H. Küng: eutanasia católica

(Hans Küng y el Santo Oficio)

El gran teólogo católico Hans Küng tiene 85 años y una enfermedad de Parkinson avanzada, hasta el punto de que teme una próxima pérdida de toda visión y la inmovilidad de las manos, entre otros efectos perversos. Por eso ha proclamado el derecho del hombre a morir dignamente de muerte asistida en una clínica suiza. A mí me parece un grito de socorro, así como el planteamiento in extremis de una eutanasia en un contexto cristiano o católico.

Sin embargo, el Prefecto de la Doctrina de la fe, que actualmente es el rollizo germano G. Müller, lejos de entenderlo así y atenderlo consecuentemente, ha condenado el grito de H. Küng de acuerdo con la normativa vigente del viejo Santo Oficio, recordando al teólogo suizo que Dios es el único dueño de nuestra vida, y que por tanto la eutanasia no es ética ni legal (olvidando que en algunos países cristianos como Suiza lo es).

En lugar de compadecer a Küng, acompañándolo en su dolor y trance supremo, nuestro Prefecto germano no reacciona ciertamente como un hermano, sino como el representante inquisitorial. Por eso achaca a Küng el que niega o reniega de la gracia de Dios, recordándole que estamos en sus manos (aunque dado su estado más parece estarlo el propio Küng).


(Compasión y misericordia)

Pero las manos de Dios no pueden/deben ser crueles, y la gracia de Dios no destruye lo natural sino que lo coadyuva. Por lo demás, las declaraciones del Prefecto Müller están en disonancia con la compasión franciscana del Papa Francisco y su acogimiento de todos, especialmente de enfermos y presuntos pecadores. Hubiera podido ser una buena ocasión para rehabilitar al gran teólogo, en lugar de condenar también a los que Küng puede arrastrar en el futuro a este tipo de eutanasia asistida: aunque no deberíamos temer, solo pueden acceder a esas clínicas suizas los ricos o poderosos.

Da la impresión que sigue pesando sobre la tradición católica la imitación literal y oscurantista de la Crucifixión de Jesús, una imitación fundamentalista y blasfema, porque Jesús es el Cristo y, por lo tanto, divino e inimitable literalmente. Hay un trasfondo sadomasoquista en cierta tradición crucífera, como lo proclamaba aquel arzobispo que predicaba no bajarse nunca de la cruz; y, sin embargo, parece que se bajó de la cruz al jubilarse para irse a vivir a Málaga. Lo cual no está nada mal, lo confieso, ya que Cristo asume la Cruz para evitar que recaiga sobre nosotros, por cuanto se trata de una Cruz redentora, salvadora o liberadora.
Hemos olvidado que tanto Sócrates como Jesús asumen su propia muerte intrasferible, al margen de los designios ajenos. Con ese acto radical tanto Sócrates como Jesús, los dos paradigmas de la historia occidental, proyectan un nuevo sentido de la muerte, ya no considerada como destino aciago, sino como destinación abierta a la trascendencia.


(Asunción de la muerte)

La gran tradición cristiana habla de la muerte como descanso eterno (requies aeterna), mientras que la gran tradición teológica desde Agustín de Hipona hasta Henri de Lubac, pasando por Tomás de Aquino, hablan del deseo natural de felicidad como un deseo natural de ver finalmente a Dios (desiderium naturale visionis Dei; appetitus naturalis beatitudinis). Curiosamente el gran poeta heterodoxo contemporáneo M. Houellebecq define la muerte como la fusión con la trascendencia.

Ha sido el teólogo Karl Rahner quien escribió sobre la muerte como un sacramento –sacramentum mortis-, puesto que es el radical rito de paso o tránsito. Deberíamos entonces asumir la muerte de un modo más cristiano y humano, ya que el cristianismo es encarnación y humanización, hasta lograr humanizar su rostro inhumano. En este sentido, cabría reconvertir el sacramento de la extremaunción en un sacramento de la unción extrema, un sacramento escatológico o trascendental, basado en la revisión de la muerte como apertura sobrenatural.

En este mismo contexto cabría ubicar una posible/pasible eutanasia cristiana o católica, simbolizada por el cáliz sagrado del vino/sangre redentor. Debe llegar un día en el que nos pongamos de acuerdo para ofrecer una eutanasia cristiana y católica de carácter sacramental, el sacramento del éxitus o salida final de la inmanencia a la trascendencia, siempre in extremis. Me sirve de inspiración para semejante imaginación la poesía mística de Teresa de Jesús, y su morir por no morir (“que muero porque no muero”).


(Conclusión)

Por favor, tómese esta imaginación trascendental sobre la asunción de la muerte como una acogida simbólica de signo católico al grito desgarrado de H.Küng ante el abismo. Y que no se me venga con la martingala de que los eutanásicos son gente falsa y cobarde, antivital o necrófila, porque el valor vital está en asumir la propia muerte de modo personal, como Sócrates y Jesús, y no impersonal y fatídicamente, enajenada o alienadamente, sufriente e hirientemente. Sin olvidar que la muerte es nuestra trascendencia.


(Colofón)

Al margen de la cuestión abierta y debatida de la eutanasia en sus términos adecuados como “buena muerte”, el caso de Hans Küng y la incuria de su tratamiento clerical por la curia vaticana, me lleva a una consideración mucho más amplia, aprovechando que la Iglesia está presidida en la caridad por el Papa Fratriarca (Francisco). En efecto, pienso que la Iglesia podría sobrepasar tanto su patriarcalismo como su matriarcalismo, ambos verticales, recuperando su fratriarcalismo horizontal originario, o sea, su inspiración fraterna o fratriarcal proveniente de la fraternidad jesúanica o nazarena.

Pues la Iglesia no es un matriarcado de la madre-madrastra ni un patriarcado del padre-patrón, sino el fratriarcado abierto de los hijos-hermanos (y no la hermandad cerrada de la Inquisición). La Iglesia podría ser la Fratria unidiversal que consta de fratrías o hermandades, con sus curias que tienen por vocación la cura o cuidado religador del hombre extrañado en este mundo. En este contexto la Iglesia ya no tendría que luchar contra la democracia, precisamente por ser originariamente democrática (como lo muestra la Ilustración con su adopción de la fraternidad cristiana): una democracia cualitativa del valor personal y no meramente cuantitativa del interés individual. La clave del cristianismo es la persona (personificada por el hermano menor frente al Gran Hermano).

(Bibliografía mínima)

-Andrés Ortiz-Osés, La herida romántica, Anthropos, Barcelona-México 2006.
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