La dificilisima tarea de construir la paz
El pasado jueves 17 de enero el país se estremeció de nuevo por el carro bomba que estalló en la Escuela de Policía de Bogotá. Llevábamos un buen tiempo sin estos atentados y, desde que se firmaron los Acuerdos de Paz con la FARC, dejamos de asistir a la dolorosa experiencia del secuestro y de ver el Hospital Militar lleno de soldados, la mayoría con extremidades amputadas por las minas antipersonales. A pesar de todas las dificultades que se han visto para implementar los Acuerdos de Paz, la situación había cambiado. Pero este atentado irrumpe como un grito ensordecedor que nos recuerda que aún hacen falta muchos otros “Acuerdos de paz” para conseguir un país capaz de construirla.
Nadie va a negar el dolor que se siente ante las víctimas y sus familias. La rabia, la impotencia ante tanto mal y hasta el deseo de venganza cuando se escucha decir a los autores de tales atentados que es, en cierto sentido, legítimo perpetrarlos porque se está en guerra. Según explicaron los del ELN –quienes se atribuyeron el atentado- la Escuela de Policía es un objetivo militar y no se puede pensar en las posibles víctimas sino en la situación de conflicto armado que se vive.
Pero la reacción no puede ser –me parece- y, menos desde una postura de fe, la de valerse de esta dolorosa circunstancia para emprender de nuevo el camino de la guerra. La marcha realizada el domingo fue demasiado ambigua, Y lo que propone el gobierno Duque es demasiado peligroso. Responder a esos hechos dolorosos con la “mano dura”, la “venganza irracional” y el “discurso de cerrar todas las puertas al dialogo” no tiene sentido. Precisamente la única manera de evitar tanto derramamiento de sangre es buscar una y otra vez la forma de firmar un Acuerdo que haga posible la construcción de la paz.
Y digo que esta debía ser la postura, especialmente de las personas de fe, porque uno no puede imaginar a nuestro Dios queriendo arrasar y borrar de la faz de la tierra a los que hacen mal. No fue este el camino que emprendió Jesús y que lo llevó a perder la vida, antes que quitársela a los demás. Es el camino que siguen tantos profetas actuales y tantos otros que, posiblemente sin una práctica religiosa, sí saben ofrecer su vida y sus fuerzas por una humanidad justa y en paz. En Colombia en los primeros quince días de este año asesinaron a nueve líderes sociales. Pero estas muertes no nos hacen levantar la voz con la misma fuerza que el atentado del jueves, tal vez porque en esas muertes hay mucho de los intereses oscuros para perpetuar la guerra y el mismo aparato militar o el gobierno o los que están del otro lado de la paz, no les conviene que se develen esos juegos sucios que enrarecen tanto la situación que vivimos.
Levantemos la voz y digamos ¡No! a la muerte infame causada por este atentado y por la de tantos líderes sociales. Pero dispongámonos a redoblar esfuerzos para que la manera de afrontarlo no sea con más guerra sino con las actitudes que ofrecen una salida: el diálogo, los acuerdos, el cumplimiento de los protocolos, el apoyo de los países garantes y, sobre todo, dispuestos a cambiar y a desterrar de nuestros corazones el odio, la venganza, la irracionalidad que nos hace ver solo a “buenos y a malos”, poniéndonos nosotros del lado de los buenos y a los otros del lado de los malos y, por tanto, creyendo que matando al enemigo conseguimos la victoria. En esta tarea de la paz o la construimos con todos o no será posible. Ojalá pongamos de nuestra parte lo mejor de nuestra humanidad y sobre todo nuestra fe en el Dios de la paz que nos convoca al amor real y concreto a “absolutamente” todos y todas.
Nadie va a negar el dolor que se siente ante las víctimas y sus familias. La rabia, la impotencia ante tanto mal y hasta el deseo de venganza cuando se escucha decir a los autores de tales atentados que es, en cierto sentido, legítimo perpetrarlos porque se está en guerra. Según explicaron los del ELN –quienes se atribuyeron el atentado- la Escuela de Policía es un objetivo militar y no se puede pensar en las posibles víctimas sino en la situación de conflicto armado que se vive.
Pero la reacción no puede ser –me parece- y, menos desde una postura de fe, la de valerse de esta dolorosa circunstancia para emprender de nuevo el camino de la guerra. La marcha realizada el domingo fue demasiado ambigua, Y lo que propone el gobierno Duque es demasiado peligroso. Responder a esos hechos dolorosos con la “mano dura”, la “venganza irracional” y el “discurso de cerrar todas las puertas al dialogo” no tiene sentido. Precisamente la única manera de evitar tanto derramamiento de sangre es buscar una y otra vez la forma de firmar un Acuerdo que haga posible la construcción de la paz.
Y digo que esta debía ser la postura, especialmente de las personas de fe, porque uno no puede imaginar a nuestro Dios queriendo arrasar y borrar de la faz de la tierra a los que hacen mal. No fue este el camino que emprendió Jesús y que lo llevó a perder la vida, antes que quitársela a los demás. Es el camino que siguen tantos profetas actuales y tantos otros que, posiblemente sin una práctica religiosa, sí saben ofrecer su vida y sus fuerzas por una humanidad justa y en paz. En Colombia en los primeros quince días de este año asesinaron a nueve líderes sociales. Pero estas muertes no nos hacen levantar la voz con la misma fuerza que el atentado del jueves, tal vez porque en esas muertes hay mucho de los intereses oscuros para perpetuar la guerra y el mismo aparato militar o el gobierno o los que están del otro lado de la paz, no les conviene que se develen esos juegos sucios que enrarecen tanto la situación que vivimos.
Levantemos la voz y digamos ¡No! a la muerte infame causada por este atentado y por la de tantos líderes sociales. Pero dispongámonos a redoblar esfuerzos para que la manera de afrontarlo no sea con más guerra sino con las actitudes que ofrecen una salida: el diálogo, los acuerdos, el cumplimiento de los protocolos, el apoyo de los países garantes y, sobre todo, dispuestos a cambiar y a desterrar de nuestros corazones el odio, la venganza, la irracionalidad que nos hace ver solo a “buenos y a malos”, poniéndonos nosotros del lado de los buenos y a los otros del lado de los malos y, por tanto, creyendo que matando al enemigo conseguimos la victoria. En esta tarea de la paz o la construimos con todos o no será posible. Ojalá pongamos de nuestra parte lo mejor de nuestra humanidad y sobre todo nuestra fe en el Dios de la paz que nos convoca al amor real y concreto a “absolutamente” todos y todas.