nos invita a ser humildes para aprender de los demás, para dejarnos interpelar por las otras confesiones de fe, abiertos a corregir los errores, pasividades, rutinas, cerrazones, que arrastramos en nuestra propia experiencia. No es sólo la increencia la que lleva a algunos católicos a dejar el catolicismo, sino que muchos no encuentran en la mediación eclesial un horizonte adecuado para vivir su fe y hacerla significativa para los desarrollos actuales.
Lógicamente esto no significa, que las demás religiones viven mejor que nosotros su fe y todos los errores están de nuestra parte. En toda experiencia religiosa hay inautenticidad y necesidad de purificación. Y lo que es peor, en muchos grupos se engaña a las personas en nombre de Dios y se aprovechan sus inmadureces para reunirlas bajo una supuesta experiencia religiosa. Pero esto sucede en todas las religiones, incluida la nuestra. Y por eso la actitud de humildad es necesaria. No olvidemos que la humildad es propia de los que viven el evangelio a diferencia de la autosuficiencia y la prepotencia que lamentablemente tantas veces acompaña a los que dicen seguir a Jesús.
Y lo más importante de esta nueva realidad es aprovechar lo que tenemos y ofrecerlo con novedad y audacia a la comunidad humana, considerada hoy, definitivamente, plural. ¿Qué aspectos de nuestra fe podemos compartir con los demás como Buena Noticia? Estamos en mora de recuperar ese sentido de gozo, positividad y gracia que impregnaba el primer anuncio. Jesús trajo buenas noticias y, especialmente, noticias de liberación para los suyos. No condenó ni se escandalizó frente a la diferencia, más bien desconcertó a los que lo escuchaban por la libertad que proclamaba, rompiendo el orden establecido de su tiempo. No podemos olvidar que a Jesús lo matan por revelar una imagen de Dios que no correspondía con la que desde muy antiguo vivían sus contemporáneos.
En otras palabras, acoger hoy el pluralismo religioso ha de ser connatural a nuestro seguimiento de Jesús porque Él está ahí, en esa realidad. Implica desafíos, porque exige discernimiento, nuevas comprensiones teológicas y experiencias vitales, para responder a este nuevo momento. Pero nos brinda también la oportunidad de centrarnos en lo fundamental, de reencontrarnos con el don que se nos ha dado y ofrecerlo gratuitamente a los demás para, entre todos, seguir construyendo valores y significados religiosos que puedan responder hoy a los interrogantes humanos y revelen a ese Dios de Jesús que nos llama a la unidad desde la diversidad.