Cuando Jesús fue salvado por Pablo.

Los inicios del cristianismo fueron brillantes en cuanto a doctrina y proselitismo. Sus primeros pasos los dio  como secta del judaísmo en detrimento del mismo y denunciando el ritualismo en que la religión de Moisés había caído. Eso es lo que dejan traslucir los Evangelios y Hechos, aunque si Pablo de Tarso no hubiera entrado en la lid y decidido el sesgo del cristianismo inicial,  habría terminado a los pies de la cruz en que su líder había sido alzado.

Hubo movimientos mesiánicos entre los judíos que esperaban la llegada de un mesías que llevara al pueblo de Israel a la independencia y a la gloria nacional que tuvo con los reyes Salomón o David, movimiento que llevó a todo el pueblo a un inmenso desastre.

Por los evangelios sabemos que algunos apóstoles cayeron en la creencia o convicción de que Jesús podría ser ese Mesías esperado, cosa que él mismo desmintió en repetidas ocasiones. ¿Desmentidos de Jesús o desmentidos “evangélicos”? ¿Por qué esa insistencia de los evangelios en negar en Jesús cualquier movimiento político contra la autoridad romana? Tal negación se nos antoja capciosa. Algo nos puede decir el que los evangelios se escribieran después de que Jerusalén fuera arrasada por las legiones romanas, tras numerosas revueltas y desórdenes.

Esos escritos evangélicos, al menos los cuatro que fueron declarados canónicos, tuvieron que atenerse, a la fuerza, al devenir de los hechos. En primer lugar, sabían que Jesús fue condenado a muerte precisamente por el motivo que los Evangelios niegan. No hubiera sido condenado a muerte de cruz si no hubiera encarnado el mesianismo político que se respiraba en la sociedad: “Jesús nazareno rey de los judíos”, título de la cruz.

Pero el relato posterior tuvo que negar la evidencia primera, ajustándolo a la nueva propaganda salvadora. Pablo de Tarso salvó a Jesús. Los apóstoles no podían sospechar ni tenían noción alguna de que Jesús era Jesucristo, el Jesucristo paulino. Los Evangelios pusieron por escrito el nuevo sesgo que tomaron las creencias en Jesús, algo que los apóstoles también creyeron después, acomodando sus recuerdos a la nueva concepción.

A partir de las revelaciones del nuevo apóstol, que encontró en Jesús la figura y la persona real que encarnaba lo que sólo eran mitos y leyendas del ámbito en que Pablo se movía, el relato cambió. Y de ahí los Evangelios. Lo que Jesús hizo y predicó en vida, tenía que ajustarse al nuevo relato.

Pero, la pregunta es lógica: ¿antes de la aparición de Pablo no había cristianos?  ¿No confiesa Pablo de Tarso que él mismo se dedicó a perseguirlos? Sí, eso dicen los Hechos de los Apóstoles y sus Cartas. Y esos cristianos ¿qué creían, defendían y predicaban? Volvemos a lo dicho arriba, que el relato de lo que sucedió después de la crucifixión está tintado por la nueva doctrina paulina.

Los discursos primeros de los discípulos fieles al recién crucificado, unos huidos a Galilea, otros escondidos en cubículos en Jerusalén, van en la línea de culpar a los judíos de la muerte de Jesús, denunciando la ceguera de los sacerdotes del Templo que no supieron ver en Jesús al Mesías Salvador. Grupúsculos de discípulos sin consistencia que todavía estaban encandilados con las bienaventuranzas, recopilando los dichos de Jesús en algunos escritos primitivos.

Adelantábamos el otro día la nueva deriva del cristianismo tras conseguir su legalización. Los núcleos judeocristianos se disolvieron con el paso de los años o quedaron subsumidos en las florecientes comunidades de Asia Menor, Grecia, Italia y norte de África. En la nueva religión, y ya en el exilio, la generación siguiente de nuevos cristianos fue olvidando y dando de lado las normas y preceptos de la Ley de Moisés.

Y en cuanto a la doctrina, y la fe a creer, especialmente la relacionada con Jesús, comenzaron a surgir interpretaciones, incluso en vida de Pablo de Tarso, que posteriormente tuvieron que encauzar los distintos concilios.  

La connivencia con las autoridades imperiales fue positivamente buscada y cada vez más  interesada.  Los jefes -- obispos y clero--, se movieron dentro del círculo de poder; y por su parte las bandas de fanáticos dedicaron sus esfuerzos a la extorsión, al saqueo, a la incautación y al expolio de los antiguos depredadores. Se movieron a sus anchas protegidos por la nueva legalidad, siempre alentados por sus dirigentes, como Atanasio, Cirilo de Alejandría, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, etc.

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