En su discurso en el Capitolio, el Papa señaló "cuatro figuras de grandes americanos como las estrellas polares" Trump y la América que viene

Trump y Melania
Trump y Melania

"Hoy vivimos en un mundo multipolar que hace que la búsqueda de acuerdos, especialmente en situaciones de crisis, sea más compleja y menos lineal"

"Es en este contexto histórico en el que el próximo lunes Donald Trump jurará por segunda vez defender la Constitución de los Estados Unidos y servir al pueblo norteamericano"

"Históricamente, los Estados Unidos de América han estado en su mejor momento cuando se han abierto al mundo"

(L'Osservatore romano).- No, la Historia «no terminó» con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. Lo que había sido una ilusión de algunos politólogos y políticos a finales del siglo pasado resultó ser dramáticamente erróneo. Al fin y al cabo, esto ya se comprendió en los albores del siglo XXI con el «impensable» suceso del atentado terrorista contra las Torres Gemelas, que supuso un sombrío despertar para quienes imaginaban una era de estabilidad mundial bajo la bandera de la economía liberal.

En los más de 30 años transcurridos desde aquel día histórico en el que, junto con el Muro, se derrumbó también uno de los sistemas totalitarios más liberticidas de la historia, la humanidad ha vivido un número cada vez mayor de conflictos que han pasado de ser locales a regionales, hasta adquirir el angustioso perfil de lo que, con precisión profética, el Papa Francisco viene llamando desde hace años la «Tercera Guerra Mundial a trozos». La historia, por tanto, está lejos de haber terminado.

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La primera toma de posesión

En este cuarto de siglo, un siglo que -citando de nuevo al Pontífice- está marcando un «cambio de época» incluso más que «una época de cambio», las fuerzas de las grandes potencias económicas, políticas y militares del planeta también se han reconfigurado. Hoy vivimos en un mundo multipolar que hace que la búsqueda de acuerdos, especialmente en situaciones de crisis, sea más compleja y menos lineal. Y, sin embargo, este es el mundo en el que vivimos, y el principio de realidad exige que todos los líderes (especialmente los de mayor poder) se den cuenta de que los grandes retos de nuestro tiempo deben abordarse con nuevos paradigmas, con esa creatividad que rechaza la actitud del «siempre se ha hecho así».

Es en este contexto histórico en el que el próximo lunes Donald Trump jurará por segunda vez defender la Constitución de los Estados Unidos y servir al pueblo norteamericano. Un acontecimiento, como ya se ha dicho y escrito ampliamente, que presenta características en muchos aspectos inéditas y que se contempla con esperanza y preocupación a la vez, porque a nadie se le escapa -incluso en un mundo en el que ya no hay una única superpotencia- hasta qué punto Estados Unidos puede seguir influyendo en las dinámicas políticas y económicas internacionales. El presidente electo Trump ha declarado en repetidas ocasiones que trabajará para poner fin a la guerra en Ucrania. También ha afirmado que bajo su presidencia Estados Unidos no se involucrará en nuevos conflictos. Queda por ver qué actitud tendrá hacia los organismos internacionales.

La inmigración, el medio ambiente y el desarrollo económico (cada vez más impulsado por la tecnología) son algunas de las cuestiones clave sobre las que el 47º inquilino de la Casa Blanca será observado de cerca no sólo por el pueblo estadounidense, sino por toda la comunidad internacional.

Trump

Históricamente, los Estados Unidos de América han estado en su mejor momento cuando se han abierto al mundo (al fin y al cabo, las Naciones Unidas son «un invento estadounidense») y, junto con sus aliados, han construido un sistema que -con las limitaciones de todo esfuerzo humano- ha garantizado la libertad, el desarrollo económico y el progreso de los derechos humanos. Ocurrió con presidentes republicanos y con presidentes demócratas. Una América replegada sobre sí misma sería, por tanto, un despropósito.

El presidente Trump está llamado a trabajar para superar las divisiones y polarizaciones que caracterizan la vida política estadounidense desde hace años, y que tuvieron en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 una de las fechas más tristes de la historia nacional. Es una tarea difícil, sin duda. Pero necesaria para la nueva administración. Porque los Estados «desunidos» de América serían un grave peligro para un mundo ya desgarrado y fragmentado.

Hace diez años, el Papa Francisco -el primer Papa procedente del continente americano- se dirigió al Congreso de los Estados Unidos en un discurso en el que destacaba los valores fundacionales de la nación estadounidense. Un discurso cuya lectura también podría servir al Presidente Donald Trump y al Vicepresidente J.D. Vance.

Un discurso, aplaudido en numerosas ocasiones a lo largo del hemiciclo del Capitolio, que señaló cuatro figuras de grandes americanos como las estrellas polares que, incluso en esta época turbulenta, pueden ayudar a trazar el rumbo de quienes están llamados a ocupar puestos de responsabilidad política.

El Papa, en el Capitolio

"Una nación -concluyó el Papa Francisco- puede considerarse grande cuando defiende la libertad, como hizo Lincoln; cuando promueve una cultura que permite «soñar» con derechos plenos para todos los hermanos y hermanas, como trató de hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day con su incansable trabajo, fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz al estilo contemplativo de Thomas Merton. Estos son los valores que han hecho grande a Estados Unidos. Y que el mundo sigue necesitando".

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