El compromiso político de los creyentes

Los seres humanos no podemos evadir la dimensión política de nuestra existencia porque vivimos en sociedad y la política hace posible la búsqueda del bien común. Por eso, la relación fe y política la hemos de asumir con más responsabilidad porque de la manera como lo vivamos dependerá nuestro futuro. Y este tema nos interesa a los colombianos porque ya comenzaron las encuestas donde se perfilan los próximos candidatos y hemos de pensar en cómo será nuestra participación.
Sobre el tema de la política la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontifica para América Latina que tuvo lugar en el Vaticano el año pasado, hizo afirmaciones fundamentales para la vida cristiana: “la iglesia no se desinteresa de la política. Ella misma está implicada en la vida y destino de las naciones. No se deja encerrar en los templos y las sacristías y menos reducir el evangelio al solo dominio de la vida privada”. De ahí que permanecer ajenos a esta realidad es evadir un compromiso social pero también creyente.
Y la reciente visita del Papa Francisco nos mostró la necesidad de implicarnos en el ámbito político. Sus palabras nos orientaron para responder a esa tarea. Fijémonos en el discurso que dio el primer día a las autoridades, al cuerpo diplomático y a algunos representantes de la sociedad civil. Después de saludar muy cordialmente y recordar que Colombia es una nación bendecida de muchas maneras por su naturaleza pródiga, su biodiversidad y, sobre todo, por su gente, se refirió al tema central de nuestra realidad colombiana: la urgencia de poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. Valoró muy positivamente los pasos que se han dado. Sin duda, aunque no lo dijo explícitamente, se refería a la firma de los Acuerdos de paz. Como bien sabemos, Él había dicho que vendría cuando ese acuerdo se firmara y cumplió su palabra.
Continúo su discurso llamando a las autoridades a construir la “cultura del encuentro” que ayude a superar los diferentes puntos de vista y las tensiones y discrepancias que se han vivido frente al proceso de paz. Consciente de que la paz no se construye de manera mágica, habló de la urgencia de “resolver las causasestructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia porque la inequidad es la raíz de los males sociales”. Es decir, construir la paz pasa por la transformación de las estructuras de manera que estas garanticen la justicia social.
Pero lo más interesante de su discurso a las autoridades es que les pidió que no crearan leyes para organizar la sociedad sino para resolver los problemas de injusticia. Y que su perspectiva, su punto de vista, su horizonte para ejercer la política fuera “la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”. Ahondó más el tema poniéndole rostro a estos excluidos: las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos, los más débiles, los que son explotados y maltratados, los que no tienen voz porque se les ha privado o no se les ha dado y la mujer con su aporte, su talento, su ser madre en las múltiples tareas. Y no se cansó de insistir: “por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida y de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz (como dice la letra de nuestro himno nacional).
No sabemos si los políticos pondrán en práctica estas palabras tan claras, tan evangélicas. Pero ¿y nosotros? ¿Será ese nuestro criterio para buscar el bien común? ¿Pondremos en el centro a los pobres para apoyar las leyes y políticas sociales que busquen solucionar su realidad? Creo que este es el criterio que ha de guiarnos en nuestras opciones políticas.
Con la propaganda por las candidaturas que se perfilan, viene el despertar de sentimientos a favor o en contra de los candidatos/as motivados por las ideas que se han tejido frente a ellos. Nos influirá su afiliación política, religiosa o su condición sexual o su pasado o sus posturas a favor de algunos principios, etc. Sin duda esto tiene un peso y hay cosas que son innegociables. Pero una postura política madura y responsable nos invita a prestar atención a los programas sociales que propongan en sus candidaturas y quiénes van a ser los más favorecidos con ellas. Esto es lo que en realidad nos debe mover a la hora de optar políticamente. No podemos ejercer nuestro compromiso político con base en ideas o slogans que se repiten con fundamentos vagos o alimentados por la propaganda electoral o por la “posverdad” (esas afirmaciones que siendo mentira, se venden como verdad y, lamentablemente, ¡nos las creemos y las defendemos!).
Tener una postura política es una responsabilidad. Por eso, si en verdad queremos vivir la fe cristiana y acoger lo que el Papa nos dijo, nuestro compromiso ha de ser con los programas de los candidatos/as que más miren a los pobres, busquen superar la injusticia estructural y sigan apostando por la reconciliación y la paz. ¿Mucho pedir? Sí, por supuesto, pero esto es evangelio, esto es cristianismo. Que el inicio de esta contienda política, sea iluminado por criterios tan evangélicos, como la centralidad de los pobres y la construcción de la paz. De esta manera la política podrá tomar su rumbo apropiado y nuestra fe estará siendo testimonio del Dios de la vida que nunca deja de la mano a los más pobres porque ellos son sus preferidos. Y, por tanto, nuestro seguimiento no puede ir por un camino distinto.
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