¿Nace Cristo o renace el Sol?
Cristo o Sol. Ambos expendedores de luz, calor y vida.
| Pablo Heras Alonso.
Es sintomática la coincidencia entre tantos dioses que tienen alguna relación con la mitología solar. Lo que se dice de unos, es aplicable a los demás, incluso a Cristo. Podemos fijarnos en algunas características que adornan a determinados dioses y casi todos coinciden en varios rasgos: su nacimiento de una virgen, que ocurre a finales de diciembre; tal acontecimiento lo anuncia una estrella más brillante que las otras en el cielo oriental (Sirio); se rodean o le siguen doce discípulos como doce constelaciones zodiacales; todos son hacedores de milagros; mueren de manera trágica pero al cabo de tres días resucitan…
Con estos rasgos biográficos parece que estamos señalando al dios de los cristianos, Cristo Jesús. No es así, sino que todos ellos coinciden por un hecho astronómico común, ser dioses solares.
Es bien sabido que las religiones tienen un fundamento cosmogónico, es decir, que deben su origen a la necesidad de explicar fenómenos relacionados con el entorno natural en que el hombre primitivo vivía. Ahí están el cielo, el firmamento, el universo llenos de misterios ni siquiera hoy resueltos, cuánto menos en la antigüedad: de día, el sol; de noche, la luna y las estrellas con su influjo sobre la vida de los hombres. Y había que explicar o “controlar” el sucederse del día y la noche, durante el año las estaciones y siempre los fenómenos meteorológicos.
El Sol. Son infinidad los grabados, escritos, monumentos, templos reflejando el respeto y adoración de los pueblos por el astro rey. El porqué es bien simple de entender: el sol sale cada mañana trayendo luz, calor y seguridad; salva al hombre del frío; lo libera la oscuridad llena de monstruos, espíritus y predadores nocturnos.
Las culturas agrarias, y durante milenios lo fueron todas, reflejaron el hecho de la renovación anual de la tierra gracias a su poder; padecían, gozaban y sentían que sin el sol los cultivos, semillas, simientes y árboles se agostan; que sin su benéfico influjo no existiría vida en el planeta. Estas realidades hicieron del sol el objeto más venerado y adorado de todos los tiempos. El Sol era "dios".
Las estrellas. De la misma manera cayeron en la cuenta del curso de las estrellas. Seguirlas les permitía reconocer y anticipar eventos que ocurrían en periodos largos de tiempo como los eclipses; su situación fija les orientaba en la noche; la luna llena y su luminosidad… En su momento catalogaron grupos celestes que hoy denominamos “constelaciones”, que en el decurso del año se sucedían con regularidad, el zodíaco.
Veamos una explicación distinta relacionada con el devenir del sol y las estaciones, considerando los elementos comunes a los dioses solares:
- A partir del 22 de junio, disminuye en casi 2 minutos el tiempo de luz del Sol a la vez que parece caminar hacia el Sur. Cada día su salida en el horizonte se produce en un punto más cercano a la constelación del Sur, la Cruz del Sur; al llegar al 22 de diciembre parece que va a desaparecer. El acortamiento de los días, la caída de las hojas, el helarse las plantas cerca del solsticio de invierno… Todo ello simbolizaba el proceso de la muerte para los antiguos. La muerte del sol se daba por hecha. Descenso a los infiernos. ¡Pero no! Durante tres días ---22, 23, 24 de diciembre-- el Sol permanece estático, no varía su lugar de salida, y el 25 comienza su caminar de un grado hacia el Norte. Ha renacido de nuevo. ¡El Sol ha nacido de su propia muerte!
- En el hemisferio N hay una estrella más brillante que otras y se ve con claridad en el horizonte Sur, Sirio. Justamente el día 24 de diciembre, tras ella, se alinean otras tres estrellas también brillantes del cinturón de Orión, llamadas desde siempre "Los tres reyes" o “Las tres Marías”. Tal alineación señala el punto por donde saldrá el Sol en el horizonte, i.e. "guía" hacia ese punto.
- El sol sigue ascendiendo un grado cada día hasta el equinoccio y es en este tiempo cuando vence definitivamente a su propia muerte, cuando se produce el "paso": los días son más largos que las noches. ¡Es la pascua de los antiguos! Y con él renace la primavera, la vida, viene la salvación, es la victoria sobre las tinieblas y sobre el mal; es la luz para el mundo, la verdad...
- La virgen no es otra que la Constelación de Virgo. El símbolo de Virgo es una M mayúscula en letras góticas con un añadido a la derecha que cierra la M. ¿Por qué será que tanto María como otras madres vírgenes --Myrra, la madre de Adonis, Meri la madre de Horus o Maya, la madre de Buda--, comienzan con "m"? Hubo un tiempo en que el año comenzaba en la constelación de Virgo. De hecho hoy día el "curso" comienza en septiembre, generando un año distinto al denominado "natural".
- La constelación de Virgo también era conocida como "La casa del pan". Su representación es una virgen sosteniendo un puñado de trigo. Virgo discurre entre el 23 de agosto y 22 de septiembre, que es el tiempo de la cosecha. Belén, donde hacen nacer a Cristo, se traduce literalmente como "casa del pan". Belén es, pues, una referencia a la constelación de Virgo, un lugar en el cielo, no en la tierra.
- El Zodiaco es la representación gráfica de un conjunto astronómico: el paso circular de la tierra por la doce constelaciones; del Sol girando alrededor de la Tierra (teoría geocéntrica dominante) durante doce meses; las cuatro estaciones que dividen en forma de cruz los doce meses ¿Suena algo eso de "doce" alrededor del Sol? Un doce omnipresente en la Biblia: 12 tribus, 12 hijos de Jacob, 12 apóstoles... De este conjunto surgen las frecuentes representaciones de una cruz donde se incrusta un círculo. Este sol reluciente, en el centro, con sus rayos semejando una corona ("corona de espinas"), está en el centro de la cruz. Alrededor de él, los doce meses y los doce signos del Zodiaco. Una bella representación que ha durado hasta nuestros días, pero que proviene de bastantes siglos antes de Cristo.
De todo ello, el mito.
El Sol --o como quiera ser personificado, Adonis, Apolo, Horus, Mitra, Jesús y otros dioses solares--, murió en la cruz, estuvo muerto durante tres días pero nació nuevamente. Todos esos "dioses" comparten la crucifixión, la muerte de tres días y el concepto de resurrección.
Respecto a Cristo, la simbología del sol referida a él se halla por doquier. Un ejemplo, la antífona de vísperas del 21 de diciembre: O Oriens, splendor lucis aeternae et sol justítiae: veni, et illúmina sedentes in ténebris et úmbra mórtis [Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia: ven e ilumina a los que moran en tinieblas y en la sombra de la muerte].
Y, dentro de poco “la cosa”, el ciclo, que comienza el cercano 25 de diciembre. Se avecina toda una parafernalia de cánticos y luces que, perdida la referencia astronómica, la única relación aparente es con el mundo de los niños y con la infancia perdida que los adultos quieren recuperar. Bueno sería tener en mente el proceso natural de la vida y que nos acordáramos de la luz que renace celebrando, al menos "in mente", ese "25 de diciembre fum fum fum", "Reyes Magos", "Epifanía", "Bautismo" y demás dogmas de fe.
Así pues, no lancen rayos jupiterinos si alguien quiere celebrar en estas fecha el “solsticio de invierno" y la victoria de la luz, que puede estar más cerca de la verdad “heliogénica” que lo que se oye cuando cierran tras de sí las puertas de los templos y las catedrales en las tres misas de Navidad.