Estar del lado de los pobres
Algunas veces cuando se escribe sobre política o sobre algún planteamiento teológico un poco diferente a lo que tradicionalmente conocemos, algunos lectores escriben exponiendo sus razones de desacuerdo. Esto es comprensible porque la riqueza de lo humano es tener diferentes puntos de vista que parten de experiencias distintas y de los diversos lugares desde donde se habla. En este aspecto hay que apelar una y otra vez a la tolerancia y al respeto por la diferencia y a la postura sincera de los implicados para revisar sus postulados, comprender la diferencia y cambiar de opinión cuando se haga necesario. Pero lo que sorprende es que los cristianos no reaccionemos más veces ante la vivencia de una fe que se queda en el ámbito privado e intimista y no se compromete con el amor al prójimo de la manera como el Jesús al que decimos seguir, lo vivió y anunció.
Precisamente estos tiempos de pluralismo nos invitan a recordar la manera como Jesús realizó su compromiso histórico. Preguntarnos por qué se gano la muerte. Comprender qué fue lo que hizo y dijo para que las autoridades judías lo condenaran y la institución civil le diera el castigo más cruel que podía aplicarse en ese tiempo. Buscar en los evangelios -que como “palabra viva y eficaz” (Hb 4,12) puede transformar nuestro corazón y ponerlo en el verdadero camino del seguimiento-, el verdadero rostro del Jesús de la historia.
Jesús anunció el “reinado de Dios” que no consistió tanto en un código ético –como a veces pretendemos convertir nuestro cristianismo- sino en el anuncio de un Dios que sorprende nuestra condición humana tan limitada y condicionada por la ley del talión “ojo por ojo, diente por diente”. El Dios anunciado por Jesús es el Dios inconmensurable en su amor. Es el Dios que ama sin medida y perdona sin límite. Es el Dios que pone al ser humano por encima de cualquier ley y lo antepone también frente a cualquier rito o culto. Pero sobretodo es el Dios que se pone al lado de los pobres pero no sólo de aquellos de pobreza “espiritual” sino también de los pobres reales, todos aquellos que no comen suficiente, que pasan frío, no tienen casa y no cuentan con ninguno de los derechos que garantizan la dignidad y el desarrollo humano integral. Los personajes centrales de las parábolas son estos pobres concretos y materiales a los que el amor de Dios les sale al encuentro con creces. Y los milagros no apuntan tanto a la curación física –aspecto que muchas veces es el único que destacamos al leer esos textos-, sino al significado que Jesús comunicaba con ellos. Gracias a la curación de una enfermedad -que en esos tiempos se entendía como castigo divino o fruto del pecado personal o familiar-, esos enfermos podían recobrar su dignidad, incorporarse de nuevo a la comunidad y sentirse amados y aceptados por ese mismo Dios al que sus sus contemporáneos le atribuían los males que padecían reafirmando, de esa manera, una visión distorsionada de Dios.
No hace falta hacer muchos propósitos. Con uno verdaderamente evangélico, sería suficiente para vivir el seguimiento. Estar del lado de los pobres, del lado de los que son excluidos y se les ha robado su dignidad, el defender su causa y trabajar por transformar su realidad, siempre será signo del reino por el que Jesús dio la vida y se comprometió hasta el extremo.
Precisamente estos tiempos de pluralismo nos invitan a recordar la manera como Jesús realizó su compromiso histórico. Preguntarnos por qué se gano la muerte. Comprender qué fue lo que hizo y dijo para que las autoridades judías lo condenaran y la institución civil le diera el castigo más cruel que podía aplicarse en ese tiempo. Buscar en los evangelios -que como “palabra viva y eficaz” (Hb 4,12) puede transformar nuestro corazón y ponerlo en el verdadero camino del seguimiento-, el verdadero rostro del Jesús de la historia.
Jesús anunció el “reinado de Dios” que no consistió tanto en un código ético –como a veces pretendemos convertir nuestro cristianismo- sino en el anuncio de un Dios que sorprende nuestra condición humana tan limitada y condicionada por la ley del talión “ojo por ojo, diente por diente”. El Dios anunciado por Jesús es el Dios inconmensurable en su amor. Es el Dios que ama sin medida y perdona sin límite. Es el Dios que pone al ser humano por encima de cualquier ley y lo antepone también frente a cualquier rito o culto. Pero sobretodo es el Dios que se pone al lado de los pobres pero no sólo de aquellos de pobreza “espiritual” sino también de los pobres reales, todos aquellos que no comen suficiente, que pasan frío, no tienen casa y no cuentan con ninguno de los derechos que garantizan la dignidad y el desarrollo humano integral. Los personajes centrales de las parábolas son estos pobres concretos y materiales a los que el amor de Dios les sale al encuentro con creces. Y los milagros no apuntan tanto a la curación física –aspecto que muchas veces es el único que destacamos al leer esos textos-, sino al significado que Jesús comunicaba con ellos. Gracias a la curación de una enfermedad -que en esos tiempos se entendía como castigo divino o fruto del pecado personal o familiar-, esos enfermos podían recobrar su dignidad, incorporarse de nuevo a la comunidad y sentirse amados y aceptados por ese mismo Dios al que sus sus contemporáneos le atribuían los males que padecían reafirmando, de esa manera, una visión distorsionada de Dios.
No hace falta hacer muchos propósitos. Con uno verdaderamente evangélico, sería suficiente para vivir el seguimiento. Estar del lado de los pobres, del lado de los que son excluidos y se les ha robado su dignidad, el defender su causa y trabajar por transformar su realidad, siempre será signo del reino por el que Jesús dio la vida y se comprometió hasta el extremo.