"Sigamos a Jesús no con palabras sino con "toda" la vida
Nos acercamos a la Semana Santa y uno se pregunta, una vez más, cómo celebrarla para que dé fruto en nosotros e ilumine la vida de nuestros semejantes, especialmente de aquellos, que no le ven sentido a la fe que profesamos. Esto no es una tarea fácil. ¿Cómo recrear lo que vivimos año tras año, sin caer en la rutina de lo sabido y en la costumbre de lo que siempre se hace? ¿cómo entusiasmar a los demás por algo que posiblemente ya conocen pero ahora no les dice nada?
Sin duda hay que intentar muchos caminos. Pero el vivir lo que creemos –de donde brota el testimonio de vida-, siempre será un camino privilegiado para ello, porque “no es el que dice Señor, Señor, el que entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre” (Mt 7,21). En otras palabras, no es el que participa de todos los actos litúrgicos el que está cerca de Dios, sino el que lo hace vida en lo cotidiano y muestra de esa manera que no realiza un culto vacío (Cfr. Is 29,13).
Por eso, más valdría no participar del lavatorio de los pies, si no estamos dispuestos a hacer de nuestra vida un servicio incondicional y desinteresado a nuestros semejantes. Jesús no hizo ese gesto solamente al final de su vida sino en todo su actuar diario. Su comida con pecadores, su diálogo con publicanos, su acercamiento a los enfermos y a los más pobres, su conducta escandalosa por dirigirle la palabra a las mujeres, su comparación de que acoger a los niños era recibirlo a él (los niños en el contexto judío no suponían candor y pureza como a veces creemos sino que eran excluidos de la comunidad) y, en fin, toda su praxis de itinerante, de “pasar haciendo el bien” (Hc 10,38), es lo que da contenido a ese gesto simbólico donde Jesús reafirma que su propuesta nada tiene que ver con los poderosos de este mundo que quieren ser grandes y recibir reverencias, mantener las diferenciaciones sociales y no dar nada sin que esté garantizada la recompensa. El que sigue a Jesús, el que cree en él, ha de poner como razón de su vida el servicio desinteresado, la capacidad de dar y de darse, el ideal de ser reconocido por el bien que hace y no por el poder que ostenta. ¿Estamos en este camino? ¿Nos reconocen por estas convicciones en nuestra vida?
Y qué decir del viernes santo donde la liturgia recuerda la memoria “peligrosa” -dicen algunos teólogos- del galileo que cuestionó el poder religioso establecido y se atrevió a denunciar las incoherencias e injusticias cometidas en nombre de Dios. Desde que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio, la profecía y la fidelidad al Jesús de la historia han estado continuamente tentadas a no ejercerse con radicalidad. ¿Cuál es la línea divisoria entre el profetismo y la búsqueda de los propios intereses? Una confrontación con el proceso seguido contra Jesús puede darnos una pista. Su punto de referencia fue la imagen de Dios que ama a los seres humanos por encima de todo. Sólo la vida para todos/as le interesa. Dios no necesita más defensas: ni de ritos, ni de costumbres, ni de leyes que, tantas veces, más que voluntad divina son preceptos humanos, válidos para determinados contextos y tiempos, pero inútiles cuando de vivir el amor se trata. ¿Somos profetas de la justicia social, de la defensa de la vida, del amor incondicional hacia los/as más pobres y excluidos?
En este tiempo pascual que se acerca, dejar que el Señor “pase” por nuestra vida en estas celebraciones y se quede en nosotros para poder decir con la propia vida que El resucitó, “vive” y su mensaje ocupa nuestros días, fuerzas, amores e ideales.
Sin duda hay que intentar muchos caminos. Pero el vivir lo que creemos –de donde brota el testimonio de vida-, siempre será un camino privilegiado para ello, porque “no es el que dice Señor, Señor, el que entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre” (Mt 7,21). En otras palabras, no es el que participa de todos los actos litúrgicos el que está cerca de Dios, sino el que lo hace vida en lo cotidiano y muestra de esa manera que no realiza un culto vacío (Cfr. Is 29,13).
Por eso, más valdría no participar del lavatorio de los pies, si no estamos dispuestos a hacer de nuestra vida un servicio incondicional y desinteresado a nuestros semejantes. Jesús no hizo ese gesto solamente al final de su vida sino en todo su actuar diario. Su comida con pecadores, su diálogo con publicanos, su acercamiento a los enfermos y a los más pobres, su conducta escandalosa por dirigirle la palabra a las mujeres, su comparación de que acoger a los niños era recibirlo a él (los niños en el contexto judío no suponían candor y pureza como a veces creemos sino que eran excluidos de la comunidad) y, en fin, toda su praxis de itinerante, de “pasar haciendo el bien” (Hc 10,38), es lo que da contenido a ese gesto simbólico donde Jesús reafirma que su propuesta nada tiene que ver con los poderosos de este mundo que quieren ser grandes y recibir reverencias, mantener las diferenciaciones sociales y no dar nada sin que esté garantizada la recompensa. El que sigue a Jesús, el que cree en él, ha de poner como razón de su vida el servicio desinteresado, la capacidad de dar y de darse, el ideal de ser reconocido por el bien que hace y no por el poder que ostenta. ¿Estamos en este camino? ¿Nos reconocen por estas convicciones en nuestra vida?
Y qué decir del viernes santo donde la liturgia recuerda la memoria “peligrosa” -dicen algunos teólogos- del galileo que cuestionó el poder religioso establecido y se atrevió a denunciar las incoherencias e injusticias cometidas en nombre de Dios. Desde que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio, la profecía y la fidelidad al Jesús de la historia han estado continuamente tentadas a no ejercerse con radicalidad. ¿Cuál es la línea divisoria entre el profetismo y la búsqueda de los propios intereses? Una confrontación con el proceso seguido contra Jesús puede darnos una pista. Su punto de referencia fue la imagen de Dios que ama a los seres humanos por encima de todo. Sólo la vida para todos/as le interesa. Dios no necesita más defensas: ni de ritos, ni de costumbres, ni de leyes que, tantas veces, más que voluntad divina son preceptos humanos, válidos para determinados contextos y tiempos, pero inútiles cuando de vivir el amor se trata. ¿Somos profetas de la justicia social, de la defensa de la vida, del amor incondicional hacia los/as más pobres y excluidos?
En este tiempo pascual que se acerca, dejar que el Señor “pase” por nuestra vida en estas celebraciones y se quede en nosotros para poder decir con la propia vida que El resucitó, “vive” y su mensaje ocupa nuestros días, fuerzas, amores e ideales.