ORTODOXIA vs. HETERODOXIA: UNA DICOTOMÍA PERVERSA / y 6
Mis delitos son solo de ideas (Alfred Loisy)
| Juan CURRAIS PORRÚA
La demarcación epistemológica de ortodoxia y heterodoxia, realizada por la autoridad autoritaria del magisterio eclesiástico, no se reducía a una mera cuestión teórica, sino que tuvo nefastas consecuencias prácticas a través de la historia. La herejía no era meramente un pecado grave, perdonable mediante penitencia o confesión, sino un delito político sujeto a la pena capital, que ejecutaba el brazo del poder secular.
Esta lógica fatal se aplicó a innumerables disidentes, desde Prisciliano (s. IV), decapitado en Tréveris, a Giordano Bruno quemado en Roma en 1600 o el maestro Cayetano Ripoll, el último condenado por la Inquisición española en 1826 y ahorcado en Valencia por defender el deísmo. La libertad de pensamiento o de expresión era totalmente opuesta a la idea de ortodoxia, que niega y condena la pluralidad de ideas en nombre de la uniformidad del pensamiento único.
Otros muchos heterodoxos sufrieron persecución, tortura o cárcel, como el místico Juan de la Cruz. Galileo Galilei fue condenado a cadena perpetua en 1633 por oponerse al geocentrismo de la Biblia, que carece de errores al ser inspirada por el Espíritu Santo. Galileo replicaba que le función del Espíritu Santo era indicarnos cómo se va al cielo, no cómo van los cielos, que es la función propia del científico.
Los errores de los reformistas Wicleff y Hus en la baja Edad Media fueron condenados en el concilio de Constanza (s. XV). El reformador inglés John Wiclef, destacado profesor en Oxford en el siglo XIV, luchó antes que Lutero contra la corrupción de la Iglesia, defendiendo el derecho del poder secular para controlar al clero. Afirmaba además el derecho de toda persona a la libre interpretación de la Biblia, sin la guía clerical. En teología negó el dogma de la transustanciación eucarística, la confesión obligatoria y el poder sacerdotal de dar la absolución. Realizó también una traducción de la Biblia al inglés, de gran difusión popular.
Sus ideas fueron seguidas por el grupo de los “lolardos” y por los posteriores husitas, seguidores de J. Hus. Wicleff fue condenado como hereje y sus huesos fueron exhumados, quemados y arrojados a un río. J. Hus, que había acudido al mencionado concilio para defender su propia doctrina, fue capturado y quemado en la plaza pública junto a Jerónimo de Praga.
Es decir, los errores se convirtieron en horrores, pues la defensa de ideas diferentes se pagaba con la muerte. Para la institución eclesiástica el valor de la fe ortodoxa era, sin duda, superior al valor de la vida.
La idea de ortodoxia, como Verdad absoluta ligada a la idea religiosa de salvación, conducía a la intolerancia a los errores de los díscolos herejes. Los textos conciliares y las encíclicas papales declaran el anatema o condena de ideas erróneas, desglosadas en diferentes tesis o proposiciones.
Tomás de Aquino (s. XIII), el denominado Doctor Angélico, consideraba que las herejías eran intolerables por ser un delito contra la Verdad revelada. Por ello, justificaba, como siglos antes Agustín, la persecución de impíos y herejes, los cuales merecen no sólo ser separados de la Iglesia por la pena de excomunión, sino también ser excluidos del mundo por la muerte (per mortem a mundo excludi).
Los papas seguían la doctrina del Aquinate, doctor declarado santo en el s. XIV por el papa de Aviñón Juan XXII: tolerar la herejía implicaría poner al mismo nivel la Verdad de origen divino y el error humano. Ésta era también la “lógica” implacable del tribunal de la Santa Inquisición, que justificaba la tortura como método para inquirir y verificar el error del acusado.
Por su parte, el reformador Calvino, que en el s. XVI envió a la hoguera al científico español Miguel Servet por negar el dogma trinitario (“un Cerbero de tres cabezas”), alegaba razones semejantes a favor de la intolerancia, pues tolerar la herejía implicaría libertad para predicar el error, poniendo a los súbditos en el sendero de la perdición.
La historia eclesiástica oficial, escrita con un enfoque apologético y confesional, transmitió desde el principio una idea mitificada de la predicación de Jesús, contenida en su Evangelio (entendido en sentido absoluto, con mayúscula y en singular), como si fuera una esencia metafísica inmutable, semejante a una Idea platónica.
Esa idea mitificada de un Evangelio puro, transmitida por sus apóstoles, habría sido distorsionada o corrompida después por elementos extraños, dando lugar a las diversas heterodoxias o movimientos heréticos. Es decir, se partía de una ficticia unidad originaria de la doctrina del Evangelio, de la que derivarían más tarde la diversidad y pluralidad de heterodoxias.
En este planteamiento teológico se tergiversa e invierte falazmente la historia real, presentando como primigenio lo que es muy posterior, confundiendo además dos conceptos diferentes, el de Evangelio y el de ortodoxia. No existe, por ejemplo, una doctrina ortodoxa sobre la Trinidad hasta el siglo IV y no existe una doctrina ortodoxa sobre la encarnación hasta el siglo V.
Es decir, primero hubo numerosas heterodoxias y muy tardíamente se declaró e impuso la ortodoxia. El Evangelio, proclamado como “Buena Nueva” o Noticia Alegre”, para innumerables “mártires heterodoxos” fue una mala y muy triste noticia.