En adviento: desarmar los corazones para construir la paz
La ciudad se vistió de navidad desde hace mucho y los almacenes se preparan para vender más que los años anteriores. No hay límite a la creatividad y a la innovación para hacer novedoso este tiempo e involucrar a más personas en el consumo desmedido. El ambiente envuelve a todos y no hace falta ser creyente para involucrarse en la fiesta, los regalos y la alegría que permea, en estos días, los hogares y los establecimientos públicos.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros? Es verdad que el sentimiento de alegría y de encuentro se relaciona, en cierto sentido, con la venida del Niño Jesús. Pero el consumo y el derroche de estos días, desdice totalmente el significado profundo de este misterio de fe que celebramos.
Adviento -tiempo de preparación y de cambio- es posibilidad de transformar nuestra vida y nuestra realidad para acoger al Dios que viene. No es sólo cambiar de color en los signos litúrgicos –pasamos del ‘verde’ del tiempo ordinario al ‘morado’ del tiempo de adviento- o adornar el templo -a veces de manera tan similar a los almacenes comerciales que no se nota mucho la diferencia- sino prepararnos por dentro, revisar nuestras actitudes, abrirnos al don divino que se acerca.
La lectura de Isaías de este primer domingo de Adviento nos invita a este cambio: “caminar a la luz del Señor” (Is 2, 5) y transformar “las espadas en arados y las lanzas en podaderas” (Is 2, 4). Es decir, el “Dios con nosotros” se comprometió a vivir nuestra historia, a acompañarnos en nuestro camino, a iluminar todas nuestras sendas. Pero no sólo esto. También se comprometió a transformar nuestra vida del egoísmo a la vida que surge del amor, de la solidaridad, de la entrega generosa.
Esta Palabra de Dios puede hacerse viva hoy en nuestro contexto colombiano. Aunque sea tan difícil “desarmar” las estructuras de guerra –las dificultades para apoyar los Acuerdos de Paz, lo muestra -, no es imposible. Por el contrario, la tarea depende también de nosotros y no sólo de las estructuras “oficiales” que decidirán sobre los Acuerdos. Podemos dejarnos iluminar por “la luz del Señor que viene” para descubrir en nuestra vida todas aquellas actitudes que no construyen bien y verdad. Nadie nos impide crear espacios cotidianos llenos de apertura y solidaridad, de encuentro y acogida de lo diferente. Podemos dar de lo que tenemos y reconocer en todas las personas la presencia de Dios mismo. Dejarnos tocar por tantas situaciones de dolor que golpean a nuestros contemporáneos y buscar solucionarlas.
Empeñarnos también en transformar personal y comunitariamente toda actitud beligerante, toda idea que cree división, toda postura que impida la fraternidad. En el día a día se puede desarmar el corazón. Más capacidad de desprendimiento y menos de posesión. Más entrega y menos egoísmo. Más comprensión y tolerancia y menos exigencia y descalificación. Construir la paz en nuestro microcosmos para que se extienda y transforme lo macro.
Los corazones desarmados hacen posible el deseo de Dios sobre la humanidad: aquella tierra nueva dónde “una nación no se levante contra otra y no se adiestren más para la guerra” (Is 2, 4). Palabras que parecerían vacías en este contexto actual donde la guerra amenaza constantemente. Pero tarea propicia para la vida cristiana que no cesa de apostar por la paz aunque tantas veces sólo tenga el pequeño “grano de mostaza” (Mt 13, 31) –un Dios hecho carne en un pesebre- entre sus manos.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros? Es verdad que el sentimiento de alegría y de encuentro se relaciona, en cierto sentido, con la venida del Niño Jesús. Pero el consumo y el derroche de estos días, desdice totalmente el significado profundo de este misterio de fe que celebramos.
Adviento -tiempo de preparación y de cambio- es posibilidad de transformar nuestra vida y nuestra realidad para acoger al Dios que viene. No es sólo cambiar de color en los signos litúrgicos –pasamos del ‘verde’ del tiempo ordinario al ‘morado’ del tiempo de adviento- o adornar el templo -a veces de manera tan similar a los almacenes comerciales que no se nota mucho la diferencia- sino prepararnos por dentro, revisar nuestras actitudes, abrirnos al don divino que se acerca.
La lectura de Isaías de este primer domingo de Adviento nos invita a este cambio: “caminar a la luz del Señor” (Is 2, 5) y transformar “las espadas en arados y las lanzas en podaderas” (Is 2, 4). Es decir, el “Dios con nosotros” se comprometió a vivir nuestra historia, a acompañarnos en nuestro camino, a iluminar todas nuestras sendas. Pero no sólo esto. También se comprometió a transformar nuestra vida del egoísmo a la vida que surge del amor, de la solidaridad, de la entrega generosa.
Esta Palabra de Dios puede hacerse viva hoy en nuestro contexto colombiano. Aunque sea tan difícil “desarmar” las estructuras de guerra –las dificultades para apoyar los Acuerdos de Paz, lo muestra -, no es imposible. Por el contrario, la tarea depende también de nosotros y no sólo de las estructuras “oficiales” que decidirán sobre los Acuerdos. Podemos dejarnos iluminar por “la luz del Señor que viene” para descubrir en nuestra vida todas aquellas actitudes que no construyen bien y verdad. Nadie nos impide crear espacios cotidianos llenos de apertura y solidaridad, de encuentro y acogida de lo diferente. Podemos dar de lo que tenemos y reconocer en todas las personas la presencia de Dios mismo. Dejarnos tocar por tantas situaciones de dolor que golpean a nuestros contemporáneos y buscar solucionarlas.
Empeñarnos también en transformar personal y comunitariamente toda actitud beligerante, toda idea que cree división, toda postura que impida la fraternidad. En el día a día se puede desarmar el corazón. Más capacidad de desprendimiento y menos de posesión. Más entrega y menos egoísmo. Más comprensión y tolerancia y menos exigencia y descalificación. Construir la paz en nuestro microcosmos para que se extienda y transforme lo macro.
Los corazones desarmados hacen posible el deseo de Dios sobre la humanidad: aquella tierra nueva dónde “una nación no se levante contra otra y no se adiestren más para la guerra” (Is 2, 4). Palabras que parecerían vacías en este contexto actual donde la guerra amenaza constantemente. Pero tarea propicia para la vida cristiana que no cesa de apostar por la paz aunque tantas veces sólo tenga el pequeño “grano de mostaza” (Mt 13, 31) –un Dios hecho carne en un pesebre- entre sus manos.