Patriarcado, clericalismo, sistema liberal, racismo, migrantes... En este Viernes Santo: ¿Qué cruces podríamos erradicar?
"Sería bueno preguntarnos qué tanto nuestra vida no sigue crucificando a Jesús en este presente y qué podríamos hacer para no quedarnos contemplando el hecho, tal vez sintiendo compasión por esa historia de dolor"
"Si no logramos implicarnos personalmente, habremos vivido un viernes santo más, como meros espectadores, una vez más como el pueblo indiferente de tiempos de Jesús, que no supo exigir su liberación o su indulto, porque lo inmediato les impidió ver lo esencial, lo único que importa: la dignidad del ser humano y su derecho, como lo formulan los pueblos ancestrales, a tener “un buen vivir”, donde nadie sea excluido y la vida se garantice para todos, todas y todes, comenzando con los últimos de este tiempo presente"
El viernes santo se dedica a confrontarnos con el hecho más escalofriante que ha realizado la humanidad: al mismo Hijo de Dios, los seres humanos lo crucificaron: sin piedad, sin justicia, sin causas suficientes, sin posibilidad de apelación. Se puede aducir que quienes lo crucificaron no sabían que era el Hijo de Dios. Es verdad en sentido estricto, pero toda la vida de Jesús había sido un anuncio de quien es Dios, quién es el ser humano para Él, cuál es la realización de la humanidad, de qué forma vivir, amar, rezar, gozar, para ser felices. Pero muchos contemporáneos de Jesús no lograron, no quisieron o no pudieron entenderle y decidieron asesinarlo. Lo mismo se sigue repitiendo a lo largo de la historia de la humanidad. La Buena Noticia del reino continua anunciándose a través de tantas personas que de alguna manera son presencia de Cristo hoy en medio de nuestro mundo -personas amorosas, transparentes, serviciales, libres, comprometidas, misericordiosas, justas, líderes y lideresas sociales, “santos de la puerta de al lado”, pero seguimos dejándolas de lado y, muchas veces, asesinando tantos brotes de bien y bondad que surgen en nuestro mundo.
Por lo tanto, sería bueno preguntarnos qué tanto nuestra vida no sigue crucificando a Jesús en este presente y qué podríamos hacer para no quedarnos contemplando el hecho, tal vez sintiendo compasión por esa historia de dolor, posiblemente agradeciendo que Él “haya muerto por nuestros pecados” -como lo repite insistentemente la liturgia de hoy- pero sin una determinación de no ser cómplices de más cruces, denunciándolas y poniendo todo lo que está de nuestra parte para que no se sigan dando.
Cada uno sabrá qué cruces podría confrontar e intentar erradicar. Pero se podrían nombrar algunas que son evidentes y que no acabamos de afrontar.
Es una cruz actual este sistema neoliberal que mete en nuestra mente la lógica del más consumir, del más ganar, del más producir, del más controlar, del más poder. Un sistema que no permite reformas que favorezcan a los más pobres porque es mejor que ellos vivan de migajas a que las ganancias disminuyan. Lo dijo el papa Francisco claramente en su primera exhortación: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia “(Evangelii Gaudium n. 54).
Es una cruz actual el patriarcado y el clericalismo -que en una combinación perversa- siguen modelando este mundo en masculino donde la mujer no logra garantizar una vida libre de violencias. Sea en casa, en el trabajo, en la política, en la economía, en la Iglesia, lo femenino ocupa un segundo lugar y vive bajo la sospecha de no alcanzar el nivel adecuado para erigirse en igualdad con lo masculino. Por supuesto hay muchos avances gracias a la insistencia de muchas mujeres valientes y lúcidas, pero sigue siendo un movimiento social mirado con sospecha, con temor, con desprecio, incluso por las mismas mujeres.
Es una cruz actual el racismo y toda clase de exclusión por razón de etnia, de condición social, de nivel de estudios, de títulos honoríficos, de orientación sexual, de opción religiosa, es decir, es una cruz actual el que no se ha instalado en la sociedad ni en la iglesia que la pluralidad existe y no se puede vivir ya más en sociedades hegemónicas. Aquella ética de mínimos es necesaria para lograr convivir en las diferencias, sin que eso niegue la ética de máximos que en contextos concretos se quiera vivir, pero sin ninguna imposición universal.
Es una cruz actual la explotación que vive nuestra “casa común” y a la que le seguimos dando largas para tomar medidas correctivas. Basta ver las resistencias que se dan en el mundo entero para implementar políticas que cambien la lógica de la explotación por la del cuidado del mundo que habitamos.
Es una cruz actual la suerte de los migrantes, condenados a ser expulsados de todos lados o a vivir en los bordes, recibiendo migajas porque solo son bienvenidos los que tienen poder, honor y riqueza. Un mundo en el que no deberían existir fronteras porque la tierra es la casa de todos pero que sigue condenado a ver reforzadas las leyes migratorias y a tener cada vez más pánico de viajar porque cualquiera puede ser impedido de entrar por la simple razón de provenir de un país de segunda, tercera o cuarta categoría.
Es una cruz actual una cotidianidad que no puede vivir con naturalidad, sin consumismo, favoreciendo el encuentro, la alegría, el servicio, el cuidado, la amabilidad, porque el ritmo de vida casi siempre es de prisas, de desconfianza hacia los otros, sin detenernos a mirar lo bueno que tiene toda persona y la riqueza que puede comunicarnos.
En conclusión, en la liturgia de hoy se hablará del dolor del mundo, se recordarán muchas situaciones difíciles que vivimos, se traerán a la memoria muchas situaciones inhumanas, pero para que no se quede entre los muros de las iglesias, conviene hacerse preguntas similares a lo que aquí propongo. Qué tanto me decido a contrarrestar las cruces de este mundo y hasta dónde llega mi compromiso con esas urgencias. Si no logramos implicarnos personalmente, habremos vivido un viernes santo más, como meros espectadores, una vez más como el pueblo indiferente de tiempos de Jesús, que no supo exigir su liberación o su indulto, porque lo inmediato les impidió ver lo esencial, lo único que importa: la dignidad del ser humano y su derecho, como lo formulan los pueblos ancestrales, a tener “un buen vivir”, donde nadie sea excluido y la vida se garantice para todos, todas y todes, comenzando con los últimos de este tiempo presente.
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