Reflexionando sobre la Fe
Poco se habló de la Encíclica Lumen Fidei (julio 2013) del Papa Francisco que como bien sabemos asume lo que ya había escrito Benedicto XVI, añadiéndole algo de su propio pensamiento. En este espacio no pretendo hacer un comentario a fondo de la Encíclica. Simplemente señalar algunos aspectos de la fe que me parece no se abordan suficientemente en esta encíclica. Pero antes es muy importante destacar la rigurosidad conceptual y profundidad teológica propia de Benedicto XVI, la importancia de apostar por la verdad que se descubre a la luz de la fe, en estos tiempos de más secularización y relativismo, lo mismo que el dinamismo de relación personal con el Señor que supone la fe porque ésta “es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (No. 8).
Otros aspectos podrían destacarse haciendo una reflexión más detallada. Por ahora basta decir que lo dicho ilumina nuestro caminar y es importante seguir profundizándolo. Sin embargo, desde nuestra realidad latinoamericana, me parece importante señalar dos realidades que son más propias de la fe que vivimos.
Lo primero es constatar que la manera como se vive la secularización en Europa, no es la misma que en América Latina. Aquí hay aspectos parecidos pero no se puede pensar que la gente no cree en Dios. Basta ver la religiosidad popular expresada de tan diversas maneras, lo mismo que la búsqueda de espiritualidad y experiencia de lo trascendente que también se vive. Estos dos aspectos nos hacen caer en cuenta que lo que está en crisis no es tanto la fe sino la pertenencia a la institución y la acogida de la doctrina. Por eso se necesita hablar de la fe en términos que entiendan los que se aventuran en otras búsquedas. Y hemos de resaltar dos aspectos: La fe en nuestro Señor Jesucristo se vive en el seno de la comunidad eclesial y ella es su garante, pero no se identifica con algunos modelos eclesiales que privilegian la norma por encima de la persona o que en aras de una autoridad mal entendida, no permite un protagonismo mayor de todos los miembros de la iglesia. Cuando se hacen esas distinciones, mucha gente redescubre el sentido de la fe en Jesucristo y se anima a vivir con más responsabilidad su fe porque sabe que los defectos de algunos miembros de la institución no se identifican con Jesús quien trajo un mensaje de libertad y vida para todos y anunció un rostro de Dios misericordioso y compasivo, Padre y Madre, dispuesto a entregarse incondicionalmente por cada uno de su hijos e hijas.
El segundo aspecto tan propio de la realidad latinoamericana, es la articulación de la fe con la práctica de la justicia. Aunque hay muchas personas que prefieren la fe intimista que les relaciona con Dios pero que no les modifica otros aspectos de su vida, o el Dios que les hace milagros para su propio beneficio, muchos otros tienen una conciencia social fuerte y no les convence un Dios que no compromete con la transformación de la realidad social y sobretodo con la suerte de los más pobres. La buena nueva anunciada por Jesús vincula indisolublemente la fe con los hermanos y por eso en el juicio final la pregunta decisiva es por la compasión frente a los necesitados (Mt 25,31-46). Y en la encíclica se afirma: “precisamente por su conexión con el amor, la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (No. 51).
En importante reflexionar sobre la fe, buscando avivarla y haciéndola significativa para el mundo de hoy, donde no es suficiente un discurso exhortativo sino un testimonio que convenza, mostrando que la fe cristiana es una fe encarnada que nos coloca en el corazón del mundo y nos hace responsable de su devenir histórico. Con la Encíclica sobre la fe, completamos las encíclicas sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (Spe Salvi, 2007; Caritas in Veritate, 2009, Benedicto XVI), virtudes que son don de Dios y con las cuales nuestra vida cristina se vitaliza y fortalece. En América Latina urge potenciar ese don precioso de la fe con una atención profunda a la religiosidad popular pero también con ese compromiso con la justicia porque como bien dice el profeta Jeremías “conocer a Yahvé es practicar la justicia” (22,16).
Otros aspectos podrían destacarse haciendo una reflexión más detallada. Por ahora basta decir que lo dicho ilumina nuestro caminar y es importante seguir profundizándolo. Sin embargo, desde nuestra realidad latinoamericana, me parece importante señalar dos realidades que son más propias de la fe que vivimos.
Lo primero es constatar que la manera como se vive la secularización en Europa, no es la misma que en América Latina. Aquí hay aspectos parecidos pero no se puede pensar que la gente no cree en Dios. Basta ver la religiosidad popular expresada de tan diversas maneras, lo mismo que la búsqueda de espiritualidad y experiencia de lo trascendente que también se vive. Estos dos aspectos nos hacen caer en cuenta que lo que está en crisis no es tanto la fe sino la pertenencia a la institución y la acogida de la doctrina. Por eso se necesita hablar de la fe en términos que entiendan los que se aventuran en otras búsquedas. Y hemos de resaltar dos aspectos: La fe en nuestro Señor Jesucristo se vive en el seno de la comunidad eclesial y ella es su garante, pero no se identifica con algunos modelos eclesiales que privilegian la norma por encima de la persona o que en aras de una autoridad mal entendida, no permite un protagonismo mayor de todos los miembros de la iglesia. Cuando se hacen esas distinciones, mucha gente redescubre el sentido de la fe en Jesucristo y se anima a vivir con más responsabilidad su fe porque sabe que los defectos de algunos miembros de la institución no se identifican con Jesús quien trajo un mensaje de libertad y vida para todos y anunció un rostro de Dios misericordioso y compasivo, Padre y Madre, dispuesto a entregarse incondicionalmente por cada uno de su hijos e hijas.
El segundo aspecto tan propio de la realidad latinoamericana, es la articulación de la fe con la práctica de la justicia. Aunque hay muchas personas que prefieren la fe intimista que les relaciona con Dios pero que no les modifica otros aspectos de su vida, o el Dios que les hace milagros para su propio beneficio, muchos otros tienen una conciencia social fuerte y no les convence un Dios que no compromete con la transformación de la realidad social y sobretodo con la suerte de los más pobres. La buena nueva anunciada por Jesús vincula indisolublemente la fe con los hermanos y por eso en el juicio final la pregunta decisiva es por la compasión frente a los necesitados (Mt 25,31-46). Y en la encíclica se afirma: “precisamente por su conexión con el amor, la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (No. 51).
En importante reflexionar sobre la fe, buscando avivarla y haciéndola significativa para el mundo de hoy, donde no es suficiente un discurso exhortativo sino un testimonio que convenza, mostrando que la fe cristiana es una fe encarnada que nos coloca en el corazón del mundo y nos hace responsable de su devenir histórico. Con la Encíclica sobre la fe, completamos las encíclicas sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (Spe Salvi, 2007; Caritas in Veritate, 2009, Benedicto XVI), virtudes que son don de Dios y con las cuales nuestra vida cristina se vitaliza y fortalece. En América Latina urge potenciar ese don precioso de la fe con una atención profunda a la religiosidad popular pero también con ese compromiso con la justicia porque como bien dice el profeta Jeremías “conocer a Yahvé es practicar la justicia” (22,16).