¿Vives en la verdad?
Es bueno trazarse metas en la vida para abrir caminos nuevos. Sin embargo, alcanzar esas metas no depende sólo de nuestras fuerzas sino que contamos con la ayuda de Dios. Pero miremos con más atención la parte que depende de nosotros. En este sentido en el evangelio de Lucas, Jesús nos dice lo que implica el seguimiento: “si alguno quiere venir a mí y no deja a un lado a su padre (…) y aún a su propia persona, no puede ser mi discípulo” (Cf. 14, 25-26) y advierte que debemos saber con que contamos para que no nos pase como al señor que quería construir una casa y no tenía los recursos suficientes o al que pensaba ganar la guerra y no contaba con los soldados para tal empresa. Jesús recomienda tomar conciencia de la vocación a la que somos llamados para evitar la burla de los amigos cuando vean nuestro fracaso. Es decir, que sepamos lo que supone seguirle, fielmente, hasta el final (Cf. 14, 28-32).
Lo que depende de nosotros
Pero ¿cómo tener los medios, las fuerzas, los recursos suficientes para llegar a la meta? Nuestros errores diarios nos recuerdan nuestra limitación y pequeñez y la necesidad que tenemos de convertirnos una y otra vez para vivir la vocación cristiana. Tal vez ésta es nuestra única riqueza y la que nos puede dar los fundamentos necesarios para alcanzar lo que queremos. Lo que importa es reconocer nuestra realidad, conocer nuestra verdad, aceptar nuestra limitación y ponernos en camino todas las veces que sea necesario. Santa Teresa de Jesús que comparaba el camino de oración con un castillo que tiene diversas moradas, nos decía que por muy lejos que una persona hubiese llegado en la vida espiritual nunca debía dejar la primera morada, lugar donde se da el propio conocimiento y medio imprescindible para vivir en verdad.
El propio conocimiento: camino seguro para llegar a la meta
Es importante, entonces, conocernos, reconocer nuestra realidad y desde ella vivir nuestra cotidianidad. Pero se necesita oración. Entrar en la primera morada. Darle nombre a nuestra manera de ser, de actuar, de juzgar. Reconocer nuestros errores. Querer cambiar. Esto no es fácil. Muchas veces vivimos sobre justificaciones que ocultan nuestra verdad. Así nuestra vida no es otra cosa que la casa construida sobre arena que tarde o temprano se cae.
La conversión continua que supone la vida cristiana pasa por vivir en la verdad de lo que “realmente somos”. Así nuestro seguimiento podrá ser más sincero y nuestra vida estará construida sobre roca firme de tal manera que aunque vengan los vientos fuertes (Cf. Mt 7, 25) permaneceremos firmes en el seguimiento del Señor. La verdad nos hace libres y la propia autenticidad es lo mejor que podemos ofrecer a los demás para construir relaciones sólidas y auténticas, que nos hagan auténticos seguidores del Señor Jesús.
Lo que depende de nosotros
Pero ¿cómo tener los medios, las fuerzas, los recursos suficientes para llegar a la meta? Nuestros errores diarios nos recuerdan nuestra limitación y pequeñez y la necesidad que tenemos de convertirnos una y otra vez para vivir la vocación cristiana. Tal vez ésta es nuestra única riqueza y la que nos puede dar los fundamentos necesarios para alcanzar lo que queremos. Lo que importa es reconocer nuestra realidad, conocer nuestra verdad, aceptar nuestra limitación y ponernos en camino todas las veces que sea necesario. Santa Teresa de Jesús que comparaba el camino de oración con un castillo que tiene diversas moradas, nos decía que por muy lejos que una persona hubiese llegado en la vida espiritual nunca debía dejar la primera morada, lugar donde se da el propio conocimiento y medio imprescindible para vivir en verdad.
El propio conocimiento: camino seguro para llegar a la meta
Es importante, entonces, conocernos, reconocer nuestra realidad y desde ella vivir nuestra cotidianidad. Pero se necesita oración. Entrar en la primera morada. Darle nombre a nuestra manera de ser, de actuar, de juzgar. Reconocer nuestros errores. Querer cambiar. Esto no es fácil. Muchas veces vivimos sobre justificaciones que ocultan nuestra verdad. Así nuestra vida no es otra cosa que la casa construida sobre arena que tarde o temprano se cae.
La conversión continua que supone la vida cristiana pasa por vivir en la verdad de lo que “realmente somos”. Así nuestro seguimiento podrá ser más sincero y nuestra vida estará construida sobre roca firme de tal manera que aunque vengan los vientos fuertes (Cf. Mt 7, 25) permaneceremos firmes en el seguimiento del Señor. La verdad nos hace libres y la propia autenticidad es lo mejor que podemos ofrecer a los demás para construir relaciones sólidas y auténticas, que nos hagan auténticos seguidores del Señor Jesús.