RISUS PASCHALIS – 4 Con mis gustos personales.
Recomiendo la audición propuesta al final del artículo para apreciar algo del legado musical que los compositores españoles "dejaron" en América española, hoy olvidados en archivos catedralicios.
| Pablo Heras Alonso.
El paganismo en los distintos ámbitos de la vida, no sólo navideño, se mantuvo durante toda la Edad Media y hasta mucho después en muchos lugares, sobre todo en las zonas alejadas de núcleos urbanos importantes, más o menos mezclado con el cristianismo oficial. Los órganos de control de la Iglesia, obispos, concilios, Inquisición, etc. continuamente se lamentaron en sus escritos de la multitud de prácticas populares heterodoxas que a menudo contaminaban los rituales católicos.
Sin necesidad de tildar la religiosidad más extendida en los reinos peninsulares de supersticiosa, mágica e ignorante, como hicieron los humanistas del Renacimiento y no pocos estudiosos actuales, ni siquiera los que intentan una visión positiva del fenómeno pueden negar el carácter localista de los ritos devocionales y la desproporcionada importancia de las reliquias y las imágenes frente a la palabra evangélica y los sacramentos, base del corpus doctrinal.
Testimonios de jesuitas de fines del siglo XVI consideraban tan necesario misionar en las tierras de acá como en las de allende los mares, dado su grado de alejamiento del cristianismo. O sea, como hoy, pero considerando que, entonces, todos creían y debían creer “en algo”. El mantenimiento a ultranza de la lengua latina en la liturgia no facilitaba, por lo demás, la comprensión pretendida por la iglesia oficial, como percibieron agudamente muchos reformadores (especialmente Lutero). También los hubo dentro de la ortodoxia romana.
Durante muchos siglos hay datos que confirman la celebración en torno a la Navidad y dentro de las iglesias de extraños rituales más o menos asimilados a la liturgia. Esa noche el clero se muestra más permisivo, con tal de atraer a todo el mundo a la alegría navideña. Esa noche los pastores, protagonistas al menos una vez al año, hacen sus gachas al pie del altar mientras cantan y bailan el repertorio pastoril, que no se basa precisamente en el bucolismo de Virgilio. Esa noche lo sagrado y lo profano pueden convivir porque ambos celebran lo mismo: la muerte del mundo viejo y el nacimiento del nuevo, aunque para cada cual signifique cosas distintas.
La religión popular entiende que lo viejo muere o, mejor, se desintegra alegremente, porque sabe que sus restos nutren a lo nuevo recién nacido. Sus sentimientos no son trágicos, sino grotescos, porque se trata de una muerte risueña y no adusta. El mensaje del evangelio en el fondo no dice cosas muy distintas (Es necesario que el trigo muera... Si no morís a este mundo...), pero la práctica católica ha rodeado a la muerte de tristeza y negrura, considerándola en realidad como un castigo divino.
El paganismo más apegado a la naturaleza, por el contrario, se da cuenta de que los ciclos vida-muerte se suceden y de que la muerte, en sus diversas manifestaciones, es necesaria para que nazca la nueva vida. En resumen, por no extendernos más en estas filosofías: durante muchos siglos en las iglesias han ocurrido cosas raras en torno a las fiestas de Navidad.
Y estas cosas raras siempre llevaron asociadas músicas, de las cuales las más cultas han pervivido hasta nuestros días, músicas de un ciclo navideño que huye de nuestros tópicos y nos trae los ecos de aquellas viejas costumbres, seguramente más sanas que las actuales. Y si miramos el ceremonial litúrgico vemos que, hoy, es más que apergaminado y tristón que antaño y cuya prolongación secular o laica, por todos conocida y padecida, viene dictada por los grandes almacenes, por la televisión y sus ñoñas series navideñas y, sobre todo, por la publicidad.
Todas las épocas, hasta tiempos muy recientes, han cantado a la Navidad con creaciones propias, formando así un amplísimo repertorio, mientras en la actualidad las únicas músicas que podrían añadirse a este acervo son algunos jingles publicitarios y, para lo demás, se echa mano de una tradición más o menos antigua y más o menos universal.
La lejana Edad Media concedió gran importancia a la Nochebuena y al tiempo que transcurre entre ella y la Epifanía, con san Esteban, los Inocentes y el Año Nuevo. El día de Navidad y su víspera eran los momentos litúrgicos más importantes y por ello no es casual que la música “seria”, a emplear en la propia liturgia, se adornara con tropos y polifonías; tampoco es casual que los primeros organa a cuatro partes fueran compuestos en París para esa fiesta. Era el mejor modo de subrayar su importancia.
La liturgia navideña fue ampliándose con intervenciones de pastores, profetas y otros personajes que sirvieron de embrión de unos dramas que serían trascendentales para la historia del teatro. Pero en los días posteriores tenían lugar celebraciones que resultan bastante extrañas a los ojos modernos, como el obispillo y la Fiesta de los locos con su grotesca misa del asno. Puesto que todo ello tenía lugar dentro del recinto eclesial y era llevado a cabo por el personal de servicio en la misma, con frecuencia se usaba en algunas como vehículo de expresión, aparte de obras en castellano, el latín.
Todas esas representaciones y músicas empleaban la lengua vulgar aunque, cosa curiosa, en el concierto que rememoro, también hallamos una pieza, la de la moza que quiere elegir como marido al abad, que emplea el latín, sí, pero con un sentido burlón, que suponemos se interpretaría con voz “ad hoc”. Ese Deus in adjutorium con que comienza la pieza musical ya es sólo una parodia doblemente grotesca, ya que la respuesta Adveniat regnum tuum será la situación de casada de la moza que elige al abad como mejor consorte.
Fue en el Renacimiento, caracterizado por su mirada puesta en la Antigüedad clásica, cuando se promovió el uso de la lengua vulgar como vehículo de expresión no sólo literaria, sino también científica y también religiosa. Ahí están la Reforma y la Contrarreforma. Precisamente el año que entra, 2022 celebraremos los 500 años de la muerte de Antonio de Nebrija, nacido en Lebrija en 1444 y muerto en Alcalá de Henares en 1522, profesor de Salamanca, gran latinista (ahí tengo como legado de mis ancestros una gramática de Latín de Nebrija), que ha pasado a nuestra historia como autor de la primera Gramática castellana. También en la práctica musical, incluso dentro de las iglesias, se abre paso la lengua vulgar.
Fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de la recién conquistada Granada
en lugar de los responsorios de maitines hacía cantar algunas coplas devotísimas. Desta manera atraía a las gentes a los maitines como a la misa.
Con ello atrajo contra sí las críticas de los que pensaban
que era cosa nueva decirse en la iglesia cosas en lengua castellana y que era cosa supersticiosa. Aunque según el cronista, el arzobispo tenía estos ladridos por picaduras de moscas y por saetas en manos de niños.
Ya sabemos lo que sucedió: Fray Hernando fue sustituido por Cisneros, que fue, en cuestión de conversiones, más expeditivo. Se ha querido hacer a fray Hernando el inventor o promotor del villancico navideño, pero los ejemplos de Juan del Encina y Juan de Triana demuestran que ya existía en fechas anteriores.
El paso de los siglos y las celebraciones navideñas dentro del templo condujeron, ya en el siglo XVII, a celebraciones donde la devoción dio paso a la parodia más “políticamente incorrecta”: el villancico navideño se alimenta con la burla sistemática hacia las minorías. Villancicos de negros (guineos), asturianos, gitanos y, sobre todo, gallegos no podían faltar en ninguna nochebuena que se preciase. Resulta curioso que Felipe II ordenara en 1596 suspender los villancicos en su Real Capilla y sin embargo se ha sabido, con documentos en la mano, que aquel mismo año se cantaron once, uno en guineo y diez en castellano. Los “negrillos” que se conservan en las catedrales americanas son de una frescura, una alegría y una inspiración que difícilmente se encuentran en la metrópoli.
Como colofón de lo dicho propongo la escucha de alguno de ellos (en negrita los enlaces en YouTube). Merece la pena tener el texto delante:
- Los coflades de la estleya ["Los coflades de la estleya" - YouTube]
- Tambalagumbá [TAMBALAGUMBÁ - Juan Gutiérrez de Padilla (ca. 1590 - 1664) - YouTube];
- Antonya, Flaciquia, Gasipá… [Negro A 5: Antonya Flaciquia Gasipà (Filipe Da Madre De Deus) - YouTube]
- Pero si de gustos personales se trata, uno del que más he gozado y cantado tantísimas veces es Tarará qui yo soy Antón [TARARÁ QUI YO SOI ANTÓN - Antonio de Salazar (c.1650 - 1715) - YouTube].