Puestos en su lugar: teorización sobre democracia en la Iglesia.


La ilustración aparece en un artículo de J.J. Tamayo, teólogo, respecto a la supuesta necesidad de democratizar la Iglesia. Lean si quieren el artículo AQUÍ Posible respuesta puestos en el lugar de la Iglesia oficial:


Mientras que el interés del Estado y de su propio bienestar se identifica ampliamente con el interés por sus instituciones, el interés rectamente entendido en la Iglesia no apunta primariamente a sí misma, sino aquello por lo cual y para lo cual existe: su misión es anunciar la palabra de Dios en toda su pureza y sin falsedad y celebrar rectamente el culto divino.

La cuestión de los cargos y autoridad es importante solamente en la medida en que significan una condición previa para ello.

Expresado de otra manera: el interés de la Iglesia no lo constituye la Iglesia sino el Evangelio. La autoridad debería funcionar lo más calladamente posible, sin tratar de fomentar primariamente su propio ejercicio.

Es cierto que todo aparato o estructura necesita dedicar una parte de sus fuerzas para mantenerse en pie. Pero tanto peor resulta cuanto más se consuma en su propio monopolio y no tendría ni razón de ser si solamente se busca a sí misma.

En este sentido, naturalmente, las cosas están bastante mal hoy día. El proceso necesario de la reforma, es decir, de la adaptación o "aggiornamento" de la Iglesia para realizar su misión en la tan cambiada situación actual, ha concentrado todo el interés sobre la autorrealización de la Iglesia de tal manera que sólo parece estar ocupada consigo misma.

Por ejemplo, respecto a la preparación de un Sínodo de obispos. Muchos se quejan de que la gran masa de los fieles manifiesta en general muy poco interés por la preparación y actividad de un Sínodo. A mí esta reserva me parece un signo de salud.

Es muy poco lo que se gana para la causa cristiana, es decir para la auténtica causa del Nuevo Testamento, por el hecho de que haya personas que discuten apasionadamente los problemas de un Sínodo, de la misma manera que uno no se convierte en deportista por más que se ocupe intensamente en la formación del comité olímpico.

El hecho de que a los hombres les resulte indiferente esa actividad del aparato eclesiástico por dar que hablar de sí misma y por querer hacerse presente en todo, no sólo es comprensible, sino que, mirado objetiva y eclesialmente, está justificado y es una buena señal.

No les interesa estar siempre al tanto de cómo los obispos, sacerdotes y demás católicos con cargos oficiales pueden poner en equilibrio sus cargos, lo que les interesa es lo que Dios quiere de ellos en la vida y en la muerte y lo que no quiere.

Y en este sentido se encuentran en el recto camino, pues una Iglesia que hace que se hable mucho de ella misma, no habla de aquello de lo que debiera hablar. Desgraciadamente, se puede constatar en este punto (y no solamente en éste) un fallo considerable de la Teología y de sus formas de vulgarización: la lucha por nuevas formas de estructuras eclesiales parece constituir su único contenido.

El temor expresado por Henri de Lubac al final del Concilio de que se podría llegar a un cierto positivismo de monopolio eclesiástico, tras el cual se ocultaría, en el fondo, la pérdida de la fe, no está de ninguna manera fuera de razón.
Volver arriba