¿Estamos cabeceando un muro?

Pues eso es lo que algunos afirman, los que se atreven a hozar en este lodazal. 

Una excusa mil veces repetida para defensa propia es la de que la religión hace al hombre mejor. La única respuesta a tal verdad es la tautológica: hace al hombre mejor... creyente. Lo que sí hace al hombre es más ciego y, como tal, cómplice de los actos realizados en su nombre.

Cuando al creyente se le han puesto delante razones de todo tipo –doctrina, paradojas, absurdos, contradicciones, mentiras incluso, tergiversaciones, historia, testimonios existenciales-- ¿cuál es la fuente de tal ceguera crítica? ¿Por qué esa cerrazón mental? ¿Por qué tratan de excusar lo que para muchos es más que evidente? Y, sobre todo, ¿por qué ni siquiera son capaces de ponerse a pensar en ello?

Podríamos aventurar algunas razones por aquello de no profundizar más en algo que, para su mal, sólo "a ellos" les afecta:

  • quizá sea producto de la represión mental y por tanto de la ausencia de sentido crítico y de capacidad para enjuiciar los actos propios.
  • o quizá provenga, y esto es lo más probable, de una ceguera, voluntaria o inducida, de los sentidos y de la razón contra otras verdades
  • pudiera ser no contrariar los sentimientos que les embargan y que temen perder con la pérdida de la anuencia a la credulidad
  • y asimismo, por el miedo a romper con la niñez mágica, que podría dejarles vacíos de espiritualidad y moralidad.
  • ¿Y no será que su cerrazón radica en inteligencias "ad limina", inteligencias viciadas, adormecidas, limitadas? Esto no lo creemos ni es probable, dado el empaque intelectual de sus pastores y de muchos de los fieles. Pero...

La creencia es como la lámpara para las mariposas: atrae, seduce, ciega y quema. A esta predisposición "natural" del sugestionado para creer y a ese poder de atracción de la creencia, hay que añadir el hecho de que la misma creencia tiene sus propios mecanismos de protección y defensa: cualquier ataque racional contra ella conlleva el sentimiento de culpa por el pecado cometido leyendo "libros" (blogs) perversos. La creencia es una neurosis para el sustrato emocional y un delito intelectual. Como la el científico emperrado en sus propias teorías.

No hay que ser permisivos ni tolerantes con la "creencia adoctrinadora". Esto que podría parecer un contrasentido para quien mantiene una ética racional, donde prima el respeto a los demás, no lo es. Con las personas –hombres y mujeres que sienten, viven, padecen, piensan, confían, actúan...—hay que ser no sólo abiertos sino también solidarios, en consonancia con el discurso de una ética humana.

La doctrina, el concepto, el sistema, la organización es lo que hay que demonizar y hasta combatir. Eso sí, siempre con razones, con la palabra. Se puede acoger a la persona que confía en sus "dioses salvadores", pero hay que destruir esos dioses para que la persona se salve por sí misma.  Eso hicieron en América con ídolos, iconos, estatuas, altares y símbolos, algo que hoy parecen lamentar los López Obrador de turno, nostálgicos de corazones palpitantes.

Volver arriba