La apuesta por la Paz en Colombia
Aún no hemos celebrado en Colombia el Plebiscito para refrendar los Acuerdos por la Paz y, como lo he escrito varias veces, espero que triunfe la sensatez que, para mí, es que gane el voto afirmativo. Lógicamente todas las posturas son respetables y lo importante es la propia coherencia personal. Pero cualquiera que sea el resultado, quiero enfatizar “la apuesta por la paz”. Los cristianos no podemos renunciar a la búsqueda de la paz: “Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
¿Qué significa trabajar por la paz? La paz nunca será un hecho ya consumado sino una tarea por realizar. La paz supone hacerla posible, mantenerla, proyectarla en cada circunstancia de nuestra vida. La paz nace de dentro del corazón -de ahí la importancia de desarmar los corazones- pero también se expresa en las estructuras externas. Y esa paz del corazón se relaciona con el perdón –como tantas víctimas del conflicto armado colombiano lo han expresado-, se relaciona con la autenticidad personal, con el bien actuar, con el respeto a lo diferente, con el discernimiento constante frente a todas las situaciones, con la búsqueda del bien común, etc.
Ahora que hemos llegado a este momento límite de preguntarnos por cómo superar la guerra, caemos en cuenta de la importancia de la paz y lo difícil que es alcanzarla. No ha sido por falta de ocasiones que no nos lo hayamos preguntado antes, sino tal vez, por falta de esa conexión profunda entre fe y vida. De hecho en la Eucaristía dominical, por citar uno de tantos ejemplos, tenemos varios momentos en los que la paz se hace evidente. Al rezar el Gloria comenzamos reconociendo la grandeza de Dios y pedimos que haya paz en la tierra: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor…”. Y, en el último momento de la eucaristía, hay referencia a este Dios de la paz, cuando el sacerdote dice: “Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: la paz les dejo, mi paz les doy. No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad…”. Continua el sacerdote diciendo: “La paz esté con ustedes” y nos invita a dárnosla mutuamente. Después de este gesto, invocamos al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y en la tercera aclamación decimos “danos la paz”. Finalmente, la eucaristía termina con las palabras del sacerdote: “Pueden ir en paz”. Y respondemos: “Demos gracias a Dios”.
Ha sido una lástima que con toda esta vinculación que la eucaristía expresa entre Dios, la paz y nuestra fe, no se haya notado en el pueblo colombiano que la participación en la eucaristía nos comprometía directamente con el trabajar por la paz. Nos acostumbramos a vivir en guerra y si alguien de fuera hubiera participado de nuestras eucaristías no creo que notara que aquí teníamos hambre de paz, compromiso con ella, deseo inmenso de hacerla posible. Pero esta circunstancia actual nos permite tomar consciencia de esta realidad y vivir esta relación –que debería ser indisoluble- entre fe y vida.
Si gana el sí en el plebiscito, cada Eucaristía ha de ser ese “pan para el camino” para día a día tejer de nuevo las redes de la paz, en lo pequeño y en lo grande. Acompañar con esperanza la puesta en práctica de los acuerdos, tener el ánimo suficiente para aceptar los fracasos y no decaer por ello. No olvidar nunca más que al Dios al que seguimos es el Dios de la paz (1 Cor 14,33) y por eso no podemos acostumbrarnos a que ella no exista sino a buscar cómo hacerla posible. Y, si gana el no, con más razón hemos de preguntarnos qué caminos debemos emprender y cómo no seguir viviendo en situación de apatía, letargo, costumbre o desinterés frente a la guerra. Que el “Dios de la paz, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4,9) nos impulse y comprometa con una apuesta decidida y total por la paz.
¿Qué significa trabajar por la paz? La paz nunca será un hecho ya consumado sino una tarea por realizar. La paz supone hacerla posible, mantenerla, proyectarla en cada circunstancia de nuestra vida. La paz nace de dentro del corazón -de ahí la importancia de desarmar los corazones- pero también se expresa en las estructuras externas. Y esa paz del corazón se relaciona con el perdón –como tantas víctimas del conflicto armado colombiano lo han expresado-, se relaciona con la autenticidad personal, con el bien actuar, con el respeto a lo diferente, con el discernimiento constante frente a todas las situaciones, con la búsqueda del bien común, etc.
Ahora que hemos llegado a este momento límite de preguntarnos por cómo superar la guerra, caemos en cuenta de la importancia de la paz y lo difícil que es alcanzarla. No ha sido por falta de ocasiones que no nos lo hayamos preguntado antes, sino tal vez, por falta de esa conexión profunda entre fe y vida. De hecho en la Eucaristía dominical, por citar uno de tantos ejemplos, tenemos varios momentos en los que la paz se hace evidente. Al rezar el Gloria comenzamos reconociendo la grandeza de Dios y pedimos que haya paz en la tierra: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor…”. Y, en el último momento de la eucaristía, hay referencia a este Dios de la paz, cuando el sacerdote dice: “Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: la paz les dejo, mi paz les doy. No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad…”. Continua el sacerdote diciendo: “La paz esté con ustedes” y nos invita a dárnosla mutuamente. Después de este gesto, invocamos al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y en la tercera aclamación decimos “danos la paz”. Finalmente, la eucaristía termina con las palabras del sacerdote: “Pueden ir en paz”. Y respondemos: “Demos gracias a Dios”.
Ha sido una lástima que con toda esta vinculación que la eucaristía expresa entre Dios, la paz y nuestra fe, no se haya notado en el pueblo colombiano que la participación en la eucaristía nos comprometía directamente con el trabajar por la paz. Nos acostumbramos a vivir en guerra y si alguien de fuera hubiera participado de nuestras eucaristías no creo que notara que aquí teníamos hambre de paz, compromiso con ella, deseo inmenso de hacerla posible. Pero esta circunstancia actual nos permite tomar consciencia de esta realidad y vivir esta relación –que debería ser indisoluble- entre fe y vida.
Si gana el sí en el plebiscito, cada Eucaristía ha de ser ese “pan para el camino” para día a día tejer de nuevo las redes de la paz, en lo pequeño y en lo grande. Acompañar con esperanza la puesta en práctica de los acuerdos, tener el ánimo suficiente para aceptar los fracasos y no decaer por ello. No olvidar nunca más que al Dios al que seguimos es el Dios de la paz (1 Cor 14,33) y por eso no podemos acostumbrarnos a que ella no exista sino a buscar cómo hacerla posible. Y, si gana el no, con más razón hemos de preguntarnos qué caminos debemos emprender y cómo no seguir viviendo en situación de apatía, letargo, costumbre o desinterés frente a la guerra. Que el “Dios de la paz, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4,9) nos impulse y comprometa con una apuesta decidida y total por la paz.