El tiempo de Pascua
El tiempo de Pascua es tiempo privilegiado para renovar nuestra experiencia de fe. No creemos en doctrinas, en leyes o en tradiciones. Creemos en el Resucitado de quien surge y se consolida cualquier doctrina, ley o tradición. Ese es el sentido correcto de la relación fe y expresión de la fe y no al revés. Porque la doctrina por ella misma puede limitar la creatividad. La ley puede convertirse en carga pesada. La tradición puede anquilosarnos en el pasado. Pero si la vitalidad proviene de la vida del Resucitado siempre habrá doctrina actualizada a los tiempos actuales, leyes al servicio del ser humano, tradiciones que nos conectan con los orígenes pero nos permiten seguir construyendo futuro. La experiencia pascual tiene, por tanto, el punto de partida en el encuentro con Jesús resucitado lo que implica relación, diálogo, dinamismo, misión, futuro. Es una fe de vida y de camino. Es una fe de apertura y no de límites. Es un kairós, es decir, una “gracia” que se nos regala y nos transforma desde dentro. La resurrección del Señor no es algo externo al creyente sino un dinamismo que vive el creyente. La llamada no es sólo a creer en el Resucitado sino a actuar como resucitados. Es decir, que el Espíritu del Señor resucitado guie y dinamice nuestra vida. Los demás podrán creer en la resurrección del Señor en la medida en que vean que actuamos con su mismo Espíritu. Por eso el tiempo de Pascua nos invita a revisar nuestro actuar y preguntarnos si a través nuestro pueden los demás descubrir a Jesús resucitado. Si está siendo efectiva esa gracia divina que se nos regala con su presencia. Por tanto, es tiempo de ahondar nuestro compromiso y mostrar que nuestra fe se traduce en obras de amor, justicia y paz en este presente que vivimos.