Crece el Cristianismo, mengua el Imperio

Podríamos decir que con Teodosio (347-395) se inicia la tercera etapa del cristianismo, que supone la culminación definitiva  en organización y expansión así como en doctrina y prácticas. Este cristianismo  ya no será el mismo que supuestamente se funda en la predicación de Jesús. Decimos “supuestamente” porque nunca se sabrá lo que realmente dijo Jesús, dada la criba tergiversadora y grandilocuente de los Evangelios hoy conocidos.

En la persecución de Diocleciano se puso especial interés en destruir los documentos originales cristianos de los siglos I y II, por lo que desapareció la mayor parte de los originales. A partir de papiros con réplicas de los evangelios a veces incompletas, se comenzó a copiar, ya en el siglo IV y en griego, el Nuevo Testamento, que es lo que queda hoy día. Los eruditos afirman que tales copias no diferían de las primitivas, aunque sí hay quien afirma que hubo leves añadidos,  algunos versículos en provecho de las autoridades romanas.

El último siglo del Imperio Romano, desde mediados del siglo IV hasta su disolución, fue enormemente convulso debido tanto a la presión de los enemigos exteriores como a la descomposición interna de las estructuras políticas y económicas. Se podría añadir también la disgregación ideológica, sobre todo religiosa, que ya había comenzado en el siglo III: religiones paganas, politeístas o monoteístas, los maniqueos, las comunidades judías, los cristianos que ya comenzaban a agrietarse… En este maremágnum, sólo el cristianismo parecía incólume.

El Imperio se desgajó en Imperio de Oriente y de Occidente; la autoridad imperial fue a veces individual, otras dual, a veces una tetrarquía; cada emperador pretendía que su mandato fuera continuado por su dinastía familiar; a veces las legiones elegían al emperador, como había sido habitual en otros tiempos… Constantino, tetrarca con Galerio, Majencio  y Licinio, llegó al poder eliminando a los tres. Constantino tuvo sus más fieles aliados en los altos dignatarios cristianos, pero veía con muy malos ojos las disensiones que se estaban generando en la Iglesia cristiana.

Quiso perpetuarse con sus hijos Crispo, al que asesinó por liarse con su madrastra, y con Constancio y Constante, que gobernaron de 337 a 350 tras eliminar a sus hermanastros y sus hijos. Con ellos comenzó a despuntar la implacable persecución del paganismo. Por supuesto ni los intelectuales cristianos y, sobre todo, la jerarquía eclesiástica estaban dispuestos a admitir la tolerancia religiosa. El convencimiento de que la única religión verdadera era la cristiana no podía tolerar ni compartir otros cultos.

A pesar de la decadencia del Imperio, para el cristianismo este último siglo fue de enorme efervescencia doctrinal y  opulencia material. Creció en número, en templos, en represión de la competencia y en riqueza. Los sucesores de Constantino no sólo continuaron la política permisiva o el apoyo al cristianismo, sino que algunos de ellos se convirtieron en sus acérrimos defensores. Lo fue con la dinastía de Constantino y con la de Valentiniano. El más determinante fue el emperador Teodosio I.

Para los cristianos, el hispano Teodosio fue “el Grande” y, por descontado, para ellos lo fue. Con sus altibajos, la historia ha tratado bien a este emperador que fue un brillante estratega, diplomático, cauteloso, que saneó la economía y legisló de manera práctica y eficaz.  Fue creyente fervoroso, sometido totalmente a San Ambrosio. Entre sus muchas disposiciones contra el paganismo, con Teodosio dieron fin los Juegos Olímpicos en 393.

Se puede decir que con Ambrosio la Iglesia venció al Estado. Como muestra, la penitencia que este obispo impuso a Teodosio por la muerte de 7.000 personas ordenada por el emperador como represalia por el linchamiento de un oficial del ejército: durante meses, despojado de sus ropajes imperiales, tuvo que acudir a la catedral de Milán demandando el perdón del obispo.

Preocupado por las disensiones internas dentro del cristianismo, Teodosio convocó el segundo concilio ecuménico, el de Constantinopla, año 381. Teodosio era fervoroso defensor de Nicea. En 380 aprobó un edicto que obligaba al cumplimiento de las decisiones de Nicea. En él aparecía por primera vez la expresión “cristianos católicos”.

En 391 se promulgó el Codex Theodosianus,  inspirado por San Ambrosio, con sus dieciocho disposiciones contra el paganismo. Los cultos paganos quedaban prohibidos, los templos clausurados, sus sacerdotes perseguidos, encarcelados o muertos y la ecclesia catholica fue declarada la única religión del estado, a la vez que el papa Dámaso proclamaba la sede romana cabeza del resto de las iglesias.

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