Risus paschalis - 2
| Pablo Heras Alonso.
¿Cuándo dejó la Iglesia de reír? ¿Por qué los gerifaltes de la fe veía con malos ojos a la gente que ríe? ¿Por qué todos los ritos están teñidos de seriedad e incluso de severidad? ¿Por qué si hasta el mismo Aristóteles, mentor de la escolástica del Medievo, escribió un tratado sobre la risa?
Una gran novela, “El nombre de la rosa”, gira precisamente en torno a la risa, más concretamente en torno a un libro de Aristóteles, la segunda parte de la Poética, que no llegó a los teólogos por culpa de “uno de Burgos” que propició primero su desconocimiento y luego su combustión (Umberto Eco podría haber asignado tal cometido a alguien más cercano a su ciudad natal, Alessandria, por ejemplo Jorge de Tortona, y no a la mía, Burgos). Ya, es cierto, sabemos que Umberto le hacía un guiño maligno en el personaje "Jorge de Burgos" a Jorge Luis Borges, pero aun así…
Pues a pesar de Jorge de Burgos y a pesar de prohibiciones, la risa estuvo presente durante muchos siglos en las ceremonias de Pascua. Posiblemente su último reducto, estuvo en España, hasta que la fuerza de Roma, integrismo católico, impuso su férula sobre gobernantes y sobre el clero hispano.
A pesar de reglas y prohibiciones (Regla de San Benito, entre todas las formas malignas de expresión, la risa es la peor) todavía quedan restos de aquella risa paralitúrgica en realizaciones navideñas como los belenes: ¿qué otra cosa indica la figura del caganer o cagón, que pervive “necesariamente” en muchos de ellos?
Otra de las figuras que se han colado en las celebraciones navideñas, principalmente en alguna que otra región de España, por ejemplo Mallorca, es la Sibila, en forma de hilandera que no cesa de tejer. Sí, la amenazadora Sibila, una profetisa pagana con una espada en la mano que amenaza con el Juicio Final. Esto no puede indicar sino la pervivencia de ritos paganos, en concreto la Sibila Láquesis, que es la corta el hilo del tiempo.
Pervivencia de ritos romanos en torno al solsticio de invierno, con presencia de tres Sibilas o Parcas, Cloto, Láquesis y Átropos. La Iglesia toleró o se apropió de la Sibila porque había profetizado la llegada del Mesías que salvaría a la humanidad. De ahí que no puedan faltar en los belenes las viejas hilando. Y también en la música, cantada en los maitines de Navidad, “Juizio fuerte será dado – y muy cruel de muerte”, Cancionero de la Colombina, nº 91.
También los compositores “antiguos” querían dejar constancia de otra manera, manera culta, de su sentido lúdico en determinadas composiciones para hacer reír a los oyentes, como la canción “Els ascolars”, cantada en las veladas navideñas por los niños de coro de las catedrales: cinco niños son invitados a improvisar una canción navideña y lo que les sale son canciones chuscas, metidas con calzador: “Oh Benito, escolar, mira cuál es tan chequito, entra debajo el portal”. Y Benito canta el inicio de una canción de todos conocida: “Que non sé filar – ni aspar ni devanar”, recordando a la hilandera.
O como la canción de la casadera, a la que, tras la invocación gregoriana “Deus in adjutorium meum intende”, pregunta su madre si se quiere casar con labrador, con escudero, etc. para terminar, con sorna, si quiere casar con el abad: “Madre, aquese me dad” –“¿Por qué quieres al abad?” –Porque no siembra y ha pan”.
Imaginemos ahora una pieza musical donde la 1ª voz, soprano, va en compás de 4/4; la segunda, a 5/4; la tercera en 6/4 y la 4ª en 2/2. Y a la vez, la voz soprano canta: “La moça que las cabras cría de las rodillas arriba…” y el tenor “D’amores son mis ojuelos, madre…”. Lógicamente este galimatías provocaría la risa entre los oyentes. Esto escribía Juan de Triana (Cancionero de la Colombina, 91)
Más enrevesado será Francisco de Peñalosa o quizá más osado: junta cuatro canciones populares que la gente conocía ["Vuestros son mis ojos, Isabel", "Por las sierras de Madrid", "Aquel pastorcico madre que no viene", "Enemiga le soy, madre, a aquel caballero"]; por encima de ellas (superius, soprano), escribe una melodía instrumental, viento o cuerda; y añade un bajo comparando lo que pasó el día de Pentecostés con su canción: “Loquebantur variis lingüis magnalia Dei”[Contaban en varias lenguas las grandezas de Dios].
¡Inocentes ellos! ¡Pero qué bien se lo pasaban en los maitines de Navidad!