En el tiempo de Pascua, vivir el programa del Reino
¡Cristo ha resucitado! Esta es la afirmación central de nuestra fe porque como dice San Pablo, “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, y vana también nuestra fe” (1 Cor 15,14). En otras palabras, llega el momento de la verdad: ya terminaron las celebraciones de Semana Santa y ahora queda el día a día en el que se ha de mostrar que todo lo expresado en la liturgia de esos días, tuvo sentido. Y esto no se refiere solamente a las fidelidades personales: cultivar una vida de oración, servir a los demás, mantener los principios morales que se derivan de nuestra fe, etc., sino que también implica la dimensión socio-política de la fe que con tanta urgencia hemos de vivir para comprometernos con el devenir del mundo que Dios nos ha confiado, transformándolo hacia el mayor bien para todos y todas.
La vida política es más que la participación en los comicios electorales pero también pasa por ellos. Y en Colombia estamos en tiempos de elecciones para determinar quién gobernará los próximos 4 años. Ya votamos por los congresistas y en mayo lo haremos por el presidente. ¿Cuál ha sido nuestra responsabilidad en estos procesos? La indiferencia no es propia de quien se compromete con la construcción del mundo en que vive. Es difícil involucrarse porque exige tiempo y dedicación. Además se nos ha enseñado a vivir una fe, muchas veces, con rasgos intimistas –Dios y yo- y mi beneficio personal, y pensando sólo en la alabanza y adoración dejando de lado el compromiso y la transformación social. Pero lo vivido en Semana Santa nos ayuda a cambiar esa perspectiva. A Jesús no lo matan por enseñar a rezar, ni por ser fiel cumplidor de la ley. Lo matan porque su comportamiento denunciaba la injusticia social y religiosa y sus palabras exigían un cambio real de las situaciones. No podemos hablar de que era un político porque en aquella época no tenían esa distinción de aspectos pero si era un fiel religioso que vivía en su tiempo y buscaba transformarlo.
El Jesús que creció y desarrolló su ministerio público en Palestina y fue ajusticiado en Jerusalén habló de la realidad, lanzó juicios críticos sobre ella y anuncio la Buena Noticia del Reino: “la liberación que trae la vida en el Espíritu y que lo transforma todo” (Lc 4, 18ss).
A Jesús lo matan por el “Programa del Reino” que no es otro que las bienaventuranzas: “Felices los que son pobres de corazón, los que lloran, los mansos y los que tienen hambre y sed de justicia. Felices los misericordiosos, los limpios de corazón y los que trabajan por la paz. Felices lo sufren persecución por causa de la justicia” (Mt 5, 3-10). Si miramos con atención este programa del reino, no nos extraña que lo mataran: proponía una felicidad basada en el amor, la solidaridad, la coherencia, el servicio, la misericordia, la autenticidad, la justicia y el trabajo incansable por la paz. Todo esto muy distinto de la felicidad que nos ofrece la sociedad de consumo basada en el tener más y en el aparentar a costa de cualquier precio. También distinta de la felicidad que solo busca el propio beneficio y no le interesa nada que tenga que ver con los demás.
Pues bien, dar testimonio del Resucitado supone vivir el programa del Reino. Darle en verdad una vuelta a las prioridades que tenemos y poner nuestra escala de valores en consonancia con el evangelio. Y esa manera de ser y de vivir se ha de expresar en todas las dimensiones de nuestra vida: lo social, lo político, lo cultural, etc., y, en este semestre de decisiones políticas en nuestro país, hemos de apostar por la justicia, la misericordia, la paz, especialmente para los más pobres, para que se pueda hacer realidad en las estructuras humanas con lo que implican de medios, recursos, proyectos, por limitados que sean.
Ojala apoyemos a los candidatos que en verdad vayan por estos caminos. A los que más les preocupen los pobres y lo social. Los que valoren el bien humano y no la ganancia desenfrenada del sistema neoliberal que gana cada vez más terreno en nuestra América Latina. Pero sobre todo aquellos que apoyen la paz. En el proceso de paz que vivimos está casi todo por hacer. Lo acordado no se realiza al ritmo que debiera y no faltan las situaciones que desalientan como el asesinato de varios líderes sociales y los desertores que vuelven al negocio de la guerra. Pero no podemos volver atrás. Falta mucho pero faltará más si no apoyamos a aquellos que en verdad van a seguir poniendo esfuerzos para superar las dificultades y abrir caminos que la hagan realidad.
En definitiva, la vida del Resucitado se hace presente a través de la nuestra y la Pascua es tiempo de mostrarlo. Preguntémosle a Él por dónde han de ir nuestras opciones, cuáles han de ser nuestros compromisos, de qué manera contribuimos a la construcción de un país donde la vida de los más pobres tenga futuro y la paz sea nuestro gran empeño. Cuando Jesús resucitado se apareció a sus discípulos los saludo con el don de la paz: “Paz para ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío” (Jn 20, 21). Acojamos este envío siento testigos de la paz que Él nos da pero no solo en el espacio privado de nuestra paz interior sino en el difícil pero indispensable espacio de lo socio-político donde hemos de hacerla realidad por nosotros mismos y por las generaciones futuras que merecen un país distinto al que hemos tenido en estos más de 50 años de conflicto armado. Vivamos, entonces, el programa del reino para ser testigos del Resucitado en el aquí y ahora de nuestra historia.
La vida política es más que la participación en los comicios electorales pero también pasa por ellos. Y en Colombia estamos en tiempos de elecciones para determinar quién gobernará los próximos 4 años. Ya votamos por los congresistas y en mayo lo haremos por el presidente. ¿Cuál ha sido nuestra responsabilidad en estos procesos? La indiferencia no es propia de quien se compromete con la construcción del mundo en que vive. Es difícil involucrarse porque exige tiempo y dedicación. Además se nos ha enseñado a vivir una fe, muchas veces, con rasgos intimistas –Dios y yo- y mi beneficio personal, y pensando sólo en la alabanza y adoración dejando de lado el compromiso y la transformación social. Pero lo vivido en Semana Santa nos ayuda a cambiar esa perspectiva. A Jesús no lo matan por enseñar a rezar, ni por ser fiel cumplidor de la ley. Lo matan porque su comportamiento denunciaba la injusticia social y religiosa y sus palabras exigían un cambio real de las situaciones. No podemos hablar de que era un político porque en aquella época no tenían esa distinción de aspectos pero si era un fiel religioso que vivía en su tiempo y buscaba transformarlo.
El Jesús que creció y desarrolló su ministerio público en Palestina y fue ajusticiado en Jerusalén habló de la realidad, lanzó juicios críticos sobre ella y anuncio la Buena Noticia del Reino: “la liberación que trae la vida en el Espíritu y que lo transforma todo” (Lc 4, 18ss).
A Jesús lo matan por el “Programa del Reino” que no es otro que las bienaventuranzas: “Felices los que son pobres de corazón, los que lloran, los mansos y los que tienen hambre y sed de justicia. Felices los misericordiosos, los limpios de corazón y los que trabajan por la paz. Felices lo sufren persecución por causa de la justicia” (Mt 5, 3-10). Si miramos con atención este programa del reino, no nos extraña que lo mataran: proponía una felicidad basada en el amor, la solidaridad, la coherencia, el servicio, la misericordia, la autenticidad, la justicia y el trabajo incansable por la paz. Todo esto muy distinto de la felicidad que nos ofrece la sociedad de consumo basada en el tener más y en el aparentar a costa de cualquier precio. También distinta de la felicidad que solo busca el propio beneficio y no le interesa nada que tenga que ver con los demás.
Pues bien, dar testimonio del Resucitado supone vivir el programa del Reino. Darle en verdad una vuelta a las prioridades que tenemos y poner nuestra escala de valores en consonancia con el evangelio. Y esa manera de ser y de vivir se ha de expresar en todas las dimensiones de nuestra vida: lo social, lo político, lo cultural, etc., y, en este semestre de decisiones políticas en nuestro país, hemos de apostar por la justicia, la misericordia, la paz, especialmente para los más pobres, para que se pueda hacer realidad en las estructuras humanas con lo que implican de medios, recursos, proyectos, por limitados que sean.
Ojala apoyemos a los candidatos que en verdad vayan por estos caminos. A los que más les preocupen los pobres y lo social. Los que valoren el bien humano y no la ganancia desenfrenada del sistema neoliberal que gana cada vez más terreno en nuestra América Latina. Pero sobre todo aquellos que apoyen la paz. En el proceso de paz que vivimos está casi todo por hacer. Lo acordado no se realiza al ritmo que debiera y no faltan las situaciones que desalientan como el asesinato de varios líderes sociales y los desertores que vuelven al negocio de la guerra. Pero no podemos volver atrás. Falta mucho pero faltará más si no apoyamos a aquellos que en verdad van a seguir poniendo esfuerzos para superar las dificultades y abrir caminos que la hagan realidad.
En definitiva, la vida del Resucitado se hace presente a través de la nuestra y la Pascua es tiempo de mostrarlo. Preguntémosle a Él por dónde han de ir nuestras opciones, cuáles han de ser nuestros compromisos, de qué manera contribuimos a la construcción de un país donde la vida de los más pobres tenga futuro y la paz sea nuestro gran empeño. Cuando Jesús resucitado se apareció a sus discípulos los saludo con el don de la paz: “Paz para ustedes; como el Padre me ha enviado, así también yo los envío” (Jn 20, 21). Acojamos este envío siento testigos de la paz que Él nos da pero no solo en el espacio privado de nuestra paz interior sino en el difícil pero indispensable espacio de lo socio-político donde hemos de hacerla realidad por nosotros mismos y por las generaciones futuras que merecen un país distinto al que hemos tenido en estos más de 50 años de conflicto armado. Vivamos, entonces, el programa del reino para ser testigos del Resucitado en el aquí y ahora de nuestra historia.