Condenado por terrorista.
Va esto por el "títulus crucis", Jesus Nazarenus Rex Judeorum y por la relectura de un libro titulado "Jesús, el galileo armado" de José Montserrat. Es otra reflexión sobre la misión de "un tal" Jesús, luego convertido en Jesucristo, tan válida como la ofrecida por "otro tal" llamado Pablo de Tarso.
| Pablo Heras Alonso.
Los Evangelios son escritos tan eclécticos, por no decir ambiguos, que, como se suele decir, lo mismo valen para un roto que para un descosido. Asimismo, la figura de Jesús tiene tantas caras que cualquiera de ellas sirve para deducir que Jesús era esto o lo otro: un profeta, un dios, un sanador, un extremista, una persona de bien, un agitador de masas, el jefe de una banda de exaltados… incluso para deducir que no existió el personaje “Jesús” sino un centón de personajes.
Uno de esos personajes podría ser el que José Monserrat Torrents deduce en su libro “El galileo armado”. Los datos que ofrece están extractados de los Evangelios, por lo que no se puede decir que deduzca “por las ramas”. Lo único que se podría objetar es que tal deducción del autor fuera excesiva, teniendo sólo en cuenta únicos y determinados datos, pero tal deducción lo es “a fortiori”, es decir, los textos no dejan lugar a la duda de lo que de ellos se desprende.
El hecho más importante de la vida de Jesús, por supuesto para él, pero más para sus discípulos, fue su muerte ignominiosa en la cruz. Y según ciertos analistas, el relato de la pasión es lo más genuino de los evangelios, lo que puede justificar la verosimilitud de los mismos y de la existencia real del personaje.
Respecto a su resurrección, los discípulos interpretarían todo recordando citas bíblicas y añadiendo palabras de Jesús, de tal manera que inventaron su resurrección. Para ellos, especialmente para el creador del cristianismo, Pablo de Tarso, la pasión fue el débito que tuvo que pagar Jesús para salvar, para redimir a la humanidad, así como su resurrección fue la esperanza de quienes aceptan la fe en Cristo y creen en los méritos de la pasión. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”, decía.
Ateniéndonos estrictamente a datos que pueden calificarse de históricos, la muerte en la cruz sólo se aplicaba a quienes atentaban contra la seguridad del imperio, no se aplicaba a cualquier malhechor. Y Jesús fue condenado por erigirse como rey de los judíos: en griego, “Iesous nazarenus, Zeou üios, sóter”, “Jesus nazarenus rex judeorum”, en latín, fue el “título” de la cruz, que Pilato se negó a cambiar cuando los sumos sacerdotes se lo exigieron, dato que sólo aparece en Juan, 19.21.
Es premonitorio constatar cómo la plebe, a la vista de los prodigios que obraba, especialmente cuando el milagro de los panes y los peces, quiso raptarlo y elegirlo rey. Premonitorio de la sentencia que recayó sobre él. “Jesús, conociendo que iban a venir y arrebatar de él para hacerle rey, se retiró de nuevo al monte él solo” (Juan, 6.15)
Que Jesús era visto por los romanos como una amenaza para el orden público se deduce de ciertas expresiones entresacadas del proceso, entre ellas el haberse declarado Mesías. Se lo pregunta el Sumo Sacerdote y las respuestas que aparecen en los sinópticos, aunque no coinciden y son un tanto ambiguas, así lo indican: “Tú lo has dicho” (Mateo, 26.64), Sí, lo soy (Marcos 14.62), Vosotros decís que lo soy (Lucas 22.70). Y ante Pilato, que le pregunta si él es el rey de los judíos, contesta: “Tú lo dices” (Mat. Mc. Luc.).
¿Fue Jesús el jefe de una banda de fanáticos nacionalistas? ¿Jesús se rodeó de judíos exaltados que buscaban la independencia, el resurgir de Israel, el llegar a constituir un estado regido por la Ley de Moisés? Todo eso se deduce de los datos que los evangelistas “se dejan decir”.
Jesús escogió personalmente a aquellos que serían sus más cercanos colaboradores, entre ellos el decepcionante Judas, con apodo “iscariote”, o sea “provocador”, “revoltoso”. Simón era un “celote”, es decir un guerrillero, un revolucionario, opuesto con las armas a los romanos y al pago de tributos. La Iglesia mantendrá aquello de “dad al César lo que es del César”, pero una de las acusaciones en el proceso contra Jesús aparece en Marcos 3.17: “Hemos encontrado a este hombre alborotando a nuestro pueblo. Dice que no debemos pagar los impuestos al César”.
Otros dos apóstoles, Santiago y Juan, tienen el apelativo de “boanerges”, hijos del trueno, exaltados… (Mc 3.17). Recordemos la sugerencia de ambos: “Señor, si quieres, diremos que baje fuego del cielo para que acabe con ellos” (Lc 9.51). Igual a la cita II Reyes, 1.10, entrar contra los enemigos a sangre y fuego.
No sabemos si el celote Simón era también Pedro. A éste le llama Jesús “bar Jona” (Mat 16.17) y “bariona” en arameo significa “guerrillero” o “fugitivo”, aunque en griego “barion” significa “pesado”, que interesadamente entiende la Iglesia referido a la roca que es Pedro. En otras acepciones, Bar Jona es igual a “hijo de Jonás”.
Otros datos para confirmar la acusación contra Jesús y su grupo y que dejan caer los evangelios son todavía más reveladores. En primer lugar, el hecho de que las autoridades envíen a prender a Jesús nada menos que una cohorte, entre 500 y 600 legionarios, número desmesurado para prender a una persona. Posiblemente temían la reacción de un grupo numeroso, por supuesto más de doce y dispuestos a defenderse con espadas. Asimismo, el dato de las espadas es importante, porque eran armas de guerra prohibidas por la autoridad romana, cuya posesión se castigaba hasta con la muerte.
En la última cena, les dice Jesús: “El que no tenga espada, que venda su abrigo y se compre una……Señor, mira, aquí hay dos espadas” (Lucas, 22.36). Cuando en Getsemaní van a arrestar a Jesús, los discípulos están dispuestos a “golpear con la espada” y así se lo preguntan a Jesús, siendo Pedro el que le corta la oreja al criado del Sumo Sacerdote (Los cuatro evangelistas refieren estos hechos).
Y recordemos que pocos días antes había sucedido el hecho violento de la expulsión de los mercaderes del Templo por un Jesús enfurecido y violento. Los sinópticos (Mat 21.23; Luc.19.45; Mc. 11.15) dicen que echó “a todos los que allí estaban vendiendo y comprando”, volcando mesas y sillas. En el evangelio de Juan se dice que azotó a la gente, los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y bueyes, arrojando las monedas por el suelo (Juan, 2.13).
La verdad, resulta algo increíble este comportamiento de Jesús, incluso que pudiera hacerlo. ¿Jesús contra todos? ¿En una fecha de enorme confluencia de fieles? ¿En un atrio lleno de objetos dispuesto para las ofrendas? La deducción es que tuvo que hacerlo de forma relámpago, ayudado por sus secuaces, sin posibilidad de reacción por parte de los afectados. De lo contrario, se habría producido una reacción violenta de vendedores y fieles. ¿O esto es un relato simbólico para dar cumplimiento a lo que decía Jeremías (7.11) respecto a la cueva de ladrones o el salmo 68, devorado por el celo de la casa de Yahvé?
Los datos referidos son una manifestación no mínima ni despreciable de la personalidad de Jesús. ¿Era así Jesús? Por supuesto que hay otras versiones de su persona que la Iglesia ha querido que prevalecieran. Pero ¿no induce esto a pensar que en Jesús se han amontonado varias personalidades, la sugerida por las citas aportadas frente a la que aparece en el evangelio de Juan, la que predicaron en el Medievo o la edulcorada de nuestros días?
Por otra parte, todo ello induce a pensar que han sido muchos los que han querido dar su versión escrita del supuesto único Jesús. A lo largo de la historia de la Iglesia, ésta ha presentado al Jesús que más le interesaba, bien que tras los primeros concilios ecuménicos, será Cristo-Salvador-Hijo de Dios el que ha predominado.