No encadenar la Palabra de Dios
En la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo el apóstol nos invita a mantenernos firmes en medio de las dificultades y se pone como ejemplo, mostrándonos cómo por su fidelidad a Jesucristo está llevando cadenas como un malhechor pero es bien consciente de que la Palabra de Dios no está encadenada y ella es fuente de liberación y transformación (Cfr. 2Tim 2 1-10).
Hoy en día a veces pareciera que algunos quieren “encadenar” la Palabra de Dios. Me refiero a experiencias donde se está hablando desde el evangelio de la opción preferencial de Jesús por los pobres y de su amor incondicional hacia ellos y de repente se levantan algunos del auditorio y comienzan a hacer una defensa de los ricos. O también cuando se está hablando del comportamiento de Jesús con las mujeres y de pronto algunas mujeres comienzan a defender el orden patriarcal vigente. Y no han faltado ocasiones en que en reuniones en que se habla de las discriminaciones raciales que existen en nuestra sociedad, justamente se levantan personas de raza negra argumentando que no hay que permitir ninguna legislación que favorezca a los que han sido sistemáticamente excluidos en razón de su raza, porque eso sería crear privilegios para ellos y eso no está de acuerdo con el evangelio.
En todos los casos anteriores se podría invocar que no se puede repetir exactamente el comportamiento de Jesús porque su realidad fue diferente a la nuestra. También que su mensaje en ningún momento favoreció el simple “dar vuelta a las cosas” haciendo que los que antes eran oprimidos ahora se vuelvan opresores. Pero que de su mensaje y de acción no se pueda concluir que su prioridad fue la opción por los más pobres y por todos los excluidos de la sociedad, ya es olvidar la esencia del Evangelio y “encadenar la Palabra de Dios”.
¿Por qué es tan fácil perder el profetismo y la denuncia evangélica? ¿Qué hace que las personas busquen acomodar la palabra de Dios a sus intereses? ¿Por qué la prudencia se invoca como el “valor” querido por Dios y se quieren opacar valores iguales o más evangélicos tales como la justicia social, la igualdad o la libertad?
Cuando los discípulos de Juan le preguntan a Jesús si “él es el Mesías o han de esperar a otro”, Jesús les responde: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7, 20-23). La misma pregunta podrían hacernos hoy para saber si estamos encadenando la Palabra divina. Si nuestra evangelización favorece la transformación social y llama al compromiso con obras y verdad, vamos por buen camino. Pero cuando se buscan tantas excusas, cuando se invocan tantos miedos, cuando se le quita fuerza al profetismo evangélico, comenzamos a alejarnos del seguimiento de Jesús.
Ayer como hoy, la Palabra de Dios escandaliza. Sin embargo, es la puesta en práctica de esa Palabra la que hará posible que “el reinado de Dios ya está entre nosotros” (Mc 1,15) y que muchos puedan reconocer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, comprometido con los más pobres y olvidados de la tierra.
Hoy en día a veces pareciera que algunos quieren “encadenar” la Palabra de Dios. Me refiero a experiencias donde se está hablando desde el evangelio de la opción preferencial de Jesús por los pobres y de su amor incondicional hacia ellos y de repente se levantan algunos del auditorio y comienzan a hacer una defensa de los ricos. O también cuando se está hablando del comportamiento de Jesús con las mujeres y de pronto algunas mujeres comienzan a defender el orden patriarcal vigente. Y no han faltado ocasiones en que en reuniones en que se habla de las discriminaciones raciales que existen en nuestra sociedad, justamente se levantan personas de raza negra argumentando que no hay que permitir ninguna legislación que favorezca a los que han sido sistemáticamente excluidos en razón de su raza, porque eso sería crear privilegios para ellos y eso no está de acuerdo con el evangelio.
En todos los casos anteriores se podría invocar que no se puede repetir exactamente el comportamiento de Jesús porque su realidad fue diferente a la nuestra. También que su mensaje en ningún momento favoreció el simple “dar vuelta a las cosas” haciendo que los que antes eran oprimidos ahora se vuelvan opresores. Pero que de su mensaje y de acción no se pueda concluir que su prioridad fue la opción por los más pobres y por todos los excluidos de la sociedad, ya es olvidar la esencia del Evangelio y “encadenar la Palabra de Dios”.
¿Por qué es tan fácil perder el profetismo y la denuncia evangélica? ¿Qué hace que las personas busquen acomodar la palabra de Dios a sus intereses? ¿Por qué la prudencia se invoca como el “valor” querido por Dios y se quieren opacar valores iguales o más evangélicos tales como la justicia social, la igualdad o la libertad?
Cuando los discípulos de Juan le preguntan a Jesús si “él es el Mesías o han de esperar a otro”, Jesús les responde: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7, 20-23). La misma pregunta podrían hacernos hoy para saber si estamos encadenando la Palabra divina. Si nuestra evangelización favorece la transformación social y llama al compromiso con obras y verdad, vamos por buen camino. Pero cuando se buscan tantas excusas, cuando se invocan tantos miedos, cuando se le quita fuerza al profetismo evangélico, comenzamos a alejarnos del seguimiento de Jesús.
Ayer como hoy, la Palabra de Dios escandaliza. Sin embargo, es la puesta en práctica de esa Palabra la que hará posible que “el reinado de Dios ya está entre nosotros” (Mc 1,15) y que muchos puedan reconocer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, comprometido con los más pobres y olvidados de la tierra.