Falsedades en y del cristianismo.

El tomo IV de la voluminosa obra de K.H. DeschnerHistoria criminal del cristianismo” tiene como título “La Iglesia antigua: falsificaciones y engaños”, que, como el título indica, versa sobre la ingente cantidad de falsificaciones que de evangelios, epístolas y documentos varios se hicieron en los primeros siglos del cristianismo. Se aclara al principio qué son propiamente falsificaciones, correcciones, interpolaciones, etc.

El autor pasa revista a algo muy frecuente en la antigüedad: en el paganismo precristiano, entre los griegos, entre los romanos, en los cultos primitivos… para incidir en las falsificaciones  realizadas en el Antiguo Testamento: las numerosas biblias, los libros de Moisés que Moisés no escribió, falsificaciones y atribuciones aparentes realizadas también por los judíos.

Para nuestro interés, importa mucho conocer lo que fueron “falsificaciones en el Nuevo Testamento”, que nunca han cesado, dice el autor. Para los cristianos no hubo “nuevo Testamento” hasta varios siglos después; tampoco en los primeros tiempos consideraron “palabra de Dios” los escritos que iban apareciendo. Fue Tertuliano el que puso nombre a determinados escritos, no los actuales, en el año 190 d.c. discutiéndose todavía en el año 200 algunas epístolas de San Pablo.

El personaje central del N.T. es Jesús, por supuesto. Aunque, hoy, ya pocos dudan de la existencia de Jesús, del que no hay datos ajenos al N.T. y se inventan, desde el primer momento los cristianos tergiversaron su figura y sus hechos, inventaron historias de todo tipo sobre él, lo desligan del judaísmo, exoneran de su muerte a los romanos, no reconocen el error sobre el inminente fin de los tiempos, el Reino próximo prometido lo convierten los cristianos en Iglesia…

Los cristianos modificaron los escritos del Nuevo Testamento y también de los Padres de la Iglesia, de los cónclaves eclesiásticos; falsificaron tratados totalmente nuevos en nombre de Jesús, de sus discípulos, de los Padre de la Iglesia, falsificaron actas conciliares completas.

Si hay un asunto en el que más han incidido las copias y recopias, tergiversaciones, errores, adulteraciones, engaños y fraudes, ha sido el asunto del Espíritu Santo, con la contradicción flagrante de que los escritos del N.T. son inspiración suya. Como no hay certeza alguna sobre el E.S. se hacen deducciones capciosas de lo que sea, del A.T. o de revelaciones. Nada menos que cuatrocientos años tardó el cristianismo en saber qué era el Espíritu Santo. “A la vista de este resultado, hablar de inspiración e infalibilidad, quita el habla incluso a quien lo toma a risa”.

No entramos en los porqués, el cómo o los métodos empleados en las falsificaciones realizadas. Señalamos, con el autor, el hecho no rebatido de que ni los evangelios de Mateo o de Juan, ni el Apocalipsis, proceden de los apóstoles a quienes la Iglesia los atribuye; tampoco de Marcos y Lucas se puede afirmar que sean discípulos de los apóstoles. Y hay muchas dudas de que Lucas sea discípulo y acompañante de Pablo.

Respecto a las Epístolas de Pablo ya es asunto clarificado que algunas atribuidas a Pablo fueron escritas bajo su nombre. La crítica literaria y lingüística ha demostrado que las cartas a los Hebreos, a Timoteo, a Tito, II Tesalonicenses, Colosenses y Efesios son atribuciones falsificadas.

También las llamadas “epístolas católicas”, siete en total, de Pedro, Juan, Santiago y Judas, no fueron escritas por ellos. Remitimos al texto de Deschner para dilucidar el porqué de tal adjudicación y los motivos por lo que  son falsificaciones o atribuciones falsas. A la vista de los motivos aducidos, leer dichas cartas resulta revelador y sumamente esclarecedor.

Todos falsificaban: no sólo gnósticos, maniqueos, novacianos, macedonios, arrianos, luciferianos, donatistas, pelagianos, nestorianos, apolinaristas, monifisitas… sino también –huelga decirlo—los católicos. En la lucha contra la gnosis redactaron, asimismo, evangelios falsos.

Hay evangelios de autoría directa de Jesús; hay otros asignados a un único apóstol, junto a otros escritos: Evangelio de Pedro, Matías, Judas, Tomás; Felipe; el “apocrifon” de Juan, el “apocrifon” de Santiago; el de Andrés. Uno que gozó de gran predicamento fue el Apocalipsis de Pedro, un precedente del Infierno de Dante.

La Virgen María no fue objeto de falsificaciones en los primeros tiempos del cristianismo, pero pronto fue cobrando relevancia conforme Jesús iba transformándose en Jesucristo.

Volver arriba